Desigualdad invisible

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Cuando la desigualdad parece natural, se hace invisible. Y al invisibilizarse, automáticamente se multiplica y expande. Por eso es imprescindible denunciarla, mostrarla y demostrarla. Hace muchos años ciertas desigualdades parecían naturales, y por eso resultaban invisibles. La conciencia crítica, la reflexión y el avance hacia los derechos humanos, la proclamación de los mismos, nos han ayudado a ver la irracionalidad de muchas desigualdades. Las disparidades en derechos entre hombres y mujeres, negros y blancos, adultos y niños, que hace años se veían como naturales, hoy se consideran absurdas, incluso delito. Pero continúa toda una serie de desigualdades que en ocasiones se defienden y en otras se ignoran y se ven como naturales. Y por lo mismo las mantenemos. Contemplar algunos casos de desigualdad injusta, desde los más estructurales a los más inmediatos del diario vivir, nos puede ayudar a ser más críticos.

Hay derechos que son universales y que, por tanto, deben ser respetados por el Estado y protegidos. Pero en el caso del derecho a la salud, el Estado mantiene varios servicios desiguales. El hecho de que veamos natural que unos vayan al Seguro Social y otros a la red del Ministerio de Salud hace que se mantenga una profunda diferencia en un servicio que debería ser igual, dado que corresponde a un derecho básico de personas iguales en su dignidad. Ni los médicos se pronuncian con claridad al respecto, pese a que hace algunos años eran bastante conscientes de lo perverso y antinatural que es nuestro servicio público de salud. Con respecto al sistema de pensiones, basta con advertir que el 80% de la población en edad de jubilación no tiene derecho a pensión. Y no porque no hayan trabajado, sino porque hay trabajos que el Estado es incapaz de cubrir. ¿Nos parece natural la incapacidad del Estado a la hora de proteger derechos básicos y universales? El sistema de pensiones nos dice que sí.

Otros aspectos pueden ser más coyunturales. Cuando la Asamblea Legislativa eligió al actual procurador de derechos humanos, un diputado dijo que, dado que era juez, era natural que tuviera acusaciones pendientes en su contra y que, más allá de todo, había que darle la presunción de inocencia que estipula la Constitución. ¿Es natural que la acusación de prevaricato no tenga nada que ver con los derechos humanos? Además queda pendiente si los diputados le dan la misma presunción de inocencia, y la defienden con la misma fuerza, a los que son capturados en redadas masivas y con un solo testigo. Nos parece natural exigir la presunción de inocencia ante la imputación de delitos de cuello blanco, pero no respecto a los acusados que son pobres o vulnerables.

Parece que los enemigos de la “lucha de clases”, al final, terminan no solo reconociendo que hay clases, sino iniciando ellos la lucha contra los pobres. Y, por supuesto, estos que reparten la presunción de inocencia a su antojo se incluyen ellos mismos en la clase privilegiada, presumiendo de una inocencia muy sospechosa o que simplemente es disfraz de impunidad. Los diputados, especialmente, no dudan en elegir para sus comités de ética parlamentaria a amados compañeros que o bien le han disparado borrachos a una agente de policía, o bien han estado involucrados en generosas donaciones turbias. Que haya circulado con toda naturalidad que un encubridor de crímenes de lesa humanidad puede llegar a la presidencia de la Asamblea Legislativa es otro dato interesante de lo que llamamos desigualdad invisible.

Los partidarios de la fuerza bruta, del amaño y de la manipulación suelen odiar a los intelectuales o a quienes tienen conciencia crítica. Cuando pueden, ponen a su servicio aduladores disfrazados de intelectuales o a charlatanes gritones, creyendo que la crítica reside en el volumen chabacán de los epítetos. Pero cuando hacen eso, el tiro suele salirles por la culata, porque la tergiversación de las palabras y el griterío irracional no hacen más que revelar las pretensiones de superioridad de quienes desean ocultar la desigualdad. Y eso la visibiliza.


* José María Tojeira, director del Idhuca.

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