Políticos sin política

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Editorial UCA
21/03/2022

La corrupción, individualismo y superficialidad de algunos políticos han generado en muchos salvadoreños una profunda decepción. Valiéndose de ella, Bukele y los suyos lograron el control de la administración del Estado, pero sin tener proyecto ni voluntad de hacer lo que es propio de la política: construir relaciones sociales solidarias y éticas, garantizar y proteger los derechos humanos, brindar un servicio público transparente y respetuoso de las leyes, y fomentar virtudes y valores ciudadanos y humanos. La política así entendida se puede realizar desde diversas posiciones ideológicas, pero siempre y cuando respete la diversidad de opiniones y posturas. La democracia nunca es instrumento de venganza y de aplastamiento de los opositores. Al contrario, donde la hay, funciona aceptando y atendiendo razones, escuchando a quienes presentan dificultades y protegiendo la vida.

No hay nada que indique que el Gobierno de Bukele y sus instituciones satélite tengan una base teórica, conceptual o ideológica. Sin embargo, su tendencia a definir la realidad de la convivencia ciudadana a partir de binomios antagónicos retrotrae a teóricos como Carl Schmitt, pensador que inspiró, al menos en parte, la ideología que llevó al poder a los nazis en Alemania. En contraste, la teoría aristotélica afirma que la fuente de toda convivencia e institucionalidad política ciudadana es la amistad, un sentimiento, nos dice Aristóteles, “que mueve al hombre a preferir la vida en común”. Así, puesto que la amistad es la base de la convivencia, “la comunidad política tiene, ciertamente por objeto la virtud y la felicidad de los individuos y no solo la vida común”. La definición de paz de san Agustín tiene también ese presupuesto humanista de una convivencia ordenada según valores. La Iglesia ha seguido en su enseñanza el concepto humanista de la política ya esbozado, añadiéndole algunos aspectos clave como la búsqueda del bien común, la solidaridad, la subsidiariedad. Entre los valores que la Iglesia ve como fundamentales para una vida política sana están la verdad, la justicia y la libertad, vinculadas a la caridad y el amor fraterno. Valores por los que han dado la vida muchos de los mártires salvadoreños.

Desde esta perspectiva humanista, ¿qué decir de la política tal y como se vive hoy en El Salvador? Lo primero es afirmar que muy pocos políticos hacen realmente política. En buena parte, la tarea política en su sentido noble ha sido trasladada a la sociedad civil. Los políticos del Gobierno y de las instituciones de las que este se ha apoderado no dialogan ni aceptan opiniones contrarias a las suyas, por muy justificadas que estén. No hacen política, sino un marketing burdo en el que se mezclan ataques contra quienes les critican, anuncios de regalos paternalistas a los necesitados y promesas con poco fundamento real. Con la arbitrariedad como bandera y el acoso como estrategia básica, la andadura del país se asemeja a la de un barco con rumbo de colisión. Por supuesto, no todo lo que hacen es malo, porque el mal absoluto no existe. Pero se han metido en un camino que profundiza la división y el enfrentamiento. "Democracia", "justicia social", "lucha contra la corrupción", "libertad" son palabras manoseadas y utilizadas por el Gobierno como instrumentos de extorsión, no como herramientas para la construcción de convivencia. Bien haría el liderazgo del país en meditar esta frase de san Agustín, uno de los padres de la cultura occidental: “Así como los amigos adulándonos nos pervierten, así muchas veces los enemigos injuriándonos nos corrigen”.

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