Una encíclica para la reflexión en El Salvador

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Editorial UCA
24/06/2015

La encíclica del papa Francisco, Laudato si, une con habilidad, ciencia y precisión valores morales y religiosos con cuestiones científicas sobre el medioambiente. Muchas de ellas nos tocan con enorme fuerza. Leer con calma este documento eclesial nos hará bien a todos los que buscamos una ciudadanía más consciente y más preocupada por abordar y encontrarle solución a los problemas de fondo de El Salvador.

De entrada, la carta relaciona la ecología con la justicia. Y es que, en efecto, hay ambiciones e idolatrías de consumo y de dinero que llevan a tomar decisiones económicas y empresariales que terminan dañando severamente tanto al medioambiente como a los más pobres de nuestras sociedades. El destino universal de los bienes de la creación, principio rector de la ética, según el papa, exige un acceso universal a estos acorde a la dignidad humana. La depredación del medioambiente, con el calentamiento global, la subida de los mares y el empeoramiento del clima, acaba golpeando con más severidad siempre a los pobres. Al respecto, la encíclica no deja dudas: “No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza”.

Los temas que toca el documento son de relevancia global. El acceso universal y de calidad al agua potable es considerado un derecho fundamental y una base para que se cumplan otros derechos esenciales. Con ello queda en evidencia que tenían plena razón las organizaciones salvadoreñas que exigían que el derecho al agua se tornara constitucional porque abre el camino para otros derechos reconocidos en la Carta Magna, como la salud, la educación, la igualdad y la vida digna. En el país, aún hay demasiadas viviendas que no tienen servicio de agua potable ni acceso seguro y permanente a ese recurso. La tendencia a privatizar el agua, encareciéndola y casi convirtiéndola en un lujo, es un verdadero peligro para otro de los grandes principios consagrados en la Constitución: la justicia social. Las palabras del pontífice, dichas a nivel universal, tienen una grave resonancia en el caso salvadoreño: “Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable”.

En el texto, la minería tiene también su referencia cuando se critica a algunas empresas transnacionales que “al cesar sus actividades y al retirarse, dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como la desocupación, pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales, deforestación, empobrecimiento de la agricultura y ganadería local, cráteres, cerros triturados, ríos contaminados y algunas pocas obras sociales que ya no se pueden sostener”. La minería a cielo abierto, que todavía insiste en establecerse en nuestro país, cabe dentro de esa descripción. Por otra parte, la producción de energía sostenible, no basada en hidrocarburos, es apoyada por el obispo de Roma. Pero insiste en que los países ricos tienen una deuda ecológica con los pobres y que, por eso, deberían apoyarlos firmemente en la transformación energética, aportando recursos y tecnología. Porque los países ricos han crecido y se han desarrollado en buena parte “a costa de la contaminación actual del planeta”.

Ante estas situaciones, Francisco señala responsables y pide diálogo verdadero: “La política y la economía tienden a culparse mutuamente por lo que se refiere a la pobreza y a la degradación del ambiente. Pero lo que se espera es que reconozcan sus propios errores y encuentren formas de interacción orientadas al bien común. Mientras unos se desesperan solo por el rédito económico y otros se obsesionan solo por conservar o acrecentar el poder, lo que tenemos son guerras o acuerdos espurios donde lo que menos interesa a las dos partes es preservar el ambiente y cuidar a los más débiles”. Frente a esa incapacidad de diálogo entre políticos y poderosos, el papa nos invita a colaborar, presionar y responsabilizarnos para que haya un verdadero apoyo al bien común. Y al felicitar a las instituciones de la sociedad civil que luchan en favor del medioambiente, nos dice a todos que “vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana”. Ojalá sepamos leer y reflexionar este documento para trabajar en El Salvador, con honestidad y lucidez, por la defensa del medioambiente y la justicia social.

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