Centenario de un obispo profeta y mártir

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Como sabemos, Óscar Arnulfo Romero nació en Ciudad Barrios, San Miguel, a las 3 de la mañana del 15 de agosto de 1917. Sus padres eran Santos Romero y Guadalupe de Jesús Galdámez. Este mes se cumplen 100 años de su nacimiento. Como seguidor ejemplar de Jesús de Nazaret, unificó en su ministerio Dios y mundo, fe y justicia, pasión por Dios y compasión por el pobre. Esto hizo de monseñor Romero un auténtico discípulo misionero de la fe cristiana, un santificador del pueblo, un humanizador de la realidad y un profeta de la justicia. Ahora bien, esta vida extraordinaria, que cada vez cobra más dimensión universal, tuvo un comienzo insignificante.

Así se relata en una de las anécdotas recogidas en el libro de María López Vigil Piezas para un retrato.

—¡Viene el señor obispo!

Llegaba de visita el primer obispo que hubo en San Miguel, Juan Antonio Dueñas y Argumedo.

—Mamá —dice Óscar, que es aún un cipote chiquitío—, ¿por qué no me compra usted camisa y pantalón para ir a verlo?

La Niña Guadalupe de Jesús alistó ropa nueva para que su hijo estuviera nítido y así anduvo él, para allá y para acá, acompañando en todas sus vueltas al obispo. Encantado quedó del niño aquel.

—¡Ya se va el señor obispo!

Y toda Ciudad Barrios se juntó para despedirlo.

—¡Óscar, vení! —lo llamó él delante de sus paisanos.

—¿Qué manda, señor obispo?

—Decime, muchacho, ¿qué quieres ser cuando seás grande?

—Pues yo... ¡yo deseara ser padre!

Entonces, el obispo levantó su dedo macizo y lo apuntó derechito a la frente de Óscar.

—Obispo vas a ser.

Después de marcarle el destino al niño, se regresó a su palacio migueleño. Y Ciudad Barrios volvió a adormilarse.

—Ese dedo lo tengo aquí grabado —me contaba Monseñor Romero tocándose aquella huella en la frente cincuenta años más tarde.

Desde la realidad salvadoreña y desde su ministerio como obispo, monseñor se constituyó en una fuerza ética y profética que interpeló las conductas y estructuras promotoras de indolencia e injusticia. Y desde la inspiración cristiana, animó a otro modo de convivencia radicalmente distinto, fundamentado en el respeto a los derechos de los pobres, la verdad y la solidaridad. Sectores oscurantistas acusaron a monseñor Romero de ser el líder de la subversión, de eliminar el credo católico, de ser el causante de la violencia que sufría el país. Todo lo contrario, los hechos, la simple cronología, las actitudes y enseñanzas de monseñor ponen al descubierto la verdad: él fue, ante todo, un hacedor de la paz, fruto de la justicia. No llegó a ser solo un obispo —como pronosticaba el clérigo de la historia—, sino profeta y mártir.

En diciembre de 2010, la ONU proclamó el 24 de marzo como Día Internacional del Derecho a la Verdad en Relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas. Un fundamento primordial de la proclamación es el legado de monseñor Óscar Arnulfo Romero. Así lo estipula la parte central del documento de la ONU:

Reconociendo en particular la importante y valiosa labor de monseñor Óscar Arnulfo Romero, de El Salvador, quien se consagró activamente a la promoción y protección de los derechos humanos en su país, labor que fue reconocida internacionalmente a través de sus mensajes, en los que denunció violaciones de los derechos humanos de las poblaciones más vulnerables; reconociendo los valores de monseñor Romero y su dedicación al servicio de la humanidad, en el contexto de conflictos armados, como humanista consagrado a la defensa de los derechos humanos, la protección de vidas humanas y la promoción de la dignidad del ser humano, sus llamamientos constantes al diálogo y su oposición a toda forma de violencia para evitar el enfrentamiento armado, que en definitiva le costó la vida el 24 de marzo de 1980; proclama el 24 de marzo Día Internacional del Derecho a la Verdad […].

Esta proclama tiene para El Salvador un valor histórico indiscutible: el legado de monseñor se ha institucionalizado de manera universal. El padre Jon Sobrino la ha calificado como una “canonización laica”.

Luego, el 23 de mayo de 2015, vino la beatificación, que resultó ser un día histórico y de gran trascendencia para el país y para la Iglesia latinoamericana. Hubo una participación multitudinaria: a la plaza del Divino Salvador del Mundo se dieron cita más de 300 mil personas, más de 1,400 sacerdotes, más de 100 obispos y 5 cardenales. Hubo transmisión satelital en vivo de la ceremonia para América y Europa. Monseñor Romero es el primer beato de El Salvador y en el calendario eclesial el 24 de marzo es ahora el día del arzobispo mártir, del beato Romero.

En su mensaje al arzobispo José Luis Escobar a propósito de esta solemnidad, el papa Francisco dijo: “Damos gracias a Dios porque concedió al obispo mártir la capacidad de ver y oír el sufrimiento de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo orientara e iluminara, hasta hacer de su obrar un ejercicio pleno de caridad cristiana”.

Al celebrar los cien años de su natalicio, bueno es que resuenen en nuestra conciencia personal y colectiva aquellas palabras suyas que exhortan al compromiso:

Cada uno de nosotros tiene que ser un devoto enardecido de la justicia, de los derechos humanos, de la libertad, de la igualdad. Cada uno de ustedes tiene que ser un micrófono de Dios. Cada uno de ustedes tiene que ser un mensajero, un profeta. No seamos cobardes. No escondamos el talento que Dios nos ha dado.

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Anónimo
12/08/2017
11:41 am
Excelente informacion, cuando oigo a alguien buscando con diligencia lo justo, me digo, ha de ser cosecha de la siembra que hicieron otros como Oscar Arnulfo Romero, asi como el fue buena cosecha de otros. Que Dios nos conceda mas como estos.
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