Discurso de odio

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Omar Serrano
16/07/2020

 

 “Arena y FMLN no son basura, son peor que eso. Negociaron con la sangre de nuestro pueblo. Mil veces malditos”.

Tuit del presidente Nayib Bukele del 1 de febrero de 2020, tras conocerse que la Fiscalía General de la República presentó un requerimiento para procesar a cuatro políticos involucrados en negociaciones con las pandillas para obtener más votos y ganar elecciones. Medios de comunicación han revelado que durante la administración de Bukele en la Alcaldía de San Salvador, algunos de sus funcionarios también se reunieron con pandillas.


La misma noche que ganó las elecciones presidenciales, Nayib Bukele afirmó que ese día el país “pasó la página de la posguerra” y también afirmó que “El Salvador destruyó al bipartidismo”. No pocas personas interpretaron esas palabras como el anuncio de la superación de la polarización política que tanto daño le ha causado al país desde la guerra civil. Pero no fue así. El país no inició una nueva etapa de mayor concordia; al contrario, se aprestaba a navegar en otra polarización, más encarnizada y de aguas más turbulentas. En la mentalidad del presidente la destrucción del bipartidismo equivale a la destrucción de sus dos protagonistas y para ello el fin justifica los medios.

Bukele ha acompañado a su presidencia de un discurso de odio como estrategia política. Estos discursos no son nuevos. Hubo políticos antes y también hoy, como Donald Trump (y su hate speech), que han hecho del odio su emblema. Es muy difícil encontrar en la historia reciente del país a otro mandatario que haya proferido, por lo menos públicamente, insultos tan floridos contra sus adversarios como los que salen de la boca del presidente. Tampoco hubo otro mandatario que haya pretendido explícitamente dividir al país como lo ha hecho él.

Pero lo que resulta una especie de enigma, por lo menos para quienes desaprueban expresiones de odio, sobre todo cuando vienen de tan alta investidura, es la masiva aprobación de la que gozan sus diatribas. La galería aplaude cada vez que el presidente ofende, sus insultos son coreados por otros funcionarios y son elevados a la enésima potencia por sus seguidores en las redes sociales. Bernard Shaw (1856-1950), el dramaturgo irlandés afirmó que "la democracia es la forma de gobierno en la cual los gobernantes no pueden ser mejor que los gobernados", frase que fue una versión más diplomática que la célebre “cada pueblo tiene el gobierno que merece” que un siglo antes dijo Joseph de Maistre (1753-1821). En esta línea de análisis, se le podría aplicar a El Salvador, lo que recientemente Mario Morales, profesor de la Universidad Javeriana de Colombia, afirmó de Donald Trump, que “existe [como presidente] porque hay norteamericanos que piensan como él”1. La tolerancia al autoritarismo se debería entonces, por lo menos en parte, a que el autoritarismo es parte del ser de las y los salvadoreños. Al respecto, baste decir por ahora que esta tendencia tiene sus explicaciones en condicionamientos históricos, sociales, económicos y culturales. La encuesta del IUDOP “A 28 años de los Acuerdos de Paz”, arrojó que el 48.4% de los encuestados opinaron estar de acuerdo o muy de acuerdo con que en algunas circunstancias un gobierno autoritario puede ser mejor que uno democrático y un 76.6% opinó en semejantes términos sobre la necesidad de que las autoridades gobiernen con mano dura2. Pero por el momento, queremos enfocarnos en que, si es cierto que la sociedad salvadoreña es tierra fértil para el discurso de odio, para que este dé su fruto, es necesario que haya un buen sembrador de ese sentimiento.

Naciones Unidas define el discurso de odio como “cualquier forma de comunicación de palabra, por escrito o a través del comportamiento, que sea un ataque o utilice lenguaje peyorativo o discriminatorio en relación con una persona o un grupo sobre la base de quiénes son o, en otras palabras, en razón de su religión, origen étnico, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otro factor de identidad”.3 Los discursos de odio se fundan en prejuicios y estereotipos sobre colectivos que, al repetirlos constantemente, penetran en la población con mucha facilidad, sobre todo cuando hay situaciones de crisis. Pero para que el discurso de odio tenga eco en la población se deben cumplir al menos dos condiciones: La primera es que exista un desprestigio, fundado o inducido, de un colectivo y, segunda, la capacidad de un populismo que canalice ese rechazo. Bukele se ha aprovechado de la primera de esas condiciones y él mismo sería un ejemplo de la segunda.

En los tiempos actuales, el campo ideal para el despliegue de los discursos de odio es el internet, porque permite el anonimato y la impunidad. Este fenómeno al que algunos han bautizado como “ciberodio” y otros como “odialecto”, también es ideal para los ejércitos de troles que, por una paga, siguen directrices que tienen como objetivo destruir la imagen, la dignidad y el honor de cualquier persona o grupo que cuestione o critique al presidente de la República y al gobierno. Como se ha dicho ya, el pueblo salvadoreño llegó al hartazgo de una clase política que nunca resolvió sus problemas y necesidades más sentidas y que, por el contrario, utilizó el poder para beneficiar a las cúpulas, económicas y políticas, a las que representaban.

 “Sé que muchas personas piden que nos reunamos con delincuentes (la mayoría de diputados), para que ellos decidan sobre la salud y la vida de nuestro pueblo. Algunos lo hacen con buena intención. Dicen ‘reúnanse y lleguen a un acuerdo’. A ellos les pregunto: ¿Se puede llegar a un acuerdo con alguien que quiere matar a tu familia? ¿Cuál podría ser el acuerdo? ¿Que maten solo a la mitad? ¿Tal vez a un tercio? ¿Que los maten rápido o sin dolor?”.

Tuit del presidente Bukele del 12 de junio de 2020, cuando la Asamblea Legislativa invitó al Ejecutivo a reunirse para ponerse de acuerdo sobre las medidas a tomar ante el covid-19.


En realidad, esta es la historia de El Salvador. Desde la independencia misma de España, el país, y la región, han sido gobernados por élites o por proyectos suyos. Nunca ha existido un proyecto de nación que tenga por objetivo -real no retórico- beneficiar a la mayoría de su población. La posibilidad de refundar el país que ofrecieron los Acuerdos de Paz de 1992, fue tirada al cesto de la basura por los gobernantes de la época. En el país, en nombre de la Democracia se han cometido atrocidades y con el manto de las elecciones se ha dado carta blanca para que cada grupo que ha llegado al poder haya esquilmado al Estado. No debería extrañar entonces que en el imaginario salvadoreño una democracia disfuncional esté más devaluada que un gobierno manodurista y autoritario pero que le prometa resolver sus graves problemas. Bukele y su potente equipo de asesores de marketing político se montaron en el desprestigio de la clase política e hicieron de su tarjeta de presentación no solo el ser distintos, sino los encargados de inaugurar una nueva historia, empresa que exige terminar con “los mismos de siempre”, incluso en contra de la institucionalidad democrática que está a su servicio.

 “La Sala de lo Constitucional nos acaba de ordenar que, dentro de cinco días, asesinemos a decenas de miles de salvadoreños”.

Tuit del presidente Bukele del 9 de junio de 2020 después de que la Sala de lo Constitucional declarara inconstitucional algunos decretos del Ejecutivo y llamara a buscar acuerdos con la Asamblea Legislativa.


El discurso se ha construido a través de una lógica propia del populismo. Por populismo entendemos “un movimiento político heterogéneo caracterizado por su aversión a las élites económicas e intelectuales, por la denuncia de la corrupción política que supuestamente afecta al resto de actores políticos y por su constante apelación al pueblo, entendido como un amplio sector interclasista al que castiga el Estado”, según define el diccionario Conceptos fundamentales de Ciencia Política de Ignacio Molina y Santiago Delgado.4 El discurso se ha articulado a través de una lógica binaria que divide al mundo en nosotros y ellos. Este mundo maniqueo se ha expresado de diversas formas.

Nosotros

Ellos

Estamos con el pueblo. Somos el pueblo

(Ellos) están con las cúpulas y contra el pueblo

Honestidad, meritocracia: “cuando nadie roba el dinero alcanza”

Corruptos, abusan del Nepotismo. “Devuelvan lo robado”

La nueva historia Los mismos de siempre

Contra las pandillas

Pactaron con las pandillas

Religioso

Profanos

Defienden la vida de la población

Quieren la muerte de la población

Víctimas: le quitan todas las facultades

Victimarios: boicotean al gobierno


En el discurso de odio, no hay lugar para los grises. O se está de parte del pueblo o en su contra. Quien decide quien está o no con el pueblo es el líder populista. El discurso de odio del presidente Bukele se ha convertido en política pública, muchas veces, perjudicial para el ambiente nacional. Se insulta, se denigra y hasta se amenaza de muerte en las redes sociales a todo aquel que critica enfoques o medidas gubernamentales.

 “Todo iba bien hasta que miré que es golondro.Malditos golondrinos. Desaparecerán rápido como espuma”.

“Maldito, h?o de las mil putas, como tus partidos de ARENA Y FMLN Y PDC Y PCN, son tan buenas gentes...morite pendejo cerote mal parido...si pudiera los matara a todas las mierdas que han hecho una miseria El Salvador”.

Intercambio de tuits entre dos usuarios, uno a favor y otro en contra del gobierno.


Ningún discurso de odio tiene un final feliz porque incita a la violencia, de diverso tipo. En la política, la consecuencia más grave de la polarización es que puede acarrear problemas de gobernabilidad. Pero en la sociedad quedan familias y comunidades resquebrajadas y un tejido social fracturado que rememora las heridas de la guerra civil. Si es cierto que la vieja política nunca ha resuelto los graves problemas que afectan a la mayoría de la población, también es cierto que el odio y el autoritarismo no es el giro que necesita el país. Probablemente la población ha aumentado su tolerancia a regímenes que no sean democráticos porque el ejercicio del poder, aunque se diga democrático, no lo ha sido. Pero la población no ha perdido su fe en una verdadera democracia. En la encuesta ya citada del IUDOP sobre la evaluación a los 28 años de firmada la paz, el 86.9% de los encuestados expresó que “pueda que la democracia tenga problemas, pero es la mejor forma de gobierno”. Además, el 81.8% estuvo de acuerdo o muy de acuerdo en que el gobierno es el principal responsable de mantener la democracia.5

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Referencias:

1. Citado en artículo “El odio como estrategia política” en La Vanguardia, 5 de marzo de 2019. https://www.vanguardia.com/mundo/el-odio-como-estrategia-politica-LC589368
2. Puede consultarse los resultados completos de la encuesta del Iudop en http://www.uca.edu.sv/iudop/
3. Naciones Unidas, “La estrategia y el plan de acción de las Naciones Unidas para la lucha contra el discurso del odio”: p. 3. Consultado en https://www.un.org/en/genocideprevention/documents/advising-and mobilizing/Action_plan_on_hate_speech_ES.pdf
4. Citado por Francisco Collado en “¿Por qué tantos políticos recurren al discurso de odio?”; Revista Académica The Conversation, Universidad de Málaga. https://docker.theconversation.com/por-que-tantos-politicos-apelan-al-discurso-del-odio-139255
5. Instituto Universitario de Opinión Pública, Boletín de Prensa, año XXXIV, N° 2, “Los salvadoreños y salvadoreñas evalúan los acuerdos de paz a 28 años de su firma y opinan sobre la democracia en el país, p. 6, en http://www.uca.edu.sv/iudop/


* Omar Serrano, vicerrector de Proyección Social. Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 6.

 
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Jorge1453640244
17/07/2020
14:09 pm
A decenas de personas, adultos mayores, les preguntan a veces y dicen anhelar el regreso de Maximiliano Martínez. Por que cuando él gobernaba no había corrupción, el país tenía cero deuda. Sin mencionar la masacre de los indígenas. Existen otras teorías enfocadas en la herencia de los genes. Dicen que los salvadoreños somos violentos por nacimiento. Me pregunto: Todo ese fascismo que parece exhibir Bukele... ¿ es estudiado? ¿Obedece a un guion político de algún Maquiavelo criollo o extranjero?
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