En un día común, una persona promedio de El Salvador se levanta temprano para bañarse, desayunar, tomar café e irse a trabajar. Si es una mujer en edad adulta, seguramente también le toca bañar a sus hijos o hijas, preparar el almuerzo, hacer la limpieza, lavar la ropa, regar las plantas y realizar otras actividades domésticas. Si es joven, su rutina es básicamente la misma, pero en lugar de trabajar, posiblemente tiene que desplazarse a un centro de estudios y muy probablemente debe ayudarle a su mamá antes de salir de la casa. Si es un niño, o una niña, aunque no esté en edad de ir a la escuela, no cabe duda de que sigue los mismos patrones de aseo personal y alimentación que su familia. Estos roles responden a una clasificación bastante general, pero pueden diversificarse muy ampliamente al cambiar el enfoque del análisis e incluir otros factores importantes como la capacidad adquisitiva, el estrato social, la etnia, el género, el tipo de vivienda y la educación, entre otros. Sin embargo, hay una característica innegable que todos estos arquetipos salvadoreños tienen en común: no existe ninguno que pueda prescindir del agua.
De hecho, si lo pensamos a profundidad, veremos que el agua está presente en casi todo. Es un elemento tan común y ordinario que, como sociedad, muchas veces olvidamos que puede llegar a agotarse y nuestro olvido es reflejado en la inactividad política, la falta de conciencia ambiental y el desinterés por las campañas de protección y recuperación de las reservas hídricas del país. A tal punto llega esta desidia que tampoco nos incomoda permanecer impávidos, mientras las grandes élites económicas se terminan las últimas fuentes de agua del país sin que el gobierno haga algo para detenerlas y sin que podamos dimensionar que la falta de este recurso va a afectarnos a unos más que a otros. Creemos con facilidad cualquier discurso rimbombante o mentira que sale de la boca de los funcionarios y dejamos que se tomen decisiones importantes sin generar una opinión crítica y sin exigir que seamos tomados en cuenta. Para hacernos reaccionar, muchos grupos ambientalistas, iglesias, ONG, organizaciones civiles, universidades, especialistas y activistas -a los cuales el presidente Bukele se refirió como “organizaciones de fachada”- han venido advirtiendonos desde hace varias décadas que el agua se está acabando, que las autoridades quieren hacer negocio con ella y que lo poco que nos queda está severamente contaminado. En el contexto actual, la errada visión de desarrollo que el Gobierno pretende usar para justificar la sobreexplotación del medioambiente y para la aprobación de sus nuevas malas ideas, nos mueve a atender con mayor urgencia esos llamados en defensa de la vida y a repasar la realidad del agua en El Salvador.
Desde el 2006, el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN) ha publicado informes sobre la calidad del agua de los sitios de muestreo que conforman la red de monitoreo permanente en 55 ríos del país. Estos estudios determinan si el agua analizada cumple con las condiciones para utilizarse en actividades de riego, ser potabilizada por medios tradicionales (filtración, sedimentación o desinfección por cloración o ebullición) o entrar en contacto con humanos, y, además, clasifica su estado en cinco categorías: clasifica su estado en cinco categorías: excelente, buena (ambas facilitan el desarrollo de la vida acuática), regular (limita el desarrollo de la vida acuática), mala (lo restringe) y pésima (lo hace imposible). Al escudriñar esta información, los datos muestran que el agua de la mayoría de los ríos muestreados no es apta para riego, potabilización por medios convencionales o contacto con humanos (ver Figura 1), y que su calidad oscila principalmente entre las categorías de “regular” o “mala” (ver Figura 2).
Tomando como base las tasas de consumo diario per cápita de otras regiones y los niveles de producción de agua potable reportados en las memorias de labores de la Administración Nacional de Acueductos y Alcantarillados (ANDA) del 2008 al 2017, también es posible hacernos una idea del déficit que hay en materia de abastecimiento. Por ejemplo, si ajustamos el número de habitantes que había en El Salvador durante los años que ANDA publicó esos documentos a las tasas de consumo de Noruega y Estados Unidos -que siempre se han ubicado en las primeras posiciones del Índice de Desarrollo Humano- y al promedio calculado para la región de Latinoamérica, es posible observar que en ningún escenario El Salvador es capaz de suplir la demanda de agua de sus habitantes con el nivel de volumen producido anualmente (ver Figura 3). En otras palabras, este análisis muestra que si los salvadoreños y salvadoreñas tuviéramos la misma calidad de vida de los noruegos y estadounidenses o si, por lo menos, nos acercáramos al promedio de la región latinoamericana, el agua potable que producimos no nos alcanzaría para vivir. Más allá de esta comparación hipotética, los resultados generados también respaldan y denuncian que en El Salvador hay un mal manejo y distribución del agua, que hay escasez y que nos enfrentaremos a graves y peores desafíos si no solucionamos esta problemática en el corto y mediano plazo.
Ante estas carencias evidentes que ya afectan a la gran mayoría y que son muy sensibles en nuestra realidad cotidiana, ¿Por qué el gobierno a cargo del presidente Bukele se empeña en imponer y apoyar proyectos ecocidas que pueden llegar a perjudicarnos? ¿Por qué ha propuesto una Ley de Aguas inconsulta, verticalista y llena de contradicciones que, en esencia, favorece los intereses económicos de unos pocos? ¿Por qué prefiere invertir en cosas innecesarias y no en mejorar algo tan esencial y vital? ¿Por qué sigue amparándose en el sensacionalismo y el populismo para tergiversar y validar posturas insostenibles y fácilmente refutables? ¿Por qué no les ha dado prioridad a los problemas con el agua si se jacta tanto de ser diferente a los gobiernos anteriores? En este tema, más nos vale empezar a reconocer que lo que le pase al agua puede llegar a poner en peligro nuestro bienestar y el de las futuras generaciones, y que los efectos de nuestro accionar y de las decisiones estatales van a ser de magnitudes catastróficas para los sectores más vulnerables e históricamente desatendidos de todo El Salvador. Solo una ciudadanía atenta, responsable, informada y organizada puede frenar los grandes peligros que se avecinan, pero para ello debemos dejarnos acompañar por las voces que desde hace años han defendido nuestros derechos y volver siempre a la historia inalienable de nuestro país.
Figura 1. Aptitud del agua para potabilización convencional, riego o fines recreativos durante los años 2006, 2011 y 2020.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos del MARN.
Figura 2. Calidad del agua según el Índice de Calidad Ambiental (ICA) durante el periodo comprendido entre 2006 y 2020.
Fuente: Elaboración propia a partir de datos del MARN.
Figura 3. Comparación entre el agua potable producida en El Salvador y lo que se demandaría si el país tuviera las tasas de consumo diario per cápita de Noruega, Estados Unidos (EE.UU.) y el promedio para Latinoamérica (L.A.).
Fuente: Elaboración propia a partir de datos de ANDA, Banco Mundial, Statistics Norway, EPA y UNESCO-IHE.
* Violeta Martínez, del Departamento de Ingeniería de Procesos y Ciencias Ambientales. Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 51.