El Espino desde la doctrina social

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El 14 de octubre la Iglesia católica declarará santos a monseñor Romero y al papa Pablo VI. El pensamiento social de ambos es útil para reflexionar tanto sobre la situación del país como sobre ese símbolo vivo de la injusticia social en el que se ha convertido la comunidad desalojada de El Espino. Pablo VI decía hace ya muchos años que “mientras en algunas regiones una oligarquía goza de una civilización refinada, el resto de la población, pobre y dispersa, está privada de casi todas las posibilidades”. Sus palabras son exigentes para los cristianos, citando la primera carta de Juan: “Si alguno tiene bienes de este mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus entrañas, ¿cómo es posible que resida en él el amor de Dios?”.

Y cita también a san Ambrosio sobre esa tendencia de acaparar tierras de parte de los ricos: “Lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos”. Pero el papa Pablo no se queda ahí. Sabe que puede haber conflictos. Y ante ellos, dice: “Si se llegase al conflicto ‘entre los derechos privados adquiridos y las exigencias comunitarias primordiales’, toca a los poderes públicos ‘procurar una solución con la activa participación de las personas y de los grupos sociales’. El bien común exige, pues, alguna veces la expropiación”. Nuestra justicia legal está con frecuencia opuesta a la justicia social, cuya implementación es, según la Constitución, obligación del Estado.

Si contemplamos a la luz de estas palabras del próximo santo la situación de El Espino, no queda de otra que considerar oligarcas injustos a quienes no quieren compartir un pedacito de sus tierras con quienes llevan años viviendo en ellas. Y simultáneamente nos damos cuenta de la debilidad de un Estado que a pesar del contenido social de su Constitución es incapaz de proceder a la adecuada expropiación. Expropiación que sería plenamente justa, tanto por el tiempo que los de la comunidad de El Espino llevan viviendo allí como por el hecho de que una parte de los terrenos de los Dueñas tiene como origen el despojo de las tierras de los indios en el siglo XIX.

El otro santo, monseñor Romero, no se cansaba de condenar las idolatrías. Y mencionaba como la más fuerte y origen de muchos otros males a la idolatría de la riqueza. Frente al abuso prepotente de la riqueza, Romero ponía la opción preferencial por los pobres. Una preferencia que “no significa una discriminación injusta de clases”, sino una invitación “a todos, sin distinción de clases, a aceptar y asumir la causa de los pobres como si estuviesen aceptando y asumiendo su propia causa, la causa misma de Cristo: ‘Todo lo que hiciereis a uno de estos mis hermanos por humildes que sean a mí me lo hicisteis’”. Mientras la gente sencilla se alegra viendo cómo a su mártir se le presenta como ejemplo de vida, algunos oligarcas de El Salvador tiran a la calle a criaturas inocentes, a ancianos y a gente que tenía esperanza de salir adelante, pero a los que hoy condenan a la pobreza.

¿Qué nos queda por delante? A poca humanidad que tengamos, a poco que entendamos el mensaje cristiano y a poco que nos alegremos con la canonización de monseñor Romero y Pablo VI, lo que nos queda como tarea es comprometernos con una mayor justicia social. Y por supuesto, defender los derechos de la comunidad de El Espino. Pablo VI decía que “combatir la miseria y luchar contra la injusticia es promover, a la par que el mayor bienestar, el progreso humano y espiritual de todos, y, por consiguiente, el bien común de la humanidad”. Monseñor Romero en sus análisis insistía en que si bien “es cierto que hay un sector reaccionario de extrema derecha, hay, por otra parte, hombres sensibles al cambio y grupos empeñados activamente en trabajar por el cambio de las estructuras a fin de propiciar una situación favorable para todo el pueblo salvadoreño”. En la solidaridad con la comunidad de El Espino hemos visto especialmente a jóvenes con hondo sentido humano y solidario, comprometidos pacíficamente con la justicia. Todo un motivo de esperanza que debemos unir a la fiesta nacional en torno a la solidaridad y ejemplaridad de Pablo y de Romero.

* José María Tojeira, director del Idhuca

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