El estado de calamidad, como le denomina la Constitución a una situación de desastre, nos llama a todos a la colaboración. Una sociedad no puede desarrollarse armónicamente si no hay en ella diferentes formas de cooperación. En terremotos, inundaciones o epidemias, la cooperación es clave para superar angustias y traumas, así como para proteger la vida. Cuando el desastre se puede prevenir, resulta indispensable la acción del Estado organizando y activando mecanismos y estructuras que aminoren los efectos de lo que se avecina. En el caso de una epidemia, a la prevención se le debe sumar tanto la mejora como la ampliación de las estructuras de salud. Si Italia y España, que cuentan con entre tres y cuatro camas hospitalarias por cada mil habitantes, tienen un serio problema para enfrentar el covid-19, en El Salvador, con menos de dos camas de hospital por cada mil habitantes, la crisis será mucho más grave si no nos preparamos. En este sentido, las medidas del Gobierno para retrasar lo más posible la proliferación del virus y el esfuerzo por ampliar el número de camas hospitalarias van en buena dirección.
Pero no es solo el Gobierno el que debe actuar. A la ciudadanía le corresponde tomar conciencia de su responsabilidad. Todo lo que hagamos por evitar contagios, manteniendo distancia social, quedándonos en casa en la medida que podamos y guardando normas básicas de higiene claramente preventivas, contribuirá a salvar vidas y a evitar un congestionamiento hospitalario que dificultaría enormemente la lucha contra la enfermedad. La cultura individualista y del sálvese quien pueda no contribuye en nada. Tampoco el pánico o el consumo desesperado en los supermercados. El miedo a naufragar nunca fue una ayuda para los marineros y navegantes. Aprender a controlar situaciones y mejorar técnicamente los barcos evitó muchos más naufragios que el miedo. En las redes sociales encontramos, con más frecuencia de la deseable, noticias falsas y alarmantes, así como discusiones estériles e insultos en un momento en que todos deberíamos estar atentos a la solidaridad y al apoyo de los más débiles. Solidarizarse y apoyar a las personas en cuarentena, desarrollar mecanismos de ayuda mutua en barrios y comunidades es mucho más importante que perder el tiempo insultando y peleando en las redes.
La sociedad civil tiene también que cumplir con su papel. A los empresarios les corresponde cuidar a sus trabajadores, compartir ganancias y pérdidas, posibilitar el acceso a bienes básicos de consumo. Las Iglesias han dado ya un ejemplo suprimiendo actividades religiosas y llamando a la reflexión y la esperanza. Las universidades tienen la capacidad de incidir en el pensamiento de la sociedad, ayudando a entender la necesidad de medidas que pueden parecernos duras, pero al mismo al tiempo ofreciendo indicaciones de cómo optimizar procedimientos de prevención. Los medios de comunicación no pueden eludir la responsabilidad de ofrecernos información objetiva y señalar aquello que debe mejorarse en los procesos de lucha contra la epidemia.
El Salvador ha enfrentado una guerra civil, terremotos, deslaves, inundaciones, sequías. Pese a graves irresponsabilidades y modos de proceder violentos o corruptos ante los problemas, el país ha salido adelante gracias a la resistencia y resiliencia de su gente. Y por ello es fácil encontrar ejemplos admirables de personas que se entregaron al servicio del bien común. Hoy nos toca a todos responder con generosidad y orden a una nueva amenaza que se cierne sobre la población. Las epidemias se superan, pero es indispensable trabajar juntos para salvar vidas y reducir traumas y tensiones.