Todos conocemos la ley de la acción y la reacción, formulada por Newton. Pero, por si acaso, es bueno recordarla. Decía el físico que cuando un objeto aplica una fuerza sobre otro objeto, la reacción del segundo es de la misma intensidad, pero en sentido contrario a la fuerza aplicada por el primero. Desde Max Weber, esa ley se utiliza para analizar los dinamismos sociológicos. Y puede servirnos, al menos parcialmente, para explicar algunas de las situaciones coyunturales por las que estamos pasando. Evidentemente, podríamos recorrer casi toda la historia de El Salvador haciendo arreglos entre la ley de la física y nuestra historia nacional. Pero en este momento nos remitiremos exclusivamente a los últimos 30 años y la situación actual.
Durante los tres últimos decenios hubo una fuerte acción por construir un Estado formalmente democrático, pero plagado de corrupción, prepotencia por parte de los económicamente poderosos e impunidad ante crímenes de lesa humanidad. Esa contradicción permanente entre la formalidad democrática, en la que hubo avances, y la permanencia del abuso del poderoso y de la despreocupación real por los pobres fue levantando una indignación social y un cansancio ciudadano que determinó el triunfo electoral del actual presidente, que se presentaba como el único que podía reaccionar contra la corrupción reinante y el abuso de los fuertes. Su partido, apoyado en el nombre y la figura del mandatario, consiguió un triunfo electoral espectacular en las elecciones legislativas.
Aunque hasta aquí todo podría parecer claro, el problema surge cuando vemos el tipo de reacción a la acción de los 30 años de abuso. La reacción no se ha dirigido a combatir los males estructurales con los que se había oprimido a los más pobres y vulnerables de la sociedad, sino simplemente a destruir las fuerzas políticas que habían servido de instrumento validador de los abusos. Algunos ejemplos nos ayudan a entender esto último. La pobreza y la desigualdad son parte del abuso sufrido, pero no se las combate con una buena ley progresiva de impuestos. Se toca la riqueza adquirida por los políticos, pero no la de los millonarios a cuyo servicio estaban. La corrupción no solamente fue patrimonio de los políticos de la hoy llamada oposición, pero se les castiga exclusivamente a ellos.
Gozan de amnistía de facto quienes abandonaron sus partidos corruptos para sumarse a Nuevas Ideas, no importando que hayan participado en la corrupción. El poder económico amigo de los partidos tradicionales queda ahora impune. Aunque haya sido parte del abuso, si pacta amistosamente con el nuevo poder, puede seguir destruyendo reservas ecológicas o enriqueciéndose inmoderadamente en medio de la pobreza del país. El sistema judicial y fiscal fue, en su condición de sistema, no solo un gran aliado de la corrupción, sino parte de la misma. Aun teniendo personal decente en sus filas, bastaba controlar, muchas veces con dinero, las cúpulas del sistema para convertir en corrupta la institucionalidad.
No se persigue a quienes dictaron sentencias injustas o inconstitucionales, a quienes recibían 20 mil o más dólares mensuales para mantener la fidelidad de la Corte Suprema de Justicia. Simplemente se pone al frente del sistema a personas dóciles ante el Ejecutivo y se mantiene el mismo esquema de control judicial. Se persigue, y con razón, a quienes recibieron sobresueldos mientras mentían descaradamente al pueblo salvadoreño, pero se deja en la impunidad a quienes también se lucraron de la partida secreta si cambiaron el color de su camiseta partidaria por el cian.
La reacción a una acción previa es normal. Pero en política lo fundamental es que las reacciones frenen la violencia de los futuros movimientos reactivos. En ese sentido, las reacciones a los abusos del pasado requieren siempre diálogo con las víctimas y garantías de no repetición. Poco de eso se ve en el actual Gobierno reactivo. Para el desarrollo humano es indispensable lograr que las reacciones toquen las causas de los problemas, corrijan estructuralmente las injusticias y eviten ser arbitrarias, violentas, vengativas o furiosas. Si eso no se consigue, el fenómeno acción-reacción puede convertirse en una espiral de subdesarrollo.
* José María Tojeira, director del Idhuca.