(Falso) elogio de la polarización en nueve actos

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Proceso
19/08/2021

Uno. El filósofo alemán Jürgen Habermas señaló en su Teoría de la acción comunicativa que lo propio de nuestro tiempo era la posibilidad de construir procesos de acción comunicativa. La acción comunicativa es aquella que permite a los seres humanos llegar a acuerdos, construir consensos y la democracia se basa en este principio. Por el contrario, la filósofa belga, Chantal Mouffe, sostiene que la única posibilidad real que tenemos de construcción democrática se hace desde el reconocimiento de los antagonismos: “no soy, ni pienso, ni siento, ni quiero lo mismo que usted. Creo que la vida social puede y debe ser de otra manera”.

Dos. Sin embargo, añade Mouffe, para que los procesos democráticos avancen debemos transitar del antagonismo al agonismo, es decir, pasar de pensar en el que piensa diferente como un enemigo para reconocerlo como un adversario. Es a partir de ahí que se establecen acuerdos mínimos que permitan respetar la institucionalidad democrática. Esto implica el reconocimiento del derecho del otro a preguntar, a intervenir en la vida social desde un lugar que no es el que queremos. Los Acuerdos de Paz fueron, para El Salvador, un breve momento en que se decidió dejar de ver al otro como un enemigo y pasar a reconocerlo como un adversario político. Sin embargo, ese momento democrático fue una experiencia muy breve y nuestra capacidad para reflexionar sobre ello como sociedad ha sido frágil. Ceder a la tentación de construir un enemigo es siempre tentador.

Tres. El enemigo funciona muy bien con los storytelling. Los storytelling son esa herramienta tan de moda ahora en los procesos de comunicación que al final vienen a decir: “estoy contando una historia en donde hay un héroe y un villano, una historia que cuenta una aventura y una victoria”. Los storytelling se utilizan en las campañas políticas y en la publicidad, se recomienda ahora usarlos en la educación y en casi cualquier momento de la vida cotidiana, en especial, cuando contamos quiénes somos. En estas historias que contamos, el enemigo se opone, se resiste, lucha, conspira, no permite, bloquea. Podemos siempre decir que la culpa de no avanzar tiene que ver con ese enemigo. El enemigo se construye desde la polarización.

La palabra polarizar tiene su raíz en el latín y hace alusión a la manera como se descompone un rayo de luz y se modifica para que sus reflejos no vayan en una dirección, sino que se sitúen en direcciones opuestas.

Cuatro. El Salvador es una sociedad polarizada. Y esa polarización les conviene a algunos grupos de poder. Pensamos en direcciones opuestas y consideramos al otro, al que apunta a un lugar distinto, nuestro enemigo. No debemos confraternizar con el enemigo. Nuestro código de batalla nos dice que debemos eliminarlo.

Cinco. En la polarización, todo lo que mi enemigo dice es siempre una mentira. Solo yo tengo la verdad. Las redes sociales actuales, en especial Facebook, TikTok y Whatsapp nos ayudarán a etiquetar, señalar, perseguir y acabar con nuestros enemigos. La gran batalla es una batalla digital, pero si es necesario, puede terminar en las calles.

Seis. Mi enemigo no tiene derecho de pensar, de preguntar, de disentir. Eso me permitirá mantener el poder, cualquier poder: el de mi lugar de trabajo, el de mi casa, el de mi territorio. No tenemos que ceder a la tentación de la acción comunicativa, ni siquiera reconocer al conflicto como una realidad positiva de la condición social humana. Vamos entonces a hablar de muchos incómodos, conspiradores, vamos a reírnos, a burlarnos, a perseguirlos, vamos a decir que no los queremos en nuestro territorio, que debemos sacarlos del país o eliminarlos. Para conseguir esto, más que gobernar debemos convertirnos en influencers.

Siete. Ser influencer es más bonito que ser político. El político debe actuar y rendir cuentas. Debe buscar la transparencia, debe construir ciudadanías, debe dedicarse a realizar un trabajo que reconozca a sus adversarios pero que los supere. El influencer debe contar una historia de un enemigo y mover likes (y corazones). El influencer debe conseguir, en un acto performativo y teatral, que la sociedad vea y sienta junto a él lo que él ha fabricado para responder a una agenda que no necesariamente nos muestra: Su propia ganancia, la ganancia de ciertos grupos. El influencer debe hacer show, debe construir tendencia, debe entonces teatralizar.

Ocho. Por ejemplo, el influencer puede construir una comisión que investiga sobresueldos de sus enemigos, y eso le permite no hablar de la corrupción y los pactos oscuros suyos y de sus amigos. El influencer puede eliminar todos los procesos de rendición de cuenta del Estado y modificar de un plumazo las garantías judiciales del debido proceso pero deberá para ello despertar emociones sobre la seguridad personal de las finanzas con el bitcóin. El influencer manejará con maestría los aparatos ideológicos del Estado. La sociedad se quedará con preguntas, muchas, muchísimas preguntas sin responder. El influencer deberá esperar con paciencia a que la sociedad entera olvide todas las preguntas. Y que, finalmente, no recuerde que es posible hacer preguntas.

Nueve. Y sin embargo estamos aquí. Y vamos a seguir preguntando. Preguntamos por los desaparecidos, por las asesinadas. Preguntamos por qué tanto dinero va al ejército y por qué tan poco dinero se destina a educación. Por qué el dinero no alcanza. Por qué piensan que el desarrollo no debe proteger nuestros bosques. Preguntamos por los sobresueldos de antes y los de hoy. Preguntamos por qué han cerrado los portales de transparencia. Por qué hay tan poca claridad, por qué nos digitalizan sin discutir nuestros derechos digitales. Preguntamos por qué tanto odio y tanto miedo. Y no nos cansaremos. Esto no es polarizar, sino apostarle a la democracia.

 

* Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 57.

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