El sábado pasado, la arquidiócesis de San Salvador entregó a una nutrida asamblea el Plan Pastoral 2019-2024, que contiene el proyecto de crecimiento en la fe, en la evangelización y en el servicio al prójimo para los próximos años. Un proyecto con múltiples facetas: desde el desarrollo de la identidad cristiana al apoyo a reformas estructurales que hagan más presente la justicia social. Por ejemplo, al hablar de los “forjadores de nuestra sociedad”, se apuesta en favor de que sean “constructores de la civilización del amor”. Llevar un “proyecto de vida en solidaridad”, respetar “los derechos humanos, superando la exclusión y la impunidad”, y al mismo tiempo practicando y comprometiéndose con “la justicia, la solidaridad y la verdad”, son concreciones de esa esperanza y esfuerzo que trata de convertir a todos los cristianos en forjadores de una sociedad renovada.
El Plan Pastoral no parte de cero. El documento retoma la historia solidaria y martirial del arzobispado desde los ya lejanos tiempos de monseñor Luis Chávez y González, pasando, por supuesto, por la figura de nuestro santo Romero y sus sucesores. Además, parte de las preocupaciones del pueblo salvadoreño y de la sensibilidad de los cristianos insertos en la historia actual. Para ello, el Plan se realizó desde un diálogo muy amplio entre laicos de diversos sectores sociales, sacerdotes inmersos en la realidad sufriente de nuestra gente y religiosas generosas y hondamente cercanas a la vida de los salvadoreños. En una asamblea de tres días, este grupo diverso y rico en experiencia debatió el año pasado sobre la pobreza, la violencia, la desigualdad y la corrupción, y todos los efectos derivados de estas situaciones. Y en ese marco, la historia martirial de nuestra Iglesia y el permanente compromiso de muchos jóvenes y adultos dieron pie a un espíritu de esperanza comprometida.
Las conclusiones plasmadas en el documento tratan de relanzar una vez más a la Iglesia hacia la realidad. Se trata de anunciar la palabra y los valores del Evangelio como fuente de transformación de la sociedad. El Plan une elementos de piedad centrados en Jesucristo con aplicaciones muy concretas, como reconstruir el tejido social, roto por la corrupción y la violencia, así como promover la justicia restaurativa. La conversión personal, clave para ser discípulo y misionero de Cristo, debe llevar también a acompañar procesos sociales de liberación a corto, mediano y largo plazo. Un laicado instruido y consciente, formado teológicamente, se presenta como la mejor manera de impulsar la construcción del Reino de Dios. Y toda esta tarea quiere la Iglesia realizarla sin olvidar la cercanía con el pueblo salvadoreño, de tantas formas crucificado a lo largo de la historia y en el que Dios se manifiesta siempre. Resulta así indispensable una espiritualidad samaritana que lleve a comprometerse con las víctimas de la injusticia y a atender especialmente a los afectados por la violencia.
El Plan Pastoral muestra que hay esperanza en El Salvador. Con todo y los fallos de las Iglesias, lo cierto es que la gente expresa en las encuestas de opinión una confianza en las distintas confesiones eclesiales muy superior a la que siente respecto a otras instituciones políticas o sociales. No es solo la fe tradicional de los salvadoreños lo que los lleva a confiar, sino la presencia solidaria y permanente de las Iglesias en medio de las dificultades. Al cerrar el encuentro en el que se repartió el Plan, el arzobispo, monseñor José Luis Escobar, recordó la necesidad de seguir como Iglesia defendiendo los derechos y el bienestar de la gente. Mencionó los pasos dados en la lucha contra la minería metálica y animó a continuar con el mismo espíritu defendiendo el derecho de toda la ciudadanía al agua. Una Iglesia activa, comprometida y solidaria es factor decisivo en la construcción de un futuro y de una sociedad justos, fraternos y abiertos al desarrollo equitativo.