Verdadero patriotismo

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Editorial UCA
15/09/2021

Este 15 de septiembre celebramos el bicentenario de la firma del acta de la independencia de Centroamérica, que dio pie al surgimiento de las naciones del istmo, desde Guatemala hasta Costa Rica. No se discutirá acá si a lo largo de estos doscientos años los países centroamericanos han sido realmente independientes y soberanos. Más bien interesa reflexionar sobre el significado de ser hijos e hijas de una patria, El Salvador, joven, en construcción y en crisis permanente. En este mes es común exaltar los llamados “valores patrios”, pese a que no hay mucha claridad sobre cuáles son. Se suele pensar que están referidos a la identificación con los símbolos asociados a El Salvador: la bandera, el himno, la flor o el pájaro nacional; símbolos en los que algunos incluyen hasta la selección nacional de fútbol o la Fuerza Armada. Otros piensan que los valores patrios son el respeto a los próceres y a las tradiciones y creencias más comunes del país.

En lo que hay coincidencia es en que el valor patrio por excelencia es el patriotismo, el amor a la patria. Sin embargo, en no pocas ocasiones a lo largo de nuestra historia, este amor a la patria ha sido mal comprendido o tergiversado, entendiéndose como lealtad ciega a los gobernantes y aceptación incondicional de las políticas que ellos impulsan. En contrapartida, los críticos, los que se oponen a los abusos del poder y defienden los derechos que los gobernantes y las minorías privilegiadas niegan a muchos de nuestros compatriotas, fácilmente han sido y son tildados de antipatriotas, enemigos internos de la nación.

La historia de El Salvador está marcada por la confrontación entre los intereses de las élites políticas y económicas, y el bien común. Una confrontación que se ha saldado con la exclusión de la mayoría de la población de las decisiones políticas, los beneficios económicos y el desarrollo humano. Una pugna en la que quienes ostentan el poder dicen ser verdaderos patriotas y acusan al resto de vendepatrias, traidores, vagos, haraganes, ingratos o ignorantes. En este marco, la mayoría excluida ha mostrado con creces su amor a su patria: trabajando de sol a sol para producir los alimentos que consume el país, a pesar de que ello no les permite más que sobrevivir; saliendo a trabajar cada día por un salario que apenas alcanza para adquirir la canasta básica; formando a la niñez y a la juventud con gran entrega y generosidad en condiciones inadecuadas y sin los instrumentos necesarios; atendiendo a los más humildes en las clínicas y hospitales de la red pública; cuidando a la población, con rectitud y honestidad, como guardias de seguridad o policías. Precisamente por amor a la patria, no pocos han tenido que abandonarla para buscar en otro lado lo que acá se les niega, y desde allá envían las remesas que mantienen a flote la economía nacional y la de sus familias.

En otras palabras, la gran mayoría, tanto fuera como dentro del país, muestra su patriotismo sin necesidad de reconocimientos, y se sienten orgullosos de ser salvadoreños aunque su patria los excluya. Ahora bien, en los tiempos de crisis, en las encrucijadas históricas, el patriotismo se expresa buscando el mayor bien para la gente, para toda la gente, pero en especial para quienes han sido despreciados y marginados históricamente. También señalando las decisiones contrarias al bien común y a la construcción de un país sin miseria y sufrimiento. Este patriotismo, por supuesto, nunca será entendido por el poder, porque se convierte en una piedra en el zapato que estorba a la hora de emprender proyectos excluyentes y antidemocráticos.

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