Cambio de costumbres para proteger la vida

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Editorial UCA
06/06/2018

Cada año, el 5 de junio, celebramos el Día Mundial del Medio Ambiente con el fin de concienciar sobre la necesidad de cuidarlo y protegerlo, pero los resultados no mueven al optimismo. Nuestro planeta, nuestra casa, la casa de toda la humanidad, sigue deteriorándose y los efectos de ello tienen cada vez mayor impacto en la población. El cambio climático, que se expresa en un aumento de las temperaturas, en tormentas más fuertes o en sequías más prolongadas, es quizás el efecto más conocido, pero no el único. La destrucción del medioambiente ha provocado la pérdida de 869 especies y que 290 estén en grave peligro de extinción. Además, año con año se reduce la superficie boscosa, se dispone de menos agua para el consumo humano, las tierras de cultivo disminuyen su productividad y se incrementa la contaminación. Según la FAO, cada día desaparecen alrededor de 20 mil hectáreas de bosque en el mundo.

La celebración del Día Mundial del Medio Ambiente es importante para insistir en la obligación de cuidar la casa común, aunque no es suficiente. Se necesita ir más a fondo y cambiar de actitud, cambiar la manera de relacionarnos con el medioambiente, abandonar aquellos hábitos que lo destruyen y, por difícil que sea, sustituirlos por prácticas de protección y cuido del planeta. Si de verdad queremos que la vida humana, la animal y la vegetal tengan continuidad, si deseamos dejar un mundo habitable a las futuras generaciones, es urgente una revolución de las costumbres.

Uno de los cambios más urgentes es abandonar la actitud consumista que lleva a desechar cosas periódicamente, aun cuando siguen siendo útiles o conservando su operatividad. El mejor ejemplo de ello es la tendencia a cambiar de celular para seguir el ritmo de una actualización tecnológica desbocada. El planeta no puede soportar el estilo de vida de los países ricos ni el de las clases más pudientes de las naciones pobres. Ese estilo de vida requiere de un planeta y medio, y por ello a diario se destruye el único con el que contamos. Sin una vida más austera, sin una reducción adecuada del uso de los recursos naturales, sin un compromiso personal y social de reutilizar las cosas, sin reciclaje, no habrá futuro para la madre tierra y no lo habrá para la humanidad.

Y hay que empezar por lo obvio. Por ejemplo, separando la basura de manera que se puedan reciclar el papel, los plásticos, el vidrio y las latas, y devolver al suelo todo el material orgánico. No botando basura en ríos o quebradas. No quemando los rastrojos para sembrar ni la caña de azúcar en lugar de cortarla. Evitando el uso de químicos contaminantes para fines agrícolas. Dejando de utilizar bolsas plásticas y productos desechables, como botellas, vasos, platos y cubiertos (cada año terminan en el mar 8 millones de toneladas de plástico).

Uno de los mayores problemas de El Salvador es la contaminación de sus recursos acuíferos y la merma de la cantidad de agua potable, pudiendo en el corto plazo ser insuficiente. Por ello es que, una vez más, hacemos un llamado a que se reconozca el derecho al agua en nuestra Constitución y a que se apruebe una ley general de agua que garantice su cuidado y protección como bien público al servicio de toda la población. Pero no bastará con una buena ley, también es necesario que cambiemos hábitos de derroche profundamente anclados en la cultura salvadoreña. Del uso que hoy hagamos del agua depende que las futuras generaciones puedan seguir gozando del vital líquido. Proteger y cuidar la casa común es el camino ineludible para asegurar el futuro de la humanidad. Contribuyamos todos a ello.

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