Por primera vez en los seis años de gobierno de Nuevas Ideas se ha dado un confluencia de hechos que erosionan con fuerza la popularidad gubernamental. La economía golpea a los sectores populares y de clase media vulnerable; es decir, al 75% del la población. A ello se suma, por un lado, una ola de despidos en las dependencias del Estado que crean resentimiento con las autoridades y dañan a las familias; y por otro, el Ejecutivo ha dado pie a un mayor deterioro medioambiental. Si bien es cierto que algunos proyectos de desarrollo causan daño a la naturaleza, se puede y debe buscar siempre reponer y mejorar el medioambiente. Lejos de ello, ni se ven, ni se conocen planes serios para proteger los pocos recursos naturales de los que aún dispone el país. Aprobar la posibilidad de minería metálica a cielo abierto es condenar a El Salvador a un deterioro que llevará a más pobreza y más migración. El relato de un horizonte de riqueza extraordinaria gracias al oro y otros minerales raros no es más que fantasía y propaganda. Los riesgos y los daños asociados a la minería son mucho mayores que la ganancia que se pueda conseguir.
Y a todo lo anterior se añade el tema de los derechos humanos. Las recomendaciones de la mayoría de naciones que conforman el Consejo de Derechos Humanos de la ONU piden al país un sistema de justicia decente y el fin de los abusos que produce el permanente régimen de excepción. Cada vez más salvadoreños se preguntan si es necesaria una estructura legal tan plagada de injusticias para mantener la seguridad ciudadana conseguida. Que un alto porcentaje de presos tenga que ser alimentado por sus familiares y que estén prohibidas las visitas, incluso de los abogados, resulta escandaloso en cualquier Estado de derecho. Y de ello comienzan a cobrar conciencia cada vez más compatriotas. Además, se cierne sobre el país un futuro difícil si se cumplen las amenazas del presidente Trump de expulsar a millones de migrantes. Es posible que Nayib Bukele, gracias a su relativa cercanía con Trump y con el nuevo secretario de Estado, Marco Rubio, pueda atajar la crisis. Pero la amenaza está ahí, y una baja en las remesas implicaría un duro golpe para las economías nacional y familiar. Esto sin hablar del drama que supondría la llegada de miles de compatriotas con escasas posibilidades de incorporarse a la vida productiva.
La conjunción de estos problemas ha erosionado la popularidad de Bukele. Aunque aún goza de mucha popularidad, ha llegado a su nivel más bajo. Y no hay ninguna señal de que la intensidad de estos problemas vaya a disminuir. Dar regalos quizás aminore la baja en el apoyo de la ciudadanía. Pero ninguna dádiva será suficiente para maquillar las carencias estructurales del país. El diálogo es el único camino de solución en el mediano y largo plazo. Las soluciones autoritarias cansan. Si bien no es del agrado de Bukele recordar los Acuerdos de Paz, estos continúan siendo un ejemplo de lo que son capaces la razón y el deseo de un mejor futuro para todos. Dar marcha atrás en algunas acciones y abrirse a la búsqueda de un sano entendimiento con la sociedad es mucho más sabio que tratar de imponerse con base en propaganda mentirosa, regalos o la fuerza bruta.