A inicios de julio, El Faro publicó dos reportajes que ilustran la falta de relación entre salario mínimo y satisfacción de necesidades básicas. No son reportajes llenos de estadísticas, números y porcentajes que no se entienden claramente, sino textos en los que la pobreza, la precariedad, la injusticia salarial tienen nombre, apellido, edad. La pobreza y la injusticia tienen sentimientos; y sentimientos de dolor, tristeza y depresión. Tienen una voz que clama por ayuda para mejorar la calidad de vida. Clama porque el dinero no alcanza para comprar alimento, pagar los recibos de servicios básicos, dar educación a sus hijos e hijas; en fin, no alcanza para nada.
Estas voces de la pobreza y la injusticia no piden autos de lujo, cenas en restaurantes caros, viajes por el mundo, ropa de marca. Lo que piden es un poco más de lo poco que tienen. Para muestra un botón: el salario que gana un trabajador de maquila es de $196.84; cada catorcena recibe $89 líquidos (ya con los descuentos de ley). Un salario que no cubre, ni por cerca, la canasta básica alimentaria, cuyo costo, según la Digestyc, es de $143.22 en el área rural y de $201.55 en el área urbana. Mucho menos alcanza para una educación de calidad, un servicio de salud adecuado, recreación, vestimenta adecuada. No alcanza para para vivir, porque estas familias no viven, sobreviven.
El tema del aumento al salario mínimo debe de ser afrontado ya. Pero desde una perspectiva de justicia que dignifique el trabajo de los salvadoreños. En el mes de junio, durante la reunión del Consejo Nacional del Salario Mínimo, los representantes de los trabajadores y los de la empresa privada acordaron un aumento al salario mínimo del 15%, que sería efectivo aumentando el 5% anual en los próximos tres años. El acuerdo aprobado significaría, revela El Faro, que quienes trabajan en el campo recibirían en el primer año 20 centavos diarios adicionales, 33 centavos quienes trabajan en las maquilas, 37 centavos los del sector comercio y servicios, y 41 centavos los trabajadores de las industrias.
Las historias que se plantean en los reportajes son duras e indignantes. Y dan idea de la desigualdad en la manera de repartir los ingresos cuando se contraponen con el gasto total en viajes y viáticos de los diputados durante los primeros 10 meses de su período de legislación: $233,138.46. ¿Qué nos dice esto? Que esta sociedad está enferma. Enferma de avaricia, de desigualdad, de injusticia, de egoísmo, de indiferencia. Y quienes sufren las consecuencias de esta enfermedad son los más pobres y marginados del país. Son ellos a quienes les hemos negado (“hemos”, porque es responsabilidad de todos y todas) sus derechos. Derecho a la alimentación, a la educación, a la salud, a la recreación y al sano esparcimiento; les hemos negado el derecho a la vida.
Es necesario hacer un llamado a la unidad, a la misericordia, y, sobre todo, a la lucha por la justicia. Es urgente que se pase de la desigualdad a la igualdad. Todos los salvadoreños tenemos derecho a una vida digna, y para ello es necesario recibir un salario justo. Los jóvenes debemos conocer la injusticia, la tristeza, el dolor, la realidad inhumana que las mayorías viven. Porque solo así se puede dejar de lado la indiferencia, solo así nace el deseo de cambiar esa realidad. Como dijo el padre Jon de Cortina, “nos hace falta vivir en pobreza. Nos hace falta hacer nuestra la causa de los pobres. Esto significa defender los derechos de los pobres”.