Para la Constitución pastoral Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II, los "signos de los tiempos" se definen como aquellos grandes hechos, acontecimientos y actitudes o relaciones que caracterizan a una época. Revelan, además, tanto las causas y los efectos de los eventos, como las esperanzas y preocupaciones de los hombres y mujeres de una etapa histórica determinada. Siguiendo el espíritu de esta definición, podemos decir que a signos de los tiempos suenan algunos de los 283 párrafos del documento final de la conferencia de la ONU sobre desarrollo sostenible, conocida como Río+20, realizada recientemente en la gran ciudad brasileña de Río de Janeiro.
Como es sabido, esta conferencia ha sido considerada como una oportunidad para mirar hacia el mundo que queremos tener dentro de 20 años. Los líderes mundiales, junto con miles de participantes del sector privado, las ONG y otros grupos, se reunieron para dar forma a la manera en que se puede reducir la pobreza, fomentar la equidad social y garantizar la protección del medioambiente en un planeta cada vez más poblado. Las conversaciones oficiales se centraron en dos temas principales que pueden considerarse como verdaderos desafíos de nuestra época: cómo construir una economía ecológica para lograr el desarrollo sostenible y cómo mejorar la coordinación internacional para el desarrollo de las personas.
A problemas o retos que marcan una época suenan también las siguientes preguntas que generaron debate. ¿Cómo ayudar a las personas a salir de la pobreza, al tiempo que protegemos el medioambiente? ¿Cómo proporcionar a todos el acceso a energía limpia y de qué modo velar por que nuestras necesidades energéticas no contribuyan al cambio climático? ¿Cómo garantizar que todos tengan el agua, los alimentos y la nutrición que necesitan? ¿Cómo lograr que nuestras ciudades tengan una calidad de vida decente? ¿Cómo crear mejores sistemas de transporte que nos permitan llegar a donde queremos sin causar demasiada congestión ni contaminación? ¿Cómo garantizar que nuestras comunidades resistan los desastres naturales? ¿Qué tipo de economía se requiere para conciliar justicia social con justicia ecológica?
En el contexto de las respuestas, los firmantes del documento han recordado uno de los compromisos centrales de la histórica Carta de la Tierra, en la que se plantea la necesidad de erradicar la pobreza como un imperativo ético, social y ambiental. Río+20 hace eco de esa necesidad al afirmar que le preocupa profundamente el hecho de que una de cada cinco personas del planeta, es decir, más de mil millones de personas, siga viviendo en la extrema pobreza, y que una de cada siete, o sea el 14%, esté mal nutrida, en tanto que ciertos problemas de salud pública, como las pandemias y las epidemias, sigan constituyendo una amenaza omnipresente. Asimismo, reconocen que, dado que para 2050 se proyecta una población mundial superior a los 9 mil millones de personas, se deben intensificar los esfuerzos orientados a lograr un desarrollo equitativo y sostenible.
Otro signo preocupante de la época, señalado en el documento, es el hecho de que persisten los altos niveles de desempleo y subempleo, especialmente entre los jóvenes, y en ese sentido se habla de la necesidad de aplicar estrategias de desarrollo para abordar en forma proactiva el problema del empleo de los jóvenes en todos los niveles. A ese respecto, se reconoce la necesidad de formular una estrategia mundial sobre la juventud y el empleo, sobre la base de la labor de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Entre los signos positivos que deben seguirse cultivando, se destacan las nuevas sensibilidades expresadas en la conceptuación de la Tierra como hogar, en el reconocimiento de los derechos de la naturaleza y en la conciencia de que, para lograr un justo equilibrio entre las necesidades económicas, sociales y ambientales de las generaciones presentes y de las futuras, es imprescindible promover la armonía con la naturaleza. Y al proponer el tipo de desarrollo que podría enfrentar efectivamente los males globales, se vuelve a mencionar el sostenible, entendido como un proceso inclusivo y centrado en las personas, que beneficie y dé participación a todos, incluidas las mujeres, los jóvenes y los niños. Un proceso que satisfaga las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones de satisfacer las suyas propias.
En suma, tomado en su conjunto, podemos afirmar que en Río+20 se ha vuelto a poner de manifiesto uno de los grandes signos de nuestra época: la existencia de dos culturas opuestas: la llamada cultura del industrialismo y la cultura ecológica. La primera considera a la naturaleza como una fuente ilimitada de recursos y al ser humano como amo y explotador de ella. La segunda también considera a la naturaleza como fuente de recursos, pero de recursos limitados; y entiende al ser humano como un elemento de la naturaleza que tiene que gestionarla y administrarla, pero respetando sus ciclos de vida. En consecuencia, los valores principales del industrialismo son el consumismo sin freno, la producción sin límites, los resultados a corto plazo, el crecimiento lineal y la depredación de recursos. Por el contrario, los valores de la cultura ecológica están orientados al respeto a la naturaleza, la calidad de vida, la sostenibilidad, los límites y posibilidades del ciclo vital, y los resultados de largo plazo. La opción deseable y posible es una forma de vida que garantice justicia social e integridad ecológica como fundamento común, mediante el cual se deberá guiar y valorar la conducta de las personas, organizaciones, empresas, Gobiernos e instituciones multinacionales.