Hace décadas, la comunidad internacional se propuso erradicar el hambre en el mundo. Los Objetivos del Milenio, que debían alcanzarse en 2015, tenían como primera meta eliminarla, junto a la pobreza extrema. Como es obvio, ello no sucedió, y la fecha límite se fijó para 2030, denominando al objetivo Hambre Cero. Se calcula que a nivel global más de 820 millones de personas pasan hambre, es decir, 11 de cada 100 habitantes del planeta. El promedio de El Salvador es muy similar.
Un estudio realizado por organizaciones internacionales que trabajan en nuestro país para la erradicación del hambre muestra que en algunas zonas del territorio nacional la crisis alimentaria es mucho mayor a los promedios nacionales. Ello ocurre principalmente en los municipios que están en el corredor seco, en la zona oriental del país, donde los datos de la incidencia del hambre llegan a duplicar y hasta triplicar el promedio nacional. El estudio también evidencia que la población tiene un déficit calórico del 20% y que las mujeres son las más afectadas por la falta de alimentos.
El clima, cada vez más cambiante e imprevisible, está contribuyendo a la disminución de la disponibilidad de alimentos para las familias rurales. Tanto en este año como en el anterior, la sequía de junio y julio afectó la producción de maíz y frijol, generando pérdidas mayores al 50% de la cosecha. Y a ello se suma la actual depresión tropical, que, entre otros daños, importantes, ha golpeado las plantaciones de frijol, más vulnerables a este tipo de eventos climáticos. Ello pone en crisis alimentaria a un gran número de compatriotas, afectando más a la población que ya vive en situación de pobreza.
Paradójicamente, en paralelo a los millones que pasan hambre, un grupo de similar tamaño sufre de obesidad. Un padecimiento causado no solo por la ingesta excesiva de alimentos, sino por una dieta inadecuada e insana. La obesidad es un problema tan grave como el hambre y contra el que también hay que actuar, pues la atención de los graves problemas de salud que genera drena considerables recursos al Estado. Entre ambos extremos está la alimentación balanceada, que aporta todos los nutrientes necesarios para el desarrollo de la persona.
Los Gobiernos deben ser los principales actores en la lucha por reducir el hambre, mejorar la nutrición y transformar los sistemas alimentarios. Pero también la sociedad puede y debe hacer su parte. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), es necesario cambiar los hábitos alimentarios, aumentando la ingesta de frutas, verduras, legumbres, nueces y granos integrales; limitar el consumo de alimentos que requieren un uso excesivo de los recursos naturales para ser producidos; consumir menos alimentos y bebidas con alto contenido de azúcares refinados, grasas saturadas o sal; preferir alimentos más diversos y tradicionales, en un esfuerzo por apoyar la biodiversidad local; y aprender sobre alimentos nativos y de temporada, sus valores nutricionales, y cómo cocinarlos y conservarlos. Estas acciones, que están al alcance de todos, llevan a una mejor y más sana nutrición, y por ende, a una mejor calidad de vida.
Lograr el Hambre Cero no solo implica alimentar, sino también nutrir a la población de manera equilibrada y siendo responsables con el planeta. El Día Mundial de la Alimentación, que hoy se celebra, nos recuerda cada año que todos podemos desempeñar un papel activo para lograr que nadie en el mundo se duerma sin haber comido o habiéndolo hecho de forma insana.