Más allá de la consigna

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Wilmer Sánchez
28/10/2021

En las últimas semanas, la consigna "¿Cuál es la ruta?" es la que más se escucha en las calles y es de las que más aparece en los memes y hasta en vinchas, camisetas y calcomanías. Aunque la respuesta automática suena fácil y hasta con rima, el asunto no es tan sencillo. Son tantas las exigencias que se expresan en las pancartas que desfilan en las calles, como distintos y hasta distantes son los diversos sectores que las enarbolan, pero el punto en común de estos sectores es el rechazo unánime a la alzada autoritaria del presidente Bukele. En ese sentido, aunque la consigna tenga una respuesta fácil, esta también puede llevar a una respuesta más compleja. Sacar al presidente significa, en este contexto y en principio, detener la alzada autoritaria.

Por lo pronto, si el punto común entre los sectores sociales es este rechazo al autoritarismo, tampoco se puede simplemente regresar a la situación que se tenía antes de la alzada autoritaria, pues esto es lo que dio origen al derrotero que nos trajo a este escenario. “Estos lodos son de aquellos polvos” diría la sabiduría popular.


No se trata de la restauración del anterior régimen

No se trata de volver donde estábamos. La ruta no debiera ser una cruzada de restauración. Es aquí donde quizá resalten diferencias sobre las que se debe reflexionar y dialogar. Es sabido que algunos de los opositores quizá sueñen con volver a la situación en la que nos encontrábamos antes de la llegada de Bukele. Esto es así porque el anterior régimen era conveniente a sus intereses. Sin embargo, la restauración del statu quo no es la ruta.

La cantaleta de pedir que se restituyan las cosas a como estaban antes parece legítima en cuanto que condena la alzada autoritaria, pero no puede ser el punto de llegada ni tampoco el escenario desde donde se ha de construir nueva democracia. Para detener la escalada autoritaria, más que pedir el retorno al régimen anterior, podría ser más potable promover medidas anticorrupción y demandar más mecanismos de transparencia y de contraloría social. La cruzada “anticorrupción” de este gobierno, más que acto de justicia, parece un ajuste de cuentas de una mafia a otra cuando se dan cambios de poder en “la plaza”. Ahora que el régimen está desmontando toda la enclenque democracia que se tenía, en adelante, se debe buscar construir una institucionalidad más sólida, más garantista de derechos y una democracia con participación efectiva de la ciudadanía.


De los acuerdos mínimos: agendas y procedimientos

Dicho lo anterior, los distintos sectores que buscan contener la alzada autoritaria y construir una alternativa a este Gobierno deben establecer agendas en común. Además, se deben consensuar reglas claras para todos y todas y espacios democráticos donde sea posible gestionar la pluralidad propia de una democracia.

Respecto a las agendas temáticas, definir las prioridades siempre ha sido un asunto complejo. Por un lado, cada sector tiende a reivindicar su causa como la prioritaria, por otro lado, los ritmos de trabajo se concentran en las temáticas propias de cada sector. Pese a ello, también es necesario reconocer que, tras años de luchas, hay temáticas que se consideran prioritarias en una agenda de país, como el derecho humano al agua, por poner un ejemplo. Además de estas temáticas, ante el estado actual de las cosas, el consenso también parece gravitar sobre la necesidad de un régimen democrático. El punto toral aquí es definir qué implica un nuevo régimen democrático participativo y cómo llegar a ello.

Si la ruta es la instauración de un régimen democrático participativo, los procedimientos son importantes. En este caso, aunque difiriendo con Maquiavelo, los medios deben ser coherentes con este fin. Así las cosas, nos colocamos ante una de las tantas preguntas que pululan en el aire al calor de las circunstancias: ¿Y ahora qué sigue? En varios espacios se discute sobre la necesidad de crear una nueva alternativa electoral, un nuevo partido político. Ahora casi nadie considera como una opción viable revivir las viejas opciones electorales del anterior régimen. De hecho, ya se conocen varias iniciativas de partidos en proceso de formación. Por otro lado, hay sectores que vinculan lo partidario directamente con el anterior régimen y, cualquier cosa relacionada con partidos políticos, es vista como un vulgar oportunismo clásico que nos llevaría a repetir los yerros de siempre (eterno retorno).

En estos ámbitos también se suele hablar de movimientos y en la idea de vincular estos con las posibilidades de gestar espacios de participación directa. Parece ser que la disyuntiva a la que nos aproxima la pregunta de ¿cuál es la ruta? se refiere, en primera instancia, al medio que se utilizará para realizar la acción política: partido o movimiento social. Sobre este punto, quizás la cuestión podría ser más bien en torno a qué tipo de partido político o qué tipo de movimiento se quiere construir. Sin embargo, ni lo uno ni lo otro son mutuamente excluyentes.

La gestación de nuevas dinámicas políticas podría dar lugar a movimientos fuertes con capacidad de propiciar la participación efectiva de la ciudadanía. En todo caso, el contexto y momento quizá estaría requiriendo de una nueva opción electoral acorde a las circunstancias, un partido que sea instrumento de un movimiento social y no al revés. La participación creativa y propositiva será clave ante esta particular y troncal disyuntiva.


Los peligros y horizontes en la ruta

Tejer consensos y acuerdos entre la diversidad de agendas y sectores es otro gran reto en la travesía de la ruta, pero es necesario, puesto que lo contrario al verticalismo y al autoritarismo es la gestión de la pluralidad. Es en este punto donde pueden surgir peligros de los que habría que tomar nota en la construcción de la ruta hacia una nueva democracia. El actual régimen podría aprovecharse de la diversidad de agendas existentes en la oposición y podría intentar capturar a sectores cuyo problema de fondo no es el autoritarismo en sí, sino el estar excluidos de la dinámica del poder. En Nicaragua, la oligarquía pactó con el orteguismo mientras les era conveniente a sus negocios. Aquí mismo, en el poco tiempo que estuvo en funciones el Comité del Fondo de Emergencia para la Recuperación y Reconstrucción Económica (CFERRE) para la fiscalización del uso de los 2 mil millones aprobados para la gestión de la pandemia en 2020, el sector empresarial que formaba parte del comité empezó a negociar por separado, con el hermano del presidente, que mil millones de ese fondo se dedicaran exclusivamente a la reactivación económica. Ya se sabe en qué terminó ese voto de confianza que dan algunos grandes empresarios a los regímenes autoritarios, tanto en Nicaragua como aquí mismo. Con todo, el peligro de que el Gobierno pueda cooptar a estos sectores siempre está presente.

Otros peligros que pueden surgir en las dinámicas de articulación entre sectores diversos suelen ser los prejuicios y desconfianzas de unos hacia otros, los deseos de protagonismos y la falta de visión estratégica a largo plazo. No se trata solo de sacar al régimen, luego de ello viene lo más complejo. Todo estos son riesgos que deberán gestionarse. Para la gestación de una democracia participativa se debe politizar la política y esto implica gestionar las pluralidades con claridad, apertura, autocrítica y creatividad.

¿Cuál es la ruta después de Bukele? No volver al anterior régimen, sino apostar por una democracia participativa o, parafraseando a Rutilio Grande, la construcción de una mesa común, en donde cada quien tenga su puesto y su misión.

 

* Wilmer Sánchez, de la Vicerrectoría de Proyección Social. Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 67.

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