El 11 de septiembre se cumplieron 15 años de los atentados terroristas de 2001 en Estados Unidos, en los que murieron dos mil 843 personas y cerca de seis mil resultaron heridas. La fecha está dedicada no solo a recordar a las víctimas, sino también a resarcir daños y, desde la perspectiva de las Naciones Unidas, a incitar a los Estados miembros a la adopción de la Estrategia Global contra el Terrorismo, en la que 192 Gobiernos proclaman que esa forma de violencia nunca es justificable, cualesquiera que sean los motivos. El terrorismo es definido por la ONU como una agresión contra la humanidad y una táctica despreciable a la que solo recurren los cobardes. Para el organismo, la estrategia contra el terrorismo comprende cuatro pilares que definen las líneas de acción: primero, hacer frente a las condiciones que propicien la propagación del terrorismo; segundo, prevenirlo y combatirlo; tercero, aumentar la capacidad de los Estados en la lucha contra él; y cuarto, asegurar el respeto de los derechos humanos y el Estado de derecho como base fundamental para contrarrestarlo.
A juzgar por las medidas contempladas en la Estrategia de la ONU, una condición ineludible para enfrentar debidamente el terrorismo es ir a sus causas, enfrentar las condiciones que propician su propagación. En este sentido, se hace hincapié en la pobreza, la marginación de poblaciones vulnerables, la intolerancia entre religiones y culturas, la indiferencia ante las víctimas de la inequidad. Frente a estas realidades, se propone favorecer y promover la inclusión social, reducir la pobreza, priorizar la prevención de conflictos, la negociación y la consolidación de la paz, respetar y cultivar el pluralismo religioso y cultural. Además, los Estados miembros deben tomar nota de la importancia de atender las necesidades de las víctimas de terrorismo, mediante el establecimiento de sistemas nacionales y regionales que les den asistencia.
Asimismo, en la Estrategia, los Estados miembros se comprometieron a asegurar el respeto de los derechos humanos, combatir las violaciones a los mismos y velar para que, cuales sean las medidas que se adopten para luchar contra el terrorismo, se cumpla con las obligaciones en la materia. Plantearon que la adopción de acciones eficaces contra el terrorismo no tiene que estar reñida con la protección de los derechos humanos, sino que han de ser objetivos que se complementen y refuercen mutuamente. En otras palabras, el combate al terrorismo no debe convertirse en causa de nuevas y graves violaciones a los derechos de las personas y los pueblos.
Esta visión, que no elude las causas primarias del terrorismo, ha sido reiterada por el papa Francisco. El obispo de Roma ha subrayado dos de esas causas: la injusticia social y la idolatría del dinero. En la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, recuerda que hoy en muchas partes se reclama seguridad. Pero, advierte, hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Menciona que se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres. Pero sin igualdad de oportunidades, afirma, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Observa que mientras la sociedad abandone en la periferia a una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad.
En esta línea, el papa ha afirmado que los derechos humanos se violan no solo por el terrorismo, sino también por la existencia de condiciones de extrema pobreza y por estructuras económicas injustas que originan grandes desigualdades. Sostiene, además, que el mundo ya está viviendo un tercer conflicto bélico, el cual se desarrolla de manera fragmentada a partir de conflictos, crímenes, masacres y destrucciones que recorren el planeta. Y explica que no se trata de una guerra de religión, sino de una por dinero, recursos naturales y dominio de los pueblos. En el día contra el terrorismo, pues, habría que hablar del terrorismo de la insolidaridad institucionalizada y del terrorismo fundamentalista. Eduardo Galeano describía no sus diferencias, sino sus coincidencias:
Mucho se parecen entre sí el terrorismo artesanal y el de alto nivel tecnológico, el de los fundamentalistas religiosos y el de los fundamentalistas del mercado, el de los desesperados y el de los poderosos, el de los locos sueltos y el de los profesionales de uniforme. Todos comparten el mismo desprecio por la vida humana: los asesinos de los ciudadanos triturados bajos los escombros de las Torres Gemelas […], y los asesinos de los doscientos mil guatemaltecos, en su mayoría indígenas, que han sido exterminados sin que jamás la tele ni los diarios del mundo les prestaran la menor atención.
Y respecto a los “terrorismos” no tan obvios, pero igualmente nefastos, decía: “Se busca a los secuestradores de países. Se busca a los estranguladores de salarios y a los exterminadores de empleos. Se busca a los violadores de la tierra, a los envenenadores del agua y a los ladrones del aire. Se busca a los traficantes del miedo”.