Genocidios, masacres y ejércitos

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Editorial UCA
09/04/2013

El juicio en Guatemala al general retirado Efraín Ríos Montt marca un hito en la historia de Centroamérica. A diversos jefes de Estado, presidentes y personalidades se les ha juzgado por corrupción. Pero hasta ahora no se había llegado a juzgar a un gobernante por violaciones imprescriptibles de derechos humanos, como las masacres y el genocidio. De alguna manera, además, en Ríos Montt se está juzgando a los ejércitos centroamericanos. Pues, aunque han contado en sus filas con personas decentes, han tenido también, en posiciones de mucho poder, oficiales que han sido auténticos criminales. Violadores de derechos humanos que han estado institucionalmente acuerpados, protegidos y mantenidos en la impunidad gracias a su propia condición militar y a la amenaza y el miedo que esta despierta. Esa protección institucional y esa voluntad hasta ahora intacta de no reconocer crímenes ni errores hacen en cierto modo cómplices a los actuales ejércitos de la barbarie del pasado.

Y de esta historia no se libra ninguno de ellos. Las masacres ocurridas en Guatemala y El Salvador claman al cielo. Las torturas sistemáticas, asesinatos y desapariciones, comunes a todos, se dieron en Honduras de un modo selectivo durante los años de las guerras sucias. Luego, tras el golpe de Estado encabezado por un civil, Roberto Micheletti, pero ejecutado por los militares, la represión, el asesinato de periodistas y el acrecentamiento de la violencia sacudió y sigue atormentando a una Honduras digna de mejor suerte. Incluso el Ejército sandinista, el más joven en Centroamérica, cometió serias violaciones de derechos humanos desalojando por la fuerza a diversas comunidades de la etnia misquita de sus naturales y ancestrales lugares de vida. Con mayor o menor intensidad, ninguno de nuestros ejércitos se libra de violaciones a derechos humanos que nunca han sido investigadas ni castigadas.

Esta realidad hace que nos preguntemos una vez más: ¿necesitamos ejércitos en Centroamérica? ¿No podría nuestro istmo ser declarado zona de paz y prescindir de una estructura militar que es incapaz de reconocer institucionalmente gravísimos errores? ¿Podemos confiar en instituciones que se niegan sistemáticamente a reconocer la verdad y a pedir perdón? Los Ejércitos chileno y argentino han reconocido que institucionalmente albergaron y protegieron violadores de derechos humanos y han pedido perdón públicamente por ello. ¿No pueden hacer lo mismo los nuestros? Bueno será que lo hagan, porque ejércitos que no reconocen brutalidades cometidas no son confiables ni merecen existir.

La Fuerza Armada salvadoreña, bajo mandato del presidente Funes, constituyó una comisión cívico-militar con la función de revisar textos, así como su propia historia del tiempo de la guerra civil en relación con los derechos humanos. El resultado de esa comisión, que revisaría también la trayectoria de algunos supuestos héroes militares y los hechos delictivos de los que se les acusa, aún no ha visto la luz. En aproximadamente un año, la Comisión de la Verdad en El Salvador analizó prácticamente veinte mil graves violaciones de derechos humanos. ¿Estará la comisión de revisión de la historia militar analizando un número semejante de delitos del Ejército? Porque el tiempo transcurrido indica o que tiene demasiado trabajo, o que no quiere hacerlo adecuadamente.

En El Salvador necesitamos conocer la verdad sobre el pasado. Y, sobre todo, hace falta aceptarla. La repetitiva cantilena de que recordar es abrir heridas no hace más que infectar la propia conciencia nacional y prolongar sufrimientos, divisiones y situaciones de desprecio hacia los más pobres y humildes del país, que fueron los que más sufrieron la brutalidad de la guerra. Si el deseo de verdad fuera genuino, hace tiempo que hubiéramos solicitado que la documentación de la Comisión de la Verdad, que yace en los sótanos de las Naciones Unidas, retornara a El Salvador. Son declaraciones de nuestra gente, incluidos militares decentes, y es parte de nuestro patrimonio. Nos aclararía muchas cosas tanto sobre el Ejército como sobre las fuerzas insurgentes. Y nos ayudaría, ciertamente, a no repetir errores en la historia.

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