El miedo nunca contribuye a resolver problemas. Sin embargo, en el país, los políticos buscan provocarlo respecto a los que no piensan como ellos o son sus contrincantes. En esta campaña electoral, unos tratan de meter miedo diciendo que sus oponentes seguirán robando. Otros afirman que un candidato buscará imponer una religión. Se acusa a unos de que promueven el odio; a otros, de inútiles e incapaces. El insulto no falta, siempre con la intención de crear temor entre los votantes, los indecisos, los partidarios de opciones electorales diferentes a las propias. El actual Secretario General de las Naciones Unidas dijo recientemente que “la marca más vendida hoy en día a nivel mundial es el miedo. Obtiene audiencia. Gana votos. Genera clics”. Y en la campaña electoral en marcha, lo estamos viendo con claridad.
Abundar en el miedo es fatal para el desarrollo. Miedo generan las pandillas forzando a muchos a abandonar sus hogares. El miedo está también detrás de la migración. La violencia, la abundancia de armas en la calle, los abusos de las autoridades, los asesinatos, provengan de donde provengan, siempre producen miedo. Generarlo es una de las tácticas fundamentales del terrorismo, así como de algunas organizaciones del crimen organizado. Por eso los políticos no deberían utilizarlo como recurso en sus discursos. En realidad, vivir sin miedo en El Salvador tendría que ser una de las consignas de los políticos, no un componente esencial de los discursos electorales. Una consigna que lleve a conocer y analizar las causas del miedo, para proponer después soluciones racionales y programadas frente a los problemas que están de fondo.
Lo que necesita nuestro pueblo es esperanza. Pero esperanza fundada en algo más que en palabras y discursos. Los planes, las promesas y los proyectos de desarrollo deben ser audaces; en otras palabras, garantizar la salida de la pobreza a través de la colaboración. Y garantizarla con tiempos bien determinados en el campo de las transferencias condicionadas; los subsidios que puedan o deban permanecer, los niveles adecuados de salario y pensión; y la mejora de servicios básicos como la salud, la educación y la vivienda. Es triste y muy significativo que los políticos hayan callado sobre el tema del agua en este período. No es decente que ningún político insista en poner en la Constitución el derecho al agua potable y al saneamiento como un derecho administrado por el Estado sin fines de lucro. Es cierto que no bastan las palabras, porque la población está cansada de las mismas promesas sin ver resultados. Pero cuando se establecen compromisos precisos y hay evaluación y rendición de cuentas, la gente recupera la confianza. Y esto es clave, porque sin confianza ciudadana no hay desarrollo posible en el largo plazo.
Cuando Inglaterra se encontraba en clara situación de inferioridad ante el ataque de los nazis en la Segunda Guerra Mundial, el primer ministro que condujo la resistencia y las decisiones bélicas, el conservador Winston Churchill, prometió ganar la guerra con “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Porque las guerras solo se ganan con sacrificio. El Salvador llegó a la paz hace 27 años, pero no ha puesto ni esfuerzo, ni sudor, ni sacrificio para alcanzar el desarrollo. Los pobres y los sectores en situación socioeconómica vulnerable se esfuerzan y sacrifican día a día para salir adelante pese a los malos salarios, la inseguridad y la debilidad e insuficiencia de las redes de protección social. Es tiempo de que los políticos dejen de sembrar miedo y se exijan a sí mismos y a las élites sudor y esfuerzo en la construcción del desarrollo y del bien común. Solo así se recuperará la confianza en la política.