Derecho penal y cinismo: dos caminos negativos

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Editorial UCA
23/04/2013

La fracción del partido Arena propuso recientemente castigar con penas de cárcel a los diputados tránsfugas. Y aunque la propuesta tipifica el transfuguismo como delito menor, que por tanto no podría ser juzgado hasta que el diputado terminara su período, merece la pena hacer unas consideraciones sobre ella. Porque encierra una tendencia muy típica de sectores conservadores de la sociedad salvadoreña: acudir al derecho penal cuando no es necesario. En realidad, el derecho penal es el último recurso de una sociedad ante sus disfunciones de convivencia. Antes están la prevención del delito, el diálogo y la solución pacífica de conflictos. Pero entre nosotros ha sido más fácil recurrir a la mano dura, al aumento de las penas y a tipificar nuevos delitos, a veces con ligereza y contradicciones.

Optar sin necesidad por el derecho penal muestra la dificultad tanto para prevenir el conflicto como para dialogar. Nada más fácil que un acuerdo interpartidario en torno al modo de proceder con los tránsfugas para solucionar el asunto. Simplemente cambiando algunas de las normas internas de la propia Asamblea se podría corregir la cuestión. Por ejemplo, impidiendo que los tránsfugas, uniéndose entre ellos, pudieran convertirse en fracción. O negándoles algunos de los privilegios de los diputados que dependen de la normativa interna, de fácil modificación si hay acuerdo entre los partidos. Pero los institutos políticos —y en este momento, Arena— prefieren recurrir al derecho penal. El gen de la mano dura sigue produciendo dislates.

Y no solo Arena comete el error. El FMLN debería mostrarse públicamente más crítico con los tránsfugas y proponer soluciones de acuerdo interpartidario en vez de conformarse con la situación porque de momento puede favorecerle. El cambio o el abandono de un partido político en medio de situaciones tensas en las que se busca conformar mayorías calificadas multiplica la desconfianza, que ya es grande, hacia los diputados, y trae el recuerdo de la trampa y la corrupción como modo tradicional de hacer política. Porque el fenómeno del cambio de voto y abandono de partido en momentos cruciales no es nuevo. El FMLN sufrió en varias ocasiones, hace años, lo que hoy se llama transfuguismo. Arena manoseaba entonces la ética y los valores como justificación del cambio de opinión de los miembros del partido de izquierda, mientras la dirigencia del Frente hablaba de compra de voluntades y de traición. Hoy la derecha se saca de la manga la petición de cárcel, mientras la izquierda permanece indiferente. Se crea así una especie de escenario negativo en el que el perjudicado acude siempre a la mano dura o al insulto; y el beneficiado, al silencio cómplice o al aprovechamiento cínico de la circunstancia.

El Salvador necesita diálogo, y ni la mano dura ni la indiferencia oportunista son buena receta. Si en un problema que ha afectado a los dos partidos dominantes no hay capacidad de diálogo, la esperanza de que se llegue a acuerdos en otros temas de interés nacional disminuye. El transfuguismo abona así a la desconfianza ciudadana que mina al sistema político. Es cierto que hay otros problemas nacionales más importantes que el que hoy comentamos y que también afectan a los partidos mayoritarios. Pero al perjudicar a Arena o al FMLN, el transfuguismo abre la posibilidad de que se deje a un lado la grandilocuencia partidaria y emocional, y la ciudadanía pase a exigirles a ambos soluciones dialogadas, en vez de la recurrencia irracional al derecho penal o al cinismo oportunista. Dos tendencias tan nefastas e históricamente presentes por igual en nuestra pobre historia política.

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