Le llaman "la Bestia" al tren al que se suben los migrantes. Un buen nombre construido desde la creatividad popular, tan colorida y gráfica. Y a lomos de la Bestia viajan nuestros hermanos migrantes, encaramados sobre los vagones, sufriendo peligros, hambre y frío, dando testimonio visible de una ardua peregrinación hacia la esperanza de vivir un poco mejor y ayudar a sus familiares a salir de la pobreza. Su presencia es plenamente pública, pero las violaciones cometidas contra ellos se invisibilizan. Aunque las autoridades mexicanas afirman haber despenalizado la entrada sin papeles a su país, lo cierto es que la penalización se comete sistemáticamente a lo largo del trayecto con maltrato, secuestro, amenazas, golpizas, violaciones a las mujeres, trabajo esclavo, robos, accidentes y de vez en cuando masacres.
La muerte de seis hondureños, más algunas decenas de heridos al descarrilarse la Bestia, casi ha coincidido con el tercer aniversario de la masacre en Tamaulipas, en la que fueron bárbaramente asesinados 72 migrantes, 14 de ellos salvadoreños. Una masacre no del todo aclarada y que se ha convertido en el símbolo de la brutalidad que padecen nuestros hermanos centroamericanos; sin embargo, una masacre olvidada. Como son olvidados nuestros hermanos migrantes en el día a día. Solo sabemos de ellos cuando la tragedia ocurre multitudinariamente. Quedan en el olvido los sacrificios diarios, la violación y el abuso contra las mujeres, la mordida del policía corrupto, el secuestro por parte de las redes de narcotráfico y la soledad del cautiverio en espera de que los parientes residentes en Estados Unidos paguen el rescate.
Aunque es cierto que nuestros cónsules en México dan muestras notables de solidaridad, es necesario que los Gobiernos centroamericanos, incluido el salvadoreño, tomen decisiones y medidas serias ante la situación de nuestra gente en su periplo mexicano. Mientras no nos arriesguemos a defender con energía a quienes se lanzan a la aventura de buscar un futuro mejor, debemos abandonar esa tendencia demasiado institucionalizada e hipócrita de alabar al migrante exitoso y sus remesas. Centroamérica unida, o al menos el conjunto de los tres países del norte del istmo, debería pedirle al Gobierno mexicano que nuestra gente pueda viajar a su país sin visa. ¿Cuál es la razón por la que nuestros hermanos necesitan visa? No es difícil pensar que es la presión estadounidense la que obliga a México a imponer esta condición. ¿No podemos nosotros también presionar? ¿No podemos denunciar la indiferencia del Gobierno mexicano ante el dolor centroamericano?
México, que ha sido solidario con Centroamérica en diversas ocasiones, no lo está siendo ahora con sus migrantes. Tiene inversiones en nuestras tierras, algunas muy rentables como la telefonía, pero tiene muy poca consideración con los transmigrantes. Los Gobiernos centroamericanos tampoco están haciendo todo lo que pueden para defender a nuestra gente. La denuncia internacional de casos gravísimos de violaciones a derechos humanos se soslaya con demasiada frecuencia. La necesidad de observación internacional permanente, la eliminación de la visa para los centroamericanos, el respaldo y protección a los refugios y casas de descanso y comida para los migrantes deberían no solo ser parte de nuestra política exterior, sino un tema de reclamo permanente en los medios de comunicación y la opinión pública.
Dejar que las tragedias se repitan mientras nos quedamos cruzados de brazos esperando las remesas no es cristiano ni humano. Y esa deshumanización a la que nos lleva la falta de solidaridad no se corrige con discursos ni alabanzas a quienes envían remesas o a quienes consumen productos nostálgicos. Se corregirá solo con posiciones firmes y solidarias que demuestren que la hermandad es todavía un valor en estas tierras salvadoreñas. Solo así evitaremos que la bestia de la violencia y el desamparo se trague impunemente a nuestra gente.