A vueltas con la violencia

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Editorial UCA
29/03/2023

Nuestra sociedad es violenta al grado que ha optado sin pudor por la violencia como camino privilegiado para resolver sus problemas. Es violenta de múltiples y cotidianas formas, afectando las relaciones familiares y sociales, y causando heridas traumáticas en grandes segmentos de la población. El horror es de todos los días: policías que se quitan la vida, hombres que asesinan a sus parejas, mujeres que son agredidas o violadas, niñas y niños abusados, personas transgénero asesinadas… Pero hay una forma de violencia más sutil, menos perceptible, y que se aplica degradando, ridiculizando o haciendo sentir inferior a otra persona: la humillación.

Se humilla a un individuo o grupo cuando se le niega o menoscaba su dignidad. La sociedad salvadoreña es experta en esa materia y por ello se enseña a la niñez a no dejarse, a devolver los golpes, ya sean estos verbales o físicos. Y así se reproduce la violencia. Por lo usual, quien ha sido humillado en algún momento de su vida tenderá a cobrar esa factura ejerciendo violencia en otros, repitiendo en personas más débiles o vulnerables lo sufrido.

Gracias a la consciencia de la necesidad de trabajar por la erradicación de la violencia, El Salvador cuenta con leyes que protegen a las personas vulnerables, especialmente a las mujeres, a la niñez, a la población discapacitada y a los adultos mayores. Sin embargo, aunque necesarias, estas normativas no son suficientes para enfrentar la problemática en una sociedad como la nuestra. La ley no cambia las conductas, solo las penaliza cuando son conocidas por el Estado a través de una denuncia. Y el temor a ser castigado rara vez es un factor limitante en el ejercicio de la violencia. El Salvador y muchos otros países dan fe de ello: a pesar de la severidad de sus leyes, no han logrado disminuir los niveles de violencia, pues esta está enraizada en la cultura.

La erradicación de la violencia requiere un cambio cultural, al cual solo se llega a través de una multitud de acciones constantes y prolongadas en el tiempo que transforman hábitos, comportamientos y mentalidades. En esa línea, los puntos clave son, por un lado, emprender un arduo trabajo de educación a nivel nacional, que comienza en las familias y que continúa en las escuelas, las iglesias, las comunidades, los lugares de trabajo, la política y todos aquellos espacios de socialización; y por otro lado, tomarse en serio la construcción de una cultura de paz. En definitiva, es esta una tarea de todos y de todos los días; una tarea que supone promover y mantener un respeto profundo a la dignidad de toda persona. Debemos entenderlo: respeto y dignidad son las únicas puertas de entrada a una sociedad en verdad justa, pacífica e inclusiva.

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