En el país, los desfiles y manifestaciones del 1 de mayo suelen reivindicar exigencias y reclamos de los trabajadores. Y eso es justo y adecuado, porque el mundo del trabajo no goza de la suficiente protección. El salario, la seguridad laboral, los seguros de enfermedad, el tiempo de parto y lactancia para la mujer, el sistema de jubilación tienen deficiencias y deben ser mejorados en muchos aspectos. Pero además de estas y otras reivindicaciones concretas, el mundo del trabajo debe abrirse a problemas estructurales graves que anulan los derechos laborales de la población. El trabajo informal, el subempleo, las labores del hogar y en el campo carecen en general de protecciones mínimas. Reclamar los derechos del trabajo formal olvidando a otros sectores de trabajadores y trabajadoras solo ratifica la injusticia estructural de la sociedad salvadoreña, que otorga algunos beneficios a unos mientras no valora ni protege a otros. En la práctica, el trabajo en el hogar, tan cargado sobre las mujeres, no está regulado, a pesar del extraordinario valor de las actividades de cuido para el desarrollo de las personas y para la convivencia social.
Aunque haya algunas críticas contra el neoliberalismo o contra empresarios concretos, el problema de la relación entre trabajo y capital no se trata a profundidad. El pensamiento de tradición comunitaria, incluido el de la Iglesia católica, parte de la prioridad del trabajo sobre el capital. Qué significa esto en las relaciones laborales concretas, no suele pensarse ni debatirse hoy en día. Sin negar el derecho del capital a recuperar inversiones y a tener lo suficiente para realizar otras, la redistribución de la riqueza no es justa ni decente en El Salvador. La desigualdad es hiriente y por diversos aspectos se puede decir que mucho empresarios creen que con dar a sus empleados lo mínimo para sobrevivir están cumpliendo con la función social que les corresponde. La prioridad del “destino universal de los bienes”, afirmación básica de la doctrina social de la Iglesia, es un tema tabú para el capital. Dar pasos hacia la justicia social, lema y finalidad de la Organización Internacional del Trabajo, debería ser la reivindicación clave cada 1 de mayo.
El papa Francisco decía recientemente que “el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día. No es posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado e instalarse, y disfrutarlo como si esa situación nos llevara a desconocer que todavía muchos hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos”. En nuestro contexto, el 1 de mayo debe tener como tema esencial acrecentar la solidaridad y la justicia social. El maltrato a los pobres, los bajos salarios, las exiguas pensiones, la avaricia, la negativa de muchos ricos a que se suba el impuesto sobre la renta a los más pudientes y la igualdad de derechos laborales de la mujer son temas que requieren una seria reflexión, o al menos generar inconformidad. Son también tareas de planificación, reivindicación y conquista. Nada mejor para el bien común que satisfacer las necesidades básicas de los trabajadores y garantizar el respeto a sus derechos y dignidad.