Un año para cambiar

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Si algo se advierte en la mentalidad ciudadana es el deseo de que 2019 sea diferente a 2018. Más allá de algunos aciertos y aspectos positivos de este año recién pasado, los problemas en la seguridad, el trabajo y salario digno, y el funcionamiento de las instituciones han hecho aumentar en la ciudadanía deseos profundos de cambio. El tiempo de las elecciones presidenciales ha incidido en que se muestre con mayor fuerza el cansancio respecto a un mundo político que, pese a sus promesas, no ha sido capaz de introducir en el país un dinamismo de transformación eficiente hacia el desarrollo humano. De hecho, ante la proximidad de los comicios, solo el FMLN ha presentado un plan de gobierno. Y en conjunto, todos los partidos contendientes tienen propuestas demasiado generales, sin que se sepa, entre otras cosas, de dónde obtendrán los recursos para implementarlas.

Las promesas son amplias en todos los partidos. Pero es difícil creer en ellas en un país con una deuda demasiado pesada y con una carga impositiva exigua. Ciertamente, esta ha ido aumentando poco a poco en los últimos años, aunque no llega aún a la media latinoamericana: 22% del producto interno bruto. Nosotros con suerte logramos alcanzar un ingreso en favor del Estado de aproximadamente el 17% del PIB. Y curiosamente ningún partido político habla con claridad de una reforma fiscal progresiva, indispensable en El Salvador si aspiramos a un desarrollo decente. La incredulidad ciudadana frente a la política tiene sin duda sus causas, aunque estas sean percibidas más de un modo intuitivo que claro y racional.

Cuando las cosas son así, es normal que los deseos de cambio elijan caminos a veces impensables en otras situaciones. Al no tener claro cómo debe ser el cambio, existen fuertes probabilidades de que terminemos en algo muy parecido a lo que muchos ciudadanos consideran estancamiento. El país necesita crecer y, todavía más, que el trabajo reciba una compensación mayor que la actual, especialmente para aquellos sectores que conforman el mundo de la pobreza y la vulnerabilidad, que superan en conjunto y sobradamente al 50% de la población. Sin ese mayor crecimiento y sin que los efectos del crecimiento repercutan en los sectores con mayores necesidades, el malestar ciudadano y las causas del mismo podrán tener ligeras variaciones, pero el país seguirá tenso y con deseos de cambio, gane quien gane las elecciones.

El papa Francisco ha publicado ya su mensaje para el primer día de 2019. Y es que en esa fecha, 1 de enero, la Iglesia celebra desde 1968 la Jornada Mundial de la Paz. Este año, el papa ha dedicado su mensaje a la política como generadora de paz. Un tema siempre de actualidad, porque sin una política que busque realmente el bien común es muy difícil mantener la paz social en cualquier país. Francisco insiste, citando a un poeta francés, en que la paz es “como una flor frágil que trata de florecer entre las piedras de la violencia”. Y el mejor medio socioestructural para ayudar a su crecimiento es sin duda una política democrática, participativa, con amplios tintes y dimensiones sociales, dispuesta a erradicar la pobreza, la injusticia y las desigualdades sangrantes. Y esa política es la que, aunque haya habido intentos, no ha terminado de imponerse en nuestro país.

Cuando monseñor José Luis Escobar afirma que el Estado le falla al ciudadano en el campo de la seguridad y en otros órdenes, en realidad lo que está haciendo es lo mismo que el papa Francisco en su mensaje: recordarles a los políticos su gran responsabilidad de mirar los rostros adoloridos del pueblo por las diversas privaciones que sufre y brindar a nuestra gente un camino de desarrollo donde se cumpla con bases claras de justicia. O como dice nuestra propia Constitución, que el Estado asuma su responsabilidad de brindarle a la gente la “consecución de la justicia, de la seguridad jurídica y del bien común”. Y para que no quede demasiado abstracto, el numeral 1 de la Carta Magna añade que “es obligación del Estado asegurar a los habitantes de la República el goce de la libertad, la salud, la cultura, el bienestar económico y la justicia social”. Si no cumplimos con nuestra propia ley fundamental ni con la racionalidad básica con la que nos habla evangélicamente el papa Francisco y nuestro arzobispo, será difícil que 2019 sea el año de paz que todos deseamos. Cuando los que deseamos la paz decimos “Feliz año”, queremos también que la política, la de todos, se empeñe mejor en la tarea de construir la paz.

* José María Tojeira, director del Idhuca.

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Anónimo
04/01/2019
10:12 am
Sería fabuloso que más ciudadanos tuviesemos esa capacidad academica de análisis integral de forma tal que constituyendo una mayoría representativa pudiesemos aportar ideas claves y contundentes para lograr cambios idealmente a corto plazo, sin embargo los de mediano y largo plazo que fuesen sostenibles serían los más importantes. La educación y el involucramiento directo consciente responsable y constructivo es lo que deberíamos fomentar para aspirar a heredar a nuestros hijos un El Salvador con expectativas de mejora.
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