La familia es considerada universalmente como la unidad básica de la sociedad, pues juega un rol esencial en la educación de niños y niñas, desde su nacimiento hasta alcanzar la edad adulta; en ella se forma la persona en los principales aspectos de la vida. En una familia sana, la persona crece con la protección y el cuidado requeridos para su desarrollo, adquiriendo las bases para en el futuro poder ser alguien íntegro y volcado a lo social. En la familia se aprende a asumir responsabilidades y a contribuir al bienestar de los demás miembros del grupo; se aprenden hábitos, costumbres, valores y contravalores que definen en alto grado la etapa adulta.
En nuestro país, a lo largo de las últimas décadas, se ha dado un proceso de cambio en las familias. La migración, la situación de violencia, el incremento del embarazo precoz y la mayor incorporación de mujeres jefas de hogar al mercado laboral son factores que han contribuido a que se produzca ese cambio. Según la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples, en los últimos 20 años se ha incrementado el número de hogares unipersonales y de parejas sin hijos, y han disminuido las familias extensas, mientras las familias nucleares mantienen su peso en el conjunto. Asimismo, tanto en familias nucleares como monoparentales, se observa un pronunciado aumento de la proporción de hogares a cargo de adolescentes. Y cada vez son más los niños y adolescentes que viven sin uno o ninguno de sus padres, alcanzando en la actualidad un poco más de la tercera parte de la población de entre 0 y 17 años de edad.
Llama la atención que el 78% de los niños que viven solos o con solo uno de sus progenitores haya sido abandonado por el padre, lo que demuestra, de nuevo, la irresponsabilidad de los hombres en nuestra sociedad. Otro dato importante es que el 85% de los hogares de familias monoparentales son dirigidos por mujeres; en estos hogares vive alrededor del 21% de niños de entre 0 y 5 años. Y no debe perderse de vista que, a nivel nacional, el 43.4% de los hogares vive en condición de hacinamiento, lo que impide la privacidad y fomenta la promiscuidad. Lo que no cambia es que las mujeres siguen siendo mayoritariamente las responsables del cuido familiar.
Estos datos evidencian claramente las debilidades de las familias salvadoreñas y en buena medida explican los problemas de nuestra sociedad. Ante ellos, es necesario tomar conciencia de la necesidad de apoyar y fortalecer a la familia. Fortalecerla para que pueda cumplir a cabalidad su papel como primera unidad de la sociedad, para que cada uno de sus miembros reciba y aprenda a dar el amor que todo ser humano necesita, algo fundamental para crecer y vivir sanamente. En esta línea, deben promoverse políticas públicas que se adecúen a las distintas realidades de las familias, a fin de atender las necesidades específicas de cada cual.
Ya no es posible formular políticas para fortalecer un solo tipo de familia. Hay que tener en cuenta que cada vez más adolescentes son madres, que las familias monoparentales están fundamentalmente a cargo de mujeres y que estas tienen que incorporarse al mercado laboral para sustentar a su familia y, por tanto, requieren apoyo para el cuido de los hijos. Además, es necesario formular y aplicar políticas para que en la familia se promueva la educación para el desarrollo sostenible, los derechos humanos, la igualdad entre los géneros, la promoción de una cultura de paz y el respeto a la diversidad sexual, cultural y religiosa.