León XIV tiene un perfil interesante. Fue uno de los últimos nombramientos del papa Francisco. Tanto en la dirección de los dicasterios o congregaciones romanas como en el cardenalato, su designación no pasa de los tres años. Podría decirse que pertenece al grupo seleccionado por Francisco para el relevo generacional. Como muchos de los así elegidos, fue traído de un lugar donde no estaba haciendo carrera. Nacido en Estados Unidos, es miembro de una orden, los agustinos, inspirada en uno de los más grandes pensadores tanto de la Iglesia como de la reflexión humanista; trabajó en América Latina como sacerdote y como obispo durante una buena cantidad de años. De ese contexto, tan vinculado a las experiencias pastorales, lo llevó Francisco a un puesto clave en la Iglesia, el Dicasterio para los Obispos, responsable de analizar y proponer a los mejores candidatos para el episcopado.
Su conocimiento del mundo latino le ayudó a León XIV a entender a los migrantes y a solidarizarse con ellos. Su capacidad de decir claramente su opinión, su amor a los pobres y su cercanía al diálogo lo preparan para ser un buen guía de una Iglesia que necesita mantener una palabra evangélica clara en el convulsionado y beligerante mundo actual. Los valores agustinianos, sin duda fuertemente vividos tanto en sus estudios como en su oración, lo disponen para enfrentar los retos de la Iglesia. “Habitar en la casa unánimes y con un solo corazón y una sola alma dirigidos hacia Dios”, norma básica agustiniana, impulsa al amor, la fraternidad y a cuidar la casa común. La conocida frase de san Agustín en sus reflexiones sobre la Trinidad: “Busquemos como buscan los que aun no han encontrado y encontremos como encuentran los que aún han de buscar”, marca una actitud indispensable para el gobierno de la Iglesia actual. La respuesta a los desafíos que la historia hace a la Iglesia no puede consistir en cerrarse en el pasado, sino en buscar respuestas que abran a nuevas realidades y a nuevas búsquedas.
León XIV tiene claro que la comunión entre los seres humanos está reñida con el egoísmo de las grandes potencias y con el discurso xenófobo. Sus breves mensajes como cardenal, corrigiendo las afirmaciones erróneas del presidente y vicepresidente estadounidenses sobre temas migratorios, han sido claros. Sabe que la ambición depredadora de los poderosos está en la base de diferentes y peligrosas situaciones medioambientales. Su elección del nombre León empalma con una historia de transformación en la Iglesia. Después de una larga etapa eclesiástica en el siglo XIX, en la que la jerarquía, acostumbrada a hablar desde el poder, no encontraba el modo de relacionarse con el mundo, León XIII abandonó la peligrosa tendencia a la condena sistemática y comenzó a hablar de las nuevas realidades del mundo desde la inspiración evangélica y la sabiduría de la experiencia. Surgió con él, y continuó desarrollándose con sus sucesores, la doctrina social de la Iglesia, que traducida al ámbito latinoamericano por el episcopado del subcontinente ha dado frutos de desarrollo y múltiples testimonios martiriales. Elegir el nombre de un papa que abrió la Iglesia al diálogo con el mundo es comprometerse a continuar el camino del Concilio Vaticano II. Un camino de reforma interna permanente, en el que se vive y anuncia el Evangelio; un camino de diálogo orientado a construir un mundo más fraterno, más justo y más cuidado por todos en beneficio de todos.