La presentación del Mapa de Pobreza Urbana y Exclusión Social, realizado por Flacso y PNUD, ha puesto nuevamente en la cartelera noticiosa una realidad que no es posible esconder: el alto índice de pobreza y exclusión en las ciudades de nuestro país, y las condiciones de precariedad de los asentamientos urbanos marginales en los que vive una tercera parte de nuestros hermanos y hermanas salvadoreñas.
Desde hace varias décadas, la migración del campo a la ciudad es una de las opciones de la gente de las áreas rurales para buscar una mejor vida. Ello se explica en parte por el abandono del campo por parte del Estados, los años de conflicto armado, la falta de tierra donde poder trabajar y cultivar, la precariedad del empleo rural y lo mal pagado del mismo. Si bien estos han sido y son algunos de los principales estímulos que han movido a muchos campesinos a dejar sus lugares de origen, también hay que tener en cuenta la atracción que ejercen sobre las familias rurales los aparentes beneficios de la ciudad.
Pero al llegar a las ciudades, no les es fácil encontrar un lugar. La misma pobreza les impide ubicarse en un barrio y vivienda dignos. Sus alternativas son los mesones, poner sus champas en los barrancos, en los márgenes de las carreteras o de las líneas de tren, o en el mejor de los casos, en predios baldíos insalubres y con altos niveles de riesgo. Así se han ido formando los asentamientos urbanos precarios, que hoy son, según el estudio mencionado, "espacios de concentración de la pobreza y la exclusión social".
En este contexto, los más afectados son los jóvenes, pues, por ejemplo, dejan las escuelas antes de tiempo, truncando así las posibilidades de formación que en el futuro pudieran ofrecerles una oportunidad de inserción social y económica; el bajo nivel de escolaridad de los jóvenes de las zonas urbanas marginales reduce sus oportunidades de acceder a mejores empleos, con lo que se perpetúa el círculo de la pobreza y la exclusión. Ello y el ambiente de alto riesgo en el que se desarrollan les convierte en presa fácil de las pandillas y de las redes del crimen organizado. Por eso es fundamental contar con programas que promuevan conjuntamente la permanencia en la escuela y el trabajo juvenil. A esto nos referimos al hablar de prevención.
Durante la presentación del estudio, tanto sus promotores como el presidente Funes dijeron, cada quien a su modo, que ante el conocimiento de esta realidad ya no hay excusa para no actuar. Ciertamente, no hay justificación alguna para mantenerse impasible, como tampoco la hay para que no se actúe de la mejor manera posible. Superar la pobreza urbana es una tarea grande y difícil, y no podrá cumplirse si el Gobierno, las municipalidades y las organizaciones de la sociedad civil trabajan cada uno por su cuenta. Se requiere de un trabajo conjunto y concertado de todos los actores, que además cuente con la participación abierta y decisiva de los ciudadanos y ciudadanas afectadas. Solo así se podrán obtener resultados con los escasos recursos con que se cuenta.
El camino para superar la pobreza urbana pasa por generar empleos y fuentes de trabajo digno. Para las personas que no tienen otro patrimonio que su fuerza de trabajo, es fundamental contar con un empleo que les permita sostenerse a ellos y sus familias. Hay que buscar, pues, modos para generar más y mejores empleos, tanto desde la inversión pública como desde la privada.
Todos los estudios realizados hasta la fecha muestran que en El Salvador la mayor cantidad de empleos se genera en las micro y pequeña empresas. Mucho se ha hablado del desarrollo de ambas, de los apoyos que requieren a nivel financiero, técnico y administrativo, pero se ha hecho muy poco. Se requiere una verdadera apuesta por estas empresas; apuesta que debe verse reflejada en programas de Gobierno que las promuevan y les ofrezcan verdaderas oportunidades de desarrollo y de inclusión en la cadena productiva y comercial.
Los pobres urbanos se rebuscan día a día para sobrevivir, y en muchas ocasiones se les niegan los espacios donde puedan vender sus productos u ofrecer sus servicios. De este modo se les está dificultando o impidiendo aún más su subsistencia. A la hora de reorganizar los centros urbanos, hay que tener en cuenta esta realidad.
Si no se dan pasos nuevos, si no hay una verdadera voluntad política, seguirá siendo realidad la letra de aquella canción del cantautor nicaragüense Luis Enrique Mejía Godoy, Pobre la María. Al igual que la María, muchos de los que han migrado del campo a la ciudad con la ilusión de salir de la pobreza terminan en la miseria, y aquello que les encandilaba y les hacía la ciudad tan atractiva contrasta con la dureza de sobrevivir en ella y luchar para lograr el pan de cada día.