En términos de su vida política, El Salvador atraviesa claramente por un momento de “implosión democrática” (Roque Baldovinos, 2021). Es decir, por un proceso de cambio político de hondo calado que estaría modificando estructuralmente la naturaleza del régimen político y cuya dirección apunta indiscutiblemente a la adopción y consolidación de rasgos autoritarios y/o autocráticos del potencial régimen emergente.
Este no es, por supuesto, un cambio político exclusivo de nuestro país. Se corresponde perfectamente con un proceso de “desdemocratización” que se experimenta hoy en día en muchos lugares del mundo y que no posee una única manera de manifestarse (Levitsky y Ziblatt, 2018; Mounk, 2018; Temelkuran, 2019; Applebaum, 2021). Puede, por ejemplo, expresarse la mayoría de las veces como un proceso sigiloso de subversión o desgaste de la democracia o, en menor medida, incluso como un quiebre más o menos súbito del régimen democrático.
Es importante, en consecuencia, distinguir entre democracia y autoritarismo, pues ambas son nociones que se ubican en lugares antagónicos de un determinado espectro pero que se refieren mutuamente. Conviene al mismo tiempo recordar que las instituciones formales e informales que regulan cómo se asigna y se ejerce el poder político en un país son las que definen la particular naturaleza de cada régimen político. Así, un cambio de régimen ocurre cuando se modifican dichas instituciones. Y las dimensiones relevantes que se deben observar para determinar dicho cambio son básicamente tres: la participación, la competencia y los límites de la autoridad ejecutiva.
Esto significa que una democracia o poliarquía para utilizar el término popularizado por Robert Dahl (1971) se caracteriza principalmente por: a) pluralismo o existencia de múltiples estratos socioeconómicos que tienden a resolver conflictos de intereses y a favorecer su consulta; b) multipartidismo, que implica competencia y alternancia en el poder de partidos políticos plurales más que basados en una determinada clase social; y c) efectivas garantías de derechos y libertades individuales, tales como la elección de líderes a través de sufragio universal, responsabilidad del gobierno ante el parlamento, control jurídico de los gobernantes. En referencia a estos rasgos definitorios de las poliarquías, los regímenes autoritarios constituyen precisamente la negación parcial o total de tales características (Linz, 1975).
Mencionado lo anterior, tiene sentido traer dichos conceptos como insumo a la interpretación del proceso de cambio político que hoy se vive en El Salvador. Si recordamos, como resultado de la guerra civil, El Salvador transitó hacia un régimen formalmente democrático. Un régimen democrático, sin duda, aunque incompleto e imperfecto (como de hecho lo son la mayoría de las democracias de nuestra región). Los Acuerdos de Paz (sin afán ni de infra o de sobre valorarlos) implicaron importantes, aunque insuficientes, innovaciones institucionales y constitucionales que transformaron positivamente al régimen político salvadoreño. En su momento, las nuevas reglas del juego permitieron, en primer lugar, poner fin a la violencia política, pero, además, institucionalizaron elecciones competitivas, la desmilitarización de la seguridad pública, la afirmación de la independencia del poder legislativo y una alternancia tanto en los gobiernos locales como en el control del poder Ejecutivo, aunque quizás de manera tardía.
Evidentemente, las reformas emanadas de los Acuerdos de Paz evidenciaron límites. Quizá los más destacados son la ausencia de un poder judicial independiente y efectivo y la continuada vigencia de una cultura política autoritaria, amén de la restauración de una hegemonía oligárquica en la conducción de los destinos del país (Roque Baldovinos, 2021). Otro factor que indudablemente limitó los alcances democratizadores del régimen emergido de los Acuerdos de Paz tuvo que ver, más allá del impacto de las reformas políticas impulsadas, con el comportamiento, estrategias y contradicciones experimentadas por los actores políticos. Especialmente, los partidos políticos que por razones distintas pusieron su cuota de desgaste en términos de credibilidad y confianza de la ciudadanía salvadoreña hacia ellos en tanto actores políticos de primer lugar. ARENA, porque su esencia oligárquica la hizo incurrir en abusos en la utilización de recursos estatales como maneras de competencia desleal en el sistema político y el FMLN, porque se agotó en estériles pugnas internas entre sus facciones y por su impresionante falta de imaginación política para construir un proyecto de nación y respuestas sociales alternativas a los grandes déficits en distintas áreas que enfrenta el país. Tanto los actos comprobados de corrupción, así como los imaginados o sospechosos, en los que han incurrido todos aquellos que han ocupado lugares de importancia en las esferas de decisión política en El Salvador, también aportaron su significativa cuota al desgaste de la legitimidad y confianza de la ciudadanía salvadoreña en sus gobernantes.
Todos estos elementos nos conducen al “fenómeno” Bukele y la amenaza real de implosión democrática que su deriva populista-autocrática como presidente nos anticipa y de hecho ya nos confirma. Esto conduce hacia un escenario de cambio de régimen en clave autocratizadora. Como sabemos, la figura del presidente Bukele tiene claroscuros. Nadie puede dudar de su efectivo manejo de la comunicación política (para erigirse, como el manual de comportamiento populista dicta, como el líder representante único del sentir del pueblo bueno y homogéneo), aunque este es un rasgo que comparte con otros fenómenos emergentes de populismo en América Latina, tal y como lo ilustra el caso del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador. Por supuesto, también Bukele tiene preocupantes puntos oscuros: nepotismo, sospechas de corrupción, la intrepidez para tomar decisiones sin tomar en cuenta los escenarios negativos de sus impactos, su inclinación a cortejar y apoyarse en el poder militar, el descarado acoso a los medios de comunicación independientes y, especialmente, su tendencia a concentrar el poder y pasar por encima de las instituciones que tienen la encomienda tanto de dividir el poder, como de vigilar la salud de la adecuada aplicación del derecho constitucional.
Es una verdad conocida que no solo a través de los cambios en las instituciones se puede aquilatar la naturaleza y la dirección del cambio político. También el carisma de las personas al frente de las instituciones de decisión que influyen en dicho cambio cuenta y mucho. Ahora bien, en la literatura especializada en politología se ha tendido en tiempos recientes a sustituir la noción de autoritarismo por la de autocracia. La razón de ello es que se estima que el concepto autoritarismo se ha quedado un tanto desfasado y anacrónico para explicar los fenómenos recientes asociados al comportamiento de los líderes populistas que llegan al poder a través de medios democráticos (y no los clásicos golpes de Estado), pero que una vez instalados en el poder hacen de todo por socavar la institucionalidad democrática.
Opino que esta es la tendencia que explica la lógica del comportamiento de Bukele, más allá de sus excesos teatrales. Es decir, es una forma de autocratización que consiste en la búsqueda de la expansión del poder Ejecutivo. Se trata de un método con frecuencia gradual y progresivo que va sistemáticamente debilitando los contrapesos al poder del Ejecutivo. Es un desmantelamiento institucional en toda regla que se lleva a cabo, paradójicamente, por medios legales. ¿Qué podría contener o evitar esta deriva autocratizante de nuestro presidente? Pienso que la existencia de una oposición institucional de los partidos políticos y de una ciudadanía que no caiga bajo los hechizos hipnotizantes del discurso presidencial. Ambas condiciones que no percibo en la coyuntura actual de la política salvadoreña.
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Referencias bibliográficas:
Applebaum, A. (2021) El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo, México, Debate.
Dahl, R. (1971[1989]) La poliarquia. Participación y oposición, México, REI.
Levitsky, S., y Ziblatt, D. (2018) Cómo mueren las democracias, México, Ariel.
Linz, J. (1975) “Totalitarian and Authoritarian Regimes”. En F. Greestein y N. Polsby (eds.) Handbook of Political Sciencia. Macropolitical Theory., Vol. 3. Massachusetts.
Mounk, Y. (2018) The people VS. Democracy. Why Our Freedom Is in Danger and How to Save It, Cambridge, Harvard University Press.
Roque Baldovinos, R. (2021), “Nayib Bukele: populismo e implosión democrática en El Salvador”, Andamios. Revista de investigación social, No. 46, junio-agosto.
Telmekuran, E. (2019) Cómo perder un país. Los siete pasos de la democracia a la dictadura, Barcelona, Anagrama.
* Ángel Sermeño Quezada, de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 57.