Pasaron las elecciones. Los comentarios ensalzarán triunfos, mostrarán fracasos, harán críticas. Acostumbrados ya a una gestión técnica transparente, la lentitud y poca eficiencia del actual Tribunal Supremo Electoral a la hora de informar ganará numerosas críticas, y con razón. Pero en medio de los normales comentarios de sorpresas y cálculos, conviene una vez más reflexionar sobre los partidos. Un político militante de larga data, y que hoy trabaja en el Ministerio de Relaciones Exteriores, decía en la víspera de las elecciones que en El Salvador el sistema de partidos políticos apesta. En otras palabras, que hay podredumbre, corrupción en ellos, al menos en referencia a lo que debería ser una buena organización democrática partidaria.
Efectivamente, nuestros partidos políticos tienen una estructura interna sumamente autoritaria y mínimamente transparente. La Comisión Política del FMLN y el Coena de Arena podrán tener un discurso muy diferente y muchas veces opuesto, pero en cuanto a estructura interna autoritaria son muy parecidos. Ni hablar de los partidos pequeños, donde con frecuencia el que pone el dinero, la negociación o los contactos se convierte en una mezcla de cacique y mercader político. Es una terrible contradicción que quienes tienen la responsabilidad constitucional de gestionar la democracia en El Salvador tengan internamente una estructura y estatutos autoritarios y mínimamente democráticos. El miedo a elecciones internas dentro de los partidos es evidente. Y los nombramientos vienen de arriba, una vez aprobada la confiabilidad ideológica de parte de las cúpulas o las aportaciones económicas de los aspirantes a participar en los partidos. Cada vez más el dinero —de distintas maneras en cada caso— tiene un poderío mucho mayor que la opinión y el debate, incluso de los propios militantes. “Dinero es poder”, dice un viejo adagio, y los partidos tienden a rendirse ante él.
La falta de transparencia añade posibilidades no solo de autoritarismo, sino de corrupción. Quienes han aprobado leyes de transparencia para las instituciones estatales o están encargados de velar por ella se oponen con frecuencia a ser transparentes con excusas increíblemente bobas, despreciando así al ciudadano. Y además son muy poco transparentes en lo que corresponde a asuntos del propio partido. La negativa a informar sobre la proveniencia de fondos es clara. Y en algunos partidos sirvió, durante un tiempo, para robar y estafar al pueblo salvadoreño, como cuando en la administración de Francisco Flores se desviaron hacia Arena, sus intereses y propaganda, donaciones económicas dadas en favor de damnificados. Es obvio que no son democráticos los partidos que ejercen el poder sin transparencia, de un modo claramente autoritario, con cúpulas no refrendadas por sus bases y con un sistema de selección oscuro, y a veces poco comprensible, de las personas que optarán a cargos públicos en los eventos electorales. Y donde no hay formas democráticas ni transparentes florece rápidamente el amiguismo, los favores y las complicidades. En definitiva, la corrupción. No es extraño, en ese sentido, que se haya dicho que el sistema de partidos apesta.
Sin embargo, si queremos vivir en democracia, necesitamos a los partidos políticos. E incluso hay que reconocer que dentro de estos hay personas asqueadas de este modo de funcionar. Un mayor acercamiento entre la sociedad civil y los miembros de los partidos deseosos de cambiar las cosas, amantes de la transparencia y la democracia interna, es indispensable para regenerar la política en El Salvador. Pero para ello es necesario poner en el debate público la transparencia y la democracia interna de los institutos políticos. Solo así lograremos desechar el olor a podrido que despiden.