Aunque en el primer trimestre de 2015 el crecimiento fue menor que el del año pasado, el importe de las remesas sigue aumentado anualmente en nuestro país. Esta tendencia ascendente es una buena noticia para la economía de muchas familias y para la economía nacional misma, en especial ahora que está dolarizada y que la balanza comercial es muy deficitaria. Sin embargo, detrás de las remesas hay factores negativos que deben ser considerados. La migración, que en la mayoría de casos se hace sin papeles, no es lo mejor para los salvadoreños que dejan a su familia y abandonan su ambiente cultural y social para iniciar una nueva vida en otra tierra. Los que hoy emigran son principalmente jóvenes que no ven oportunidades acá, no solamente por la falta de trabajo, sino por el asfixiante ambiente de violencia que impera en muchos barrios populares y zonas rurales.
Esos jóvenes no se van por el deseo de vivir el sueño americano ni por desamor a su patria; en la gran mayoría de casos, se van porque no tienen alternativa. Pero el compromiso de los migrantes con sus familias es firme y de ello dan fe los más de 330 millones de dólares que en suma envían mensualmente al país. Dineros que no siempre son utilizados de la mejor manera y que en su mayor parte no se quedan en El Salvador, sino que salen a través del consumo de productos importados, de pagos a los restaurantes de franquicia y de altos gastos en telefonía celular.
Son varias las causas que fuerzan a la migración de los jóvenes. Una de las principales es el alto índice de desempleo que viven, cuyas cifras casi duplican el desempleo general. Además, un reciente estudio a nivel latinoamericano señala que seis de cada diez jóvenes de la región trabajan en el sector informal. Es decir, más de la mitad no cuentan con un empleo formal. Según cifras de la Fundación para la Educación Integral Salvadoreña (Fedisal), en el área urbana del país más de 150,000 jóvenes trabajan en el sector informal. Y esto sucede porque no se crean suficientes empleos y porque muchos no tienen la formación académica que los empleadores exigen. Ante tal precariedad, que se conjuga con el acoso de las pandillas, no es de extrañar que los jóvenes decidan emigrar.
La OIT advierte que “el desempleo juvenil es (...) apenas la punta del iceberg del problema de falta de oportunidades para quienes recién inician la vida productiva”. Y hace un urgente llamado a que las autoridades no solo se preocupen por esta situación, sino que pasen a la acción y apliquen las políticas necesarias para superarla. Eso de modo que se contribuya tanto a crear empleos para los jóvenes como a ofrecerles más oportunidades educativas, lo cual sin duda tendrá un impacto positivo en varios aspectos. Si aumentan las oportunidades de formación, aumentarán las posibilidades de empleo. Si disminuye la informalidad del empleo y se incrementa el trabajo decente para los jóvenes, disminuirán también la emigración y la delincuencia juvenil.
La población salvadoreña es mayoritariamente joven. No podemos seguir diciendo que la juventud es el futuro del país y no hacer nada para que realmente puedan contribuir a ese futuro, más allá de enviar remesas. Hay que crear las condiciones para que esa afirmación tenga sustento, pues la realidad nos dice que nuestra juventud no tiene futuro o lo tiene muy sombrío. Cambiar ese panorama requiere de la decisión del Gobierno y del sector empresarial; y pasa por creer que los jóvenes tiene un gran potencial, tal y como lo afirmó Elizabeth Tinoco, directora de la OIT para América Latina y el Caribe: “Estamos hablando de aprovechar el potencial de la generación más preparada que hemos tenido en nuestra historia. Los jóvenes pueden hacer una contribución esencial para la reducción de la pobreza, para combatir la desigualdad y para contribuir con un crecimiento económico sostenible”.