Cuando en el Nuevo Testamento se habla de las cualidades que han de tener los obispos, se mencionan, entre otras, las siguientes: persona intachable, marido de una sola mujer, sobrio, modesto, cortés, hospitalario, buen maestro, amable, pacífico, desinteresado. Todo ello apunta hacia un liderazgo ético, en función del ministerio que se le encarga: cuidar la comunidad como un pastor cuida a su rebaño. Cuidado que se expresa en el modo de ser misericordioso allí donde están las víctimas, los empobrecidos, los maltratados por la vida o por la injusticia. Pues bien, hace unos días, el papa Francisco se encontró con un grupo de nuevos obispos que participaban en un curso anual de formación en Roma. Ahí les ha exhortado, ante todo, a hacer pastoral la misericordia a través de su ministerio, a que la misericordia sea accesible, tangible, y operativa. En esta línea, hizo tres recomendaciones que han de tener muy en cuenta todos aquellos que tienen el cargo (función) y el encargo (responsabilidad) de ser obispos.
En primer lugar, ha invitado a hacer de este ministerio un icono de la misericordia, “la única fuerza capaz de seducir y atraer permanentemente al corazón humano”. A este respecto, el papa remarca uno de sus criterios fundamentales, al que suele recurrir cuando habla de nueva evangelización y de la transmisión de la fe: la Iglesia no crece por proselitismo, sino “por atracción”. La que se deriva de una vida animada por el amor, la verdad y la justicia. Por consiguiente, advierte, no se trata de atraer hacia uno mismo. Recuerda que el pueblo de Dios tiene olfato y “se aleja cuando reconoce a los narcisistas, a los manipuladores, a los defensores de sus propias causas, a los proclamadores de cruzadas vanas”. Se trata, entonces, de ir en un sentido inverso, de secundar a Dios, siendo testigos de su amor sin barreras y de su misericordia sin límites.
En segundo lugar, Francisco pidió a los obispos ser capaces de “iniciar” a los que les han sido encomendados. “Una vez aferrados por la misericordia divina, esta exige un recorrido, un camino, una senda, una iniciación”. De ahí la urgente necesidad de recuperar y desarrollar una consistente formación del pueblo de Dios. En la actualidad, nos recuerda el papa, “se pide demasiado fruto a árboles que no están lo suficientemente cultivados. Se ha perdido el sentido de la iniciación, y sin embargo, a lo más esencial de la vida se accede solo a través de la iniciación”. En consecuencia, de los obispos se espera que enseñen con calma, extensamente y en profundidad lo primordial de la misericordia, que, en definitiva, es centrarse en la persona de Jesús, misericordia entrañable del Padre. Y ello requiere una iniciación y un camino guiado con respeto, perseverancia y paciencia, que son los signos que distinguen al buen pastor del mercenario.
La última recomendación fue que los obispos sean “capaces de acompañar”. Acompañar a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. En este punto, el papa remite a la parábola del buen samaritano:
El samaritano que se abre… tocado por la misericordia frente a aquel hombre, sin nombre, caído en manos de los ladrones. Primero fue este dejarse desgarrar por la visión del herido, medio muerto, y después llega esa serie impresionante de verbos […] Hacer pastoral la misericordia es conjugarla en verbos, hacerla palpable y operativa.
Francisco se centra en uno de los verbos conjugados por el samaritano: “acompañar”: “Él acompaña a la posada al hombre que se encontró por casualidad, se hace cargo de su destino. Se interesa por su recuperación y por su futuro…”. Y desde esta provocativa parábola, el papa ha pedido a los obispos ser pastores con el corazón herido y, así, dedicarse a la humilde tarea de acompañar al ser humano sufriente. Los obispos han sido exhortados a mirar la vida con los ojos de las víctimas, como Jesús, para quien la mejor metáfora de Dios era la compasión por los que sufren. Y la única manera de ser como Dios y de actuar de manera humana era actuar como aquel samaritano.
Estos llamados del papa a los obispos, a ser testigos de la misericordia, a ver y enseñar sus caminos y acompañar a las víctimas, nos recuerdan el itinerario episcopal del beato Óscar Romero. Hablando de la autoridad que tiene un obispo decía:
La autoridad en la Iglesia no es mandato, es servicio. ¡Qué vergüenza para mí, pastor! Y le pido perdón a mi comunidad cuando no haya podido desempeñar, como servidor de ustedes, mi papel de obispo. No soy jefe, no soy un mandamás, no soy una autoridad que se impone. Quiero ser el servidor de Dios y de ustedes.
Al referirse a Jesús como un maestro que ofreció sus enseñanzas a un pueblo mal guiado por los escribas y fariseos, comentó: “Al desembarcar, Jesús vio una multitud y sintió compasión por ellos, porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles con calma. No había prisa, ya no había cansancio, las ovejas lo requieren. Este sí que es buen pastor”.
A ese buen pastor trató de imitar monseñor cuando en sus homilías se puso a anunciar y realizar el Evangelio en toda su plenitud y con plena encarnación, como afirmaba el padre Ignacio Ellacuría. Y sin duda que monseñor Romero vio el sufrimiento de los pobres con los ojos de la misericordia. En una de sus homilías dice: “Lo que me importa es que el pastor tiene que estar donde está el sufrimiento, y yo he venido […] donde hay dolor y muerte, a llevar la palabra de consuelo para los que sufren”.