Un acto de justicia

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Editorial UCA
30/06/2017

En un país tan necesitado de buenas noticias, el nombramiento como cardenal del hasta el miércoles obispo auxiliar Gregorio Rosa Chávez es un baño de esperanza. Por primera vez en muchísimo tiempo, la noticia del día de los principales medios de comunicación fue positiva y del todo cierta. Tanto la cobertura de aspectos de la vida de Rosa Chávez como de la ceremonia de investidura en el Vaticano compitió con las noticias de violencia, corrupción y problemas fiscales que son el pan de cada día de la agenda mediática. La noticia fue sorprendente porque, según conocedores de la historia de la Iglesia, es la primera vez que un obispo auxiliar es nombrado cardenal. Antes se había investido sacerdotes con ese cargo eclesial, pero nunca antes a un obispo auxiliar.

Según monseñor Gregorio, el nombramiento fue, en lenguaje cristiano, una gracia, un regalo que nunca buscó ni esperó. A sus 74 años, confiesa, estaba pensando en renunciar como obispo auxiliar, algo que según las normas eclesiales puede hacerse al cumplir 75 años. Por eso el nombramiento le causó gran sorpresa, y su primera reacción fue de incredulidad. Contrario a lo que sucede en otras esferas sociales, como la política o el mundo empresarial, en las que se busca escalar sobre los demás sin reparar en la ética, el nombramiento como cardenal fue un regalo que monseñor Gregorio atribuye a la obra de nuestro beato Óscar Arnulfo Romero.

Por sus particularidades, el nombramiento se interpreta como un mensaje de la Iglesia en al menos tres vertientes. La primera, es un reconocimiento a la persona y a la trayectoria pastoral de Rosa Chávez, por su trabajo cercano a los más sencillos, por su fidelidad a toda prueba a la Iglesia y a sus hermanos en la jerarquía. Es un reconocimiento a su humildad y a su disposición de servir de la mejor manera desde donde la Iglesia disponga. Además, por su empeño constante en buscar salidas racionales y pacíficas ante el conflicto. Su trabajo por el fin de la guerra, junto a monseñor Rivera, puso a Rosa Chávez del lado de los que buscan el diálogo antes que las salidas de fuerza.

En segundo lugar, el cardenalato de monseñor Gregorio es un reconocimiento al modelo de Iglesia que él ha vivido; en definitiva, el modelo de Iglesia de monseñor Romero. Los cuatro símbolos de su escudo cardenalicio no dejan lugar a dudas: monseñor Romero, la Iglesia de mártires, la opción preferencial por los pobres y la Virgen María, madre de todos los cristianos y consuelo de los más humildes. En tercer lugar, el nombramiento muestra la preocupación de la Iglesia por la situación de El Salvador, que a 25 años de haber salido de una guerra fratricida sufre una ola de violencia y criminalidad que se ceba diariamente sobre todo en las familias pobres.

El país se alegra. Y no solo los católicos; muchos entienden este reconocimiento como un acto de justicia. Justicia con Gregorio Rosa Chávez, con la Iglesia martirial de monseñor Romero, con los perdedores y excluidos de nuestra historia. Pero alegrarse con este acontecimiento sin atender a las opciones del nuevo cardenal, sus palabras por la paz y el diálogo, su opción preferencial por los pobres y su trabajo por la justicia, sería algo solo simbólico y vacío. Si se le reconoce como merecedor de este don, hay que atender a sus palabras y a su testimonio de vida, hoy más visibles que nunca.

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Anónimo
05/07/2017
14:47 pm
Carlos no seas ignorante.
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Anónimo
01/07/2017
06:34 am
No se en que se basa la esperanza en ese nombramiento: Honduras y Nicaragua han tenido cardenales desde hace rato y su condición no ha cambiado mucho.
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