El Salvador, aunque no siempre quiera reconocerse, es un país con profundas diferencias socioeconómicas. Esas diferencias pueden, a veces, ser ocultadas, disimuladas, o simplemente ignoradas por algún tiempo, aunque luego, en épocas de crisis, los estragos siempre salen a la luz e impactan sobre todo a aquellos grupos en condiciones de mayor vulnerabilidad. Esto es lo que ha ocurrido con las dinámicas económicas y sociales generadas por la pandemia de covid-19 en El Salvador, según lo revela el estudio “Covid-19 y Violencia Estructural” coordinado por el Departamento de Sociología y Ciencias Políticas a través de un equipo multidisciplinar de los departamentos de Economía, Psicología y Salud Pública. La premisa de este proyecto es describir la existencia de ciertas desigualdades estructurales en el país, para luego analizar cómo estas se intensifican a causa de la pandemia de covid-19 y de qué forma afectan a poblaciones concretas.
En este sentido, la violencia estructural será entendida como cualquier posición de desventaja que impide que las personas puedan gozar plenamente de su derecho a la salud, al trabajo, a la vivienda, etc. Esto tiene como consecuencia el bloqueo del desarrollo de las habilidades que le permitirían mejorar su calidad de vida. Por estructuras aquí entenderemos el entramado de regulaciones institucionales y de decisiones humanas que, aunque buscan funcionar sin discriminar a grupos poblacionales concretos, en la práctica operan1 para producir ventajas para algunos y desventajas para otros.
Para entender cuáles han sido algunas de las expresiones concretas de violencia estructural en la población salvadoreña a raíz de la pandemia de covid-19, se aplicó una encuesta de 18 preguntas a una muestra nacional de 1275 personas durante el 15 y 24 de mayo de 2021. A través de estas interrogantes se abordaron diversos temas: aspectos laborales, de salud, de ingresos y gastos, temas culturales, entre otros. En esta primera entrega se discuten los hallazgos en torno al tema laboral.
La cuarentena domiciliar y el trabajo remunerado y no remunerado diferenciado por sexo
Los datos obtenidos en la encuesta muestran que existían importantes diferencias entre los hombres y mujeres en el tema laboral. Por una parte, previo a la pandemia, el 68.7% de los hombres se encontraba trabajando de forma remunerada en contraste con el 46.6% de las mujeres. Lo anterior implica que, en términos de inserción laboral, los hombres presentaron una mayor tasa de participación en el mercado de trabajo. Asimismo, de la población masculina que se encontraba trabajando de manera remunerada, casi 5 de cada 10 lo hacían bajo modalidad asalariada, es decir, que tenían alguna relación formal con una empresa o institución.
En el caso de las mujeres, el mismo indicador muestra que 5 de cada 10 tenían una relación contractual con una empresa o institución. Además, en el caso de la población femenina, se reportó que una mayor proporción de ellas laboraba en negocios familiares de subsistencia como tiendas, pupuserías, tortillerías (26.8%) y negocios propios, es decir, microempresas (13.9%). En el caso de los hombres, un 11.5% reportó que laboraba en negocios de subsistencia, mientras que un 11.7% en negocio propio. A partir de esos datos, puede inferirse que previo a la pandemia, 4 de cada 10 mujeres trabajaban en actividades laborales por cuenta propia, en contraste, solo 2 de cada 10 hombres reportaron que laboraban en esa modalidad. Este dato es importante porque, desde una perspectiva laboral, aquellos grupos poblacionales que trabajan por cuenta propia generalmente son más susceptibles a las crisis, sobre todo, en negocios de subsistencia, donde los ingresos son fluctuantes y cualquier cambio en la dinámica socioeconómica impacta con mayor fuerza. Además, ante las condiciones estructurales de los mercados informales en la economía salvadoreña, la falta de garantías de seguridad social y del aseguramiento constante de los ingresos, esta modalidad laboral implica una mayor vulnerabilidad ante shocks externos.
Por otra parte, ya en el contexto de cuarentena domiciliaria, casi 31 de cada 100 mujeres reportaron haber sido despedidas, con lo que se puede señalar que fueron la población más afectada con la pérdida del empleo asalariado que tenían antes de la pandemia. En el caso de los hombres que laboraban bajo modalidad contractual, también hubo un impacto significativo, aunque menor con respecto a las mujeres, ya que de cada 100 que reportaron estar empleados, 19 perdieron su empleo durante la cuarentena domiciliaria.
En el caso de las personas ocupadas por cuenta propia, 63 de cada 100 mujeres también tuvieron que cesar sus labores debido a las condiciones impuestas por la cuarentena, ya sea porque sus labores no formaban parte del rubro de bienes y servicios esenciales autorizados para operar, o bien por la necesidad de dedicarse a labores del cuidado en los hogares. En este caso, se reportó un aumento de 3.23 horas adicionales que las mujeres tuvieron que dedicar a las labores del cuidado en el tiempo de cuarentena.
En el caso de los hombres, el cese de labores en el rubro de trabajo por cuenta propia fue sensiblemente menor respecto al de las mujeres, aunque de igual forma deja ver la mayor susceptibilidad de los empleados que trabajan por su cuenta ante situaciones de crisis. De esta población, 48 de cada 100 tuvieron que dejar de trabajar. Asimismo, los encuestados manifestaron que registraron un aumento en las labores del cuidado de 2.8 horas adicionales a lo que usualmente dedicaban.
Para las y los trabajadores que pudieron continuar con sus labores, solo 11 de cada 100 mujeres y 22 de cada 100 hombres manifestaron que siguieron laborando en condiciones normales, mientras que el 30.5% de los hombres y el 26.4% de las mujeres dijo que continuó trabajando, pero con una reducción de labores. Asimismo, de estas poblaciones, hubo una mayor proporción de hombres que trabajaron de forma presencial (41.1%), cifra que se redujo a 24.5% en el caso de las mujeres. Simultáneamente, hubo una mayor proporción de mujeres que hicieron teletrabajo (20.3%) mientras solo el 12.7% de los hombres reportó haber estado trabajando en esa modalidad.
De lo anterior se concluye que, en el tema de trabajo, las mujeres fueron relativamente más impactadas que los hombres cuando se analiza el desempleo en la cuarentena. Una de las razones que explican por qué más mujeres fueron despedidas está relacionada con el tipo de trabajo asalariado en el que tradicionalmente han participado más las mujeres, y esto es fundamentalmente en las ramas de comercio y servicios. El cierre de establecimientos durante la cuarentena hizo que se prescindiera de las labores de miles de mujeres. Por su parte, en el caso de los hombres, los despidos fueran menores, ya que existe mayor diversidad en el tipo de trabajos asalariados para el que son contratados, además que pudieron laborar más en ciertos rubros laborales que no fueron cancelados durante la cuarentena: repartidores de comida, motoristas, bodegueros, cargadores, construcción, etc. Lo que se observa es una división sexual del trabajo, es decir, una estructura laboral rígida diferenciada por género, en donde hombres y mujeres tienen ámbitos laborales separados, situación que hace que unas poblaciones sean más vulnerables que otras. Sin embargo, incluso dentro de la misma población masculina es evidente la existencia de una condición más sensible para aquellos que se insertan en trabajos precarios, sobre todo, en negocios de cuenta propia de subsistencia.
Estrato social y trabajo durante la cuarentena domiciliar
El estrato social es la clasificación de la población en grupos según sus ingresos económicos, lugar de residencia, acceso a servicios básicos, entre otros criterios. La clasificación normal del estrato social en las encuestas utiliza seis categorías: estrato alto, estrato medio alto, estrato medio bajo, estrato obrero, estrato marginal, y estrato rural. Estos grupos están organizados cualitativamente de manera que el grupo anterior se encuentra en mejores condiciones socioeconómicas. Por ejemplo, el estrato obrero se encuentra en mejor condición con relación al estrato marginal y al estrato rural. Si bien, estos grupos son, hasta cierto punto, creados para fines analíticos, nos ayudan a verificar si la población se ve afectada por estas categorías.
A continuación, presentamos el resultado de la aplicación de la variable estrato a la situación laboral durante la cuarentena domiciliaria. Sin embargo, para fines de simplificación, se agrupó el estrato alto, medio alto y medio bajo en un solo grupo (grupo 1), el estrato obrero y marginal en otro grupo (grupo 2) y el estrato rural (grupo 3).
De todas aquellas personas con trabajo o que trabajaban y estudiaban previo a la cuarentena domiciliar es importante destacar que al grupo 1 (estrato alto, medio alto, y medio bajo) se les ofrecieron las mejores condiciones laborales durante la cuarentena domiciliaria. Por ejemplo, solo el 13% de los pertenecientes al grupo 1 fueron despedidos o suspendidos, porcentaje que para el grupo 3 asciende hasta el 31.3% y para el grupo 2 llega hasta el 20%. Otro contraste importante es que el 29.3% de las personas del grupo 1 tuvo la posibilidad de trabajar desde la casa en la modalidad de teletrabajo, pero esta opción solo fue posible para un 4.3% de aquellos identificados como parte del estrato rural (Grupo 3). De igual forma, solo el 18.4% de las personas pertenecientes a los estratos urbanos o marginales tuvieron la posibilidad de hacer teletrabajo (Grupo 2).
Las diferencias son menos amplias en la proporción de personas por estrato social que dijeron haber trabajado con semi-presencialidad, que fue reportado por el 9.8% del grupo 1, el 5.5% del grupo 2, y el 24.3% del grupo 3. El porcentaje de personas que trabajaron presencialmente durante la cuarentena domiciliaria fue más alto para los sectores rurales (el 38.7%), seguido de los sectores altos, medio altos y bajos (el 33.7%), y finalmente los sectores obreros y marginales (33.1%). Por su parte, la proporción de personas que mantuvieron su salario aunque no estuvieron laborando durante la cuarentena no superó el 8% en ninguno de los grupos identificados. Además, la proporción de personas que fueron despedidas y luego recontratadas durante la cuarentena domiciliaria sí fue más alta en estrato obrero y marginal (16%) y el rural (16%). En el grupo 1 solo un 6.5% reportaron haber sido recontratados.
Finalmente, las personas que manifestaron que trabajaban por cuenta propia (abogados, consultores, etc.) o que tenían algún negocio de subsistencia familiar o negocio propio previo a la cuarentena domiciliaria y que suman en conjunto el 46.4% de la población trabajadora, se vieron fuertemente influidos por su estrato social durante la cuarentena. Así, por ejemplo, el 63.6% de aquellas personas que laboraban en estos rubros y que pertenecían al grupo 1 tuvieron que dejar de trabajar. De igual forma, aunque en menor proporción, el 52.3% del estrato obrero y marginal y el 52.4 % del estrato rural también tuvieron que suspender sus labores. Fue en el estrato rural donde se obtuvo una proporción más alta de personas que dijeron haber continuado trabajando con normalidad durante la cuarentena domiciliaria (23.2%), mientras que solo 7.6% de personas del estrato alto, medio alto y medio bajo (grupo 1) respondió que continuó trabajando con normalidad. Las personas en el estrato marginal y obrero fueron quienes expresaron con mayor frecuencia (34.1%) que continuaron trabajando, pero con se enfrentaron a una reducción de labores. Esta proporción se redujo a 24.4% en el estrato rural y a 28.8% en el estrato alto, medio alto, y medio bajo.
En conclusión, las personas de los estratos más altos del país fueron quienes tuvieron mejores condiciones laborales durante la cuarentena domiciliaria, sobre todo si eran asalariados. En este estrato hubo menos despidos y mucha más posibilidad de buscar otras alternativas de trabajo a la presencialidad. En contraste con lo anterior, en el estrato rural es en donde hubo más despidos y menos opciones de trabajo que no implicaran la presencialidad. Ahora bien, es verdad que en los estratos altos que se dedicaban a trabajar por cuenta propia, negocio de subsistencia o negocio familiar hubo una proporción más alta de personas que dejaron de trabajar, lo que sin duda tuvo un impacto económico negativo importante. Sin embargo, los datos sugieren que desde el punto de vista de la salud y de la prevención de la propagación del covid-19, la población de los estratos más altos pudo protegerse más al dejar de trabajar o al poder realizar teletrabajo. En contraste, los estratos rurales, obreros y marginales que siguieron trabajando con regularidad o que redujeron sus labores, tuvieron la ventaja de no haber perdido sus ingresos, pero se expusieron más a la propagación del virus.
Lo anterior es simplemente un ejemplo de cómo las condiciones estructurales del sistema laboral en el país se expusieron a mayores riesgos a ciertos sectores sociales que a otros durante la cuarentena domiciliaria obligatoria.
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Referencias
1. Independientemente de su intencionalidad.
* Marlon Carranza, Meraris López, Jorge Molina y Federico Alegría, investigadores de los departamentos de Sociología y Ciencias Políticas, Economía, y Psicología y Salud Pública. Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 59.