Una vez más un fenómeno natural -esta vez la tormenta tropical Julia- tuvo en vilo a la mayoría de la población de los países centroamericanos, pero especialmente sufrieron angustia quienes siempre padecen las inclemencias del tiempo. Hasta el martes 11 de octubre en El Salvador, según registros de Ysuca, se registran 10 personas fallecidas, incluyendo a cinco soldados que murieron soterrados, más de dos mil personas albergadas, decenas de árboles caídos, derrumbes y deslizamientos, ríos desbordados, puentes colapsados, caminos y carreteras interrumpidos, pérdidas de pertenencias de miles de familias que viven en las zonas afectadas por inundaciones, etc. Como efectos indirectos hubo cortes de energía eléctrica en algunas zonas del país, las clases y actividades educativas en general se suspendieron así como diversas empresas e instituciones tuvieron que hacer un alto en sus actividades. Estos eventos han sido cada vez más frecuentes y son un golpe de mesa para que entendamos la gravedad de la situación en que viven grandes sectores de la población y el progresivo deterioro del territorio salvadoreño. La emergencia provocada por la tormenta Julia, como sucedió con Iota y Amanda, nos pone al desnudo frente a nuestros ojos las consecuencias de un modelo de organización de la sociedad y la economía que pone en el centro al dinero y no a las personas.
Ojalá que con los desbordes del río Lempa, del río Grande en San Miguel, del río Arenal en San Salvador, o del río Chilama en La Libertad, por mencionar algunos que repiten este fenómeno, por fin comprendamos que ningún proyecto de desarrollo que entienda el progreso como encementar al país y no preservar y proteger el medio ambiente, tiene viabilidad a mediano plazo. La naturaleza es sabia, y cuando se impermeabiliza el suelo o cuando se cortan o desvían los caudales de ríos y quebradas por construir grandes edificaciones urbanísticas, ella misma busca los caminos por donde encontrar salida. Ojalá que por fin lleguemos a asimilar que las inundaciones en lugares donde antes no ocurrían, que los desbordes de quebradas que antes no se daban, que la ingente cantidad de agua que cae del cielo, tienen que ver con un cambio climático, que es real, que nos afecta directamente y que es consecuencia de las destrucción, por parte de ser humano, del único planeta que tenemos, por hoy, para vivir. Ojalá que entendamos que la insuficiencia de drenajes y alcantarillas en las calles de las ciudades por atiborrarlos de basura, es lo que, en parte, provoca inundaciones y desgracias en calles y avenidas.
La tormenta Julia también desnudó que son los mismos sectores empobrecidos, los que viven en zonas marginales, a la orilla de ríos y barrancos, los más afectados porque viven en condiciones que no son dignas de un ser humano y de un país que en sus leyes proclama que todos y todas somos iguales. Ojalá que esta emergencia permita aprender por fin que el Sistema Nacional de Protección Civil debe fundarse en la participación de las mismas comunidades porque son ellas las que, mejor que nadie, conocen su territorio, a su gente y se pueden organizar de una manera más efectiva. Imponer medidas y decisiones asumiendo que las autoridades saben lo que la gente necesita es, además de prepotente y autoritario, un craso error de la presente administración que causó muchos contratiempos en esta y las emergencias anteriores.
En fin, ojalá que por fin se entienda que la comprensión del riesgo de sufrir desastres sociales y económicos a causa de fenómenos naturales radica en gran parte en entender la vulnerabilidad, sus formas y su evolución en el territorio. Es cierto que los fenómenos naturales son impredecibles, pero también es cierto que se pueden mitigar los daños. Un huracán puede pasar sin derrumbar puentes y muros causando dolor y daño, mientras que solo una lluvia intensa puede causar pérdidas de viviendas e infraestructura. La clave está en la vulnerabilidad de la población y del territorio. Una “vivienda” construida sin los materiales adecuados y en una zona de riesgo es mucho más vulnerable que otra construida en un lugar seguro y con materiales correctos. De la misma forma, un territorio deforestado es más vulnerable que otro en que se respete y proteja la naturaleza. Ojalá también la gente entienda que a los políticos no les ha importado proteger a la naturaleza ni a las personas pobres, porque estos eventos de emergencia les sirven como justificación para extender la mano y solicitar ayuda internacional que nunca llega a las personas más vulnerables. Ojalá que por fin aprendamos. Ningún proyecto económico o político será viable, si no garantizamos tener un medio ambiente saludable y sustentable para todos y todas.
* Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 107.