El trabajo precario

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Recientemente, el papa Francisco ha insistido en el derecho al trabajo decente. Y ha lamentado lo que él llama trabajo precario. En otras palabras, uno que no es fijo, que no ofrece garantía de permanencia, que está tan mal pagado u ofende tanto la dignidad personal que no responde a la tarea de humanización que le es propia al trabajo. Algunas de sus palabras al respecto son muy explícitas:

Es una herida abierta para muchos trabajadores, que viven en el temor de perder el empleo. Tantas veces he oído esta angustia: la angustia de poder perder su propia ocupación: la angustia de aquella persona que tiene un trabajo de septiembre a junio y que no sabe si lo tendrá el próximo septiembre. Precariedad total. Esto es inmoral. Esto mata: mata la dignidad, mata la salud, mata la familia, mata la sociedad. El trabajo negro y el trabajo precario mata.

Si desde estas palabras miramos a nuestro país, la perspectiva no es muy buena. Efectivamente, los cálculos de pobreza hablan de un 32% de nuestra población viviendo en esa situación. Además, estudios más recientes nos muestran que en torno al 47% está en una situación económicamente vulnerable. No es arriesgado, en ese sentido, afirmar que más de la mitad de los salvadoreños económicamente activos tienen un trabajo precario. Entre salarios formales excesivamente bajos y ganancias con frecuencia muy fluctuantes en esa enorme masa de trabajadores informales, tenemos un horizonte laboral en el que domina la injusticia social. Y si una de las funciones del Estado, como dice la Constitución en su primer artículo, es asegurar el bienestar económico y la justicia social, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que el Estado ha fracasado en su labor.

Evidentemente, este fracaso viene de lejos. Podemos caminar hacia atrás hasta llegar a la época colonial. Pero es evidente que hemos tenido tiempo abundante para dar pasos que nos liberaran del atraso y la injusticia. No los hemos dado, y permanecemos en esa situación que los técnicos llaman benévolamente desarrollo medio. Desarrollo medio medido económicamente, pero desarrollo pésimo cuando nos fijamos en nuestros índices de violencia, corrupción y desigualdad. Ya el papa Francisco había dicho en su primer gran mensaje que “hay una economía que mata”. Sin embargo, nos negamos a mirar nuestra economía cuando nos sentimos afligidos por la violencia imperante.

A pesar de los 25 años de los Acuerdos de Paz, que festejamos con razón, nuestra economía sigue matando desde el fin de la guerra, y ni siquiera somos capaces de establecer responsabilidades en ese campo. Las asociaciones de la empresa privada suelen echar la culpa rápidamente a los Gobiernos, pero no se atreven a incluir en sus ataques a los empresarios cuando estos gobiernan. No miran hacia sí mismos cuando ellos son, en definitiva, los que más pesan en la construcción de la economía que se ha desarrollado en el país. Su afán actual por acaparar el control del agua, a pesar de que es un bien público, muestra el espíritu de rapiña y explotación de las gremiales del sector empresarial privado.

El P. Ellacuría (pronto celebraremos el vigésimo octavo aniversario de su muerte y la de sus compañeros) solía decir que necesitábamos una nueva civilización. Él la llamaba provocativamente “civilización de la pobreza”, porque estaba convencido de que solo a través de la inclusión de los pobres en una nueva civilización podría configurarse un futuro realmente humano y humanizante. Pero en realidad se trata de una civilización donde el trabajo resulta el eje fundamental del desarrollo social y humano. Sus palabras eran muy claras:

La civilización de la pobreza propone, como principio dinamizador, frente a la acumulación del capital, un trabajo que no tenga por objetivo principal la producción de capital, sino el perfeccionamiento del ser humano. El trabajo, visto a la par como medio personal y colectivo para asegurar las necesidades básicas y como forma de autorrealización, superaría distintas formas de auto y hétero-explotación y superaría, así mismo, desigualdades no solo hirientes, sino causantes de dominaciones y antagonismos.

Por su parte, el papa Francisco decía en la Jornada Mundial de los Pobres, celebrada este año, lo siguiente:

Hoy en día, desafortunadamente, mientras emerge cada vez más la riqueza descarada que se acumula en las manos de unos pocos privilegiados, con frecuencia acompañada de la ilegalidad y la explotación ofensiva de la dignidad humana, escandaliza la propagación de la pobreza en grandes sectores de la sociedad entera. Ante este escenario, no se puede permanecer inactivos ni tampoco resignados. A la pobreza que inhibe el espíritu de iniciativa de muchos jóvenes, impidiéndoles encontrar un trabajo; a la pobreza que adormece el sentido de responsabilidad e induce a preferir la delegación y la búsqueda de favoritismos; a la pobreza que envenena las fuentes de la participación y reduce los espacios de la profesionalidad, humillando de este modo el mérito de quien trabaja y produce; a todo esto se debe responder con una nueva visión de la vida y de la sociedad.

¿Buscamos en El Salvador una nueva visión de la vida y de la sociedad? ¿Valoramos el trabajo de nuestros hermanos? ¿Les ofrecemos posibilidades de ser más productivos a través de la educación generalizada, al menos hasta el bachillerato? Si decimos que la oferta de mano de obra barata no conduce al desarrollo, ¿por qué no invertimos más en nuestra gente? Son preguntas que están pendientes, que nos las tenemos que hacer y contestar todos. Y si nuestra respuesta es sincera, veremos sin duda las enormes lagunas que tenemos de trabajo precario y las causas de ello.

A cuanto más poder económico, social o político, más responsabilidad a la hora de enfrentar cualquier tipo de injusticia. El trabajo precario, tan extendido en El Salvador, es una injusticia clara. Los análisis están hechos. Falta conciencia de la situación y decisión de enfrentarla con generosidad y claridad. Costó trabajo subir el salario mínimo y todos vimos quiénes se oponían. Fue un avance. Pero tenemos que caminar mucho más en educación, institucionalidad y justicia social para vencer de una vez por todas la presencia tan extendida y tan negativa del trabajo precario.

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Anónimo
03/11/2017
12:32 pm
Y más triste cuando uno se ha esforzado tanto por inventir en la academia y no ha logrado conseguir un empleo digno.
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Anónimo
02/11/2017
11:36 am
Sin duda nuestra triste realidad, y los \"afortunados\" que tenemos un trabajo, hay que soportar la violencia laboral. El poder supremo del que se enviste el patrono por el hecho de dar trabajo y no solo el patrono también los jefes mezquinos que no conocen la dignidad humana.
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