Nosotros y los otros

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El niño empieza a crecer en su dimensión social en la familia. Es lógico desarrollar un nosotros que identifica, da pertenencia y ayuda, desde la seguridad del grupo, a acercarse a otros que van ampliando progresivamente el ámbito de relaciones. Pero algo se rompe en el proceso de humanización cuando se establece una frontera radical entre “nosotros y “los otros”. El riesgo es olvidar que pertenecemos a la misma especie y que la humanidad es una. El nosotros, si queremos hacer honor a nuestra propia humanidad, tiene que ampliarse indefinidamente, incluyendo cada vez más a otros hasta ser plenamente universal e incluyente. Vivimos en un mundo multicultural, entrecruzado de diversidad y diferencias, y estamos llamados a romper barreras, establecer diálogos, crear marcos de convivencia armónica y fraterna. Algunos de los filósofos actuales que piensan en la responsabilidad ética del ser humano, precisamente por ser humano, suelen catalogarnos universalmente como “interlocutores válidos”. En otras palabras, todos podemos ser sujetos de diálogo, y con el diálogo, artífices de fraternidad, acercamiento y convivencia.

Si a la tipificación divisiva del “nosotros y los otros” le añadimos una segunda catalogación, esta sí definitivamente nociva, la de “superior-inferior”, tenemos servido el caldo de cultivo de enfrentamientos, humillaciones, explotación e injusticia vil y directa. “Nosotros, los superiores; y los otros, los inferiores” se convierte en la clasificación típica que ha generado desde guerras religiosas a sistemas autoritarios que necesitan imponerse con terror, abuso y violaciones gravísimas a los derechos fundamentales de la persona. La historia de la humanidad está llena de ejemplos. Y la tendencia a clasificarnos de esta manera, muchas veces profundamente reactiva, no solo no ha cesado, sino que la vemos presente en el terrorismo, el supremacismo blanco, que creíamos extinguido, y en medidas económicas que ante las crisis protegen con mayor intensidad y eficacia a los fuertes, léase los bancos, mientras dejan que los costos caigan sobre las espaldas de los más débiles.

En otras ocasiones, el nosotros se centra exclusivamente en la coyuntura y el tiempo que corre para el grupo. Se olvidan responsabilidades intergeneracionales y no se ve el futuro como un patrimonio común que debemos crear entre todos. En El Salvador podemos hablar de la patria, especialmente en este mes de septiembre, y hacerlo de un modo muy inclusivo. Pero el discurso dura muy poco. Y rara vez sale el tema de la infancia, a pesar de que todos sabemos que no existe una política para la infancia fuera de la política educativa. Como si los niños solo existieran hasta el momento que van a la escuela. Los partidos políticos, más acostumbrados a competir que a hacer alianzas, no hablan del tema de la niñez. Da la impresión de que al famoso “futuro de la patria” lo dejamos arrinconado hasta que se convierte en presente. Y ahí que se las arregle como pueda, igual como se la han arreglado las diversas generaciones que una vez fueron futuro y de las que nadie se preocupó en su momento.

Aunque continuar por ese camino es condenarnos a tropezones, a chocar unos con otros y sembrar de infelicidad nuestra historia, no acabamos de percibir la necesidad de establecer acuerdos sobre nuestra niñez que potencien tanto el desarrollo de capacidades como el acceso a una vida en plenitud de derechos. Los niños no son de izquierda ni de derecha, no tienen afiliación partidaria. La tendrán sin duda en el futuro. Pero en sus primeros años son solamente personas a las que hay que cuidar y preparar para integrarse armónicamente en la vida de la sociedad. Todos iguales, todos abiertos a la construcción del futuro, todos con la misma dependencia inocente de la sociedad adulta, todos con los mismos derechos a un futuro sin odio ni violencia. Para que en el futuro sepan manejar la política hacia el bien común, es indispensable que hoy nos preocupemos por ellos, que tengamos una política de desarrollo de la niñez que cubra todas las etapas entre la gestación y los 18 años. Y si este respecto queremos una política integral, que los acompañemos después hasta los 25 años, tanto en sus estudios universitarios como en la preparación e inicio de su vida laboral.

En la generación actual no hay santos ni demonios. Como seres humanos, todos tenemos limitaciones y cometemos errores. Pero clasificarnos como enemigos, elevar el tono de los ataques personales, condenar y excluir no ayuda a dar el salto hacia una democracia que aspira al bien de la sociedad en su conjunto y al desarrollo de las capacidades de cada uno. Si queremos construir un El Salvador distinto al actual, conservando lo positivo y eliminando las negatividades y errores, es necesario romper la clasificación divisoria del “nosotros y los otros”. Y todavía mucho más la tendencia nociva y peligrosa de compararnos y calificarnos unos a otros como superiores o inferiores. Pensemos distinto, pero busquemos puntos de unión en los niños, en los débiles y en los necesitados. Siempre hablamos de los intereses nacionales. Pero nos olvidamos con frecuencia de que la mayoría de nuestra nación la componen personas en pobreza o en precariedad, cuyos niños son especialmente vulnerables. Ampliar la concepción del nosotros a estos sectores es básico para que un país se desarrolle.

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Anónimo
23/09/2017
07:16 am
La tragedia reciente de México nos recuerda que nuestras escuelas públicas probablemente no reúnen condiciones aceptables de seguridad sísmica estructural; que varios multifamiliares de la Col. IVU tienen estructuras seriamente deterioradas por los últimos terremotos; que muchos edificios del centro están habitados cuando desde hace muchos años fueron marcados con bandera roja . Se sabe de gobiernos que han recibido propuestas serias para revisar del código de construcción, o bien para actualizar el censo de edificaciones inhabitables, pero no las atendieron. Así, propongo a la UCA que \"haga ruido, que haga bulla\" en calles, radio y TV. Que recuerde a los nefastos gobernantes que sobre sus conciencias caerían las muertes de decenas o centenares de personas, si no se revisan estos casos. Y es que para los políticos, y salvadoreños promedio, en sí indiferentes y egoístas, son \"otros\" los que viven y trabajan en sitios vulnerables, son \"los otros\" los d
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