Con mucho tiempo de anticipación ha comenzado a hablarse de algunos empresarios como posibles candidatos a la Presidencia de la República. Y dado el exceso de politización de algunos dirigentes de gremiales empresariales, es importante reflexionar sobre el tema. ¿Deben los empresarios tener el liderazgo de la política en El Salvador? Hay gente que piensa que sí, porque se les atribuye más eficiencia en cuestiones prácticas que a los políticos y más capacidad de generar riqueza. Algunos también dicen que al ser ricos no robarán o lo harán menos. Pero el país ha tenido ya Gobiernos empresariales sin que ello se haya traducido en un desarrollo suficiente. Según estudios del PNUD, un 80% de la población está en situación vulnerable o en pobreza, y solo un 20% vive desahogadamente. En otras palabras, cuatro quintas partes de los salvadoreños están en mala situación en lo que respecta a derechos básicos o son vulnerables y pueden caer en cualquier momento en una dinámica de privación de derechos. No parece que los Gobiernos empresariales tanto del siglo XX como del XXI hayan cambiado ese panorama. En lo de robar menos, es difícil hacer un cálculo. Pero la acumulación de tierras, bancos y dinero en pocas manos habla mal de la honestidad de los Gobiernos empresariales.
De nuevo, ¿será bueno para El Salvador que gobierne un empresario? La respuesta es compleja. En principio, tanto un político como un empresario pueden ser buenos gobernantes. El punto es que, más allá de la procedencia, se debe exigir una serie de condiciones no solo de capacidad individual, sino de opciones claras y concretas. Político o empresario, mal gobernante será todo aquel que no busque activa y creativamente universalizar los derechos básicos de la población. En ese sentido, un empresario tendría que dejar clara su oposición a algunas de las posturas de las gremiales empresariales para poder ser buen presidente. También un político. Pero en el caso de un empresario, es más importante ese distanciamiento dada la desconfianza que podría inspirar haber estado directa o indirectamente vinculado a gremiales que se han opuesto a derechos básicos.
Algunos casos pueden ilustrarnos. Los debates sobre el salario mínimo siempre han mostrado a las gremiales empresariales favoreciendo salarios mínimos de hambre. Desmarcarse de ese modo egoísta e injusto de manejar el tema sería indispensable para tener alguna confianza mínima en el posible candidato. Y lo mismo podríamos decir de la cuestión del agua. Insistir en colocar en su ente rector a miembros de la ANEP en una alta proporción es simple y sencillamente un desatino. En un país amenazado con estrés hídrico y con serias deficiencias en el acceso al agua potable y al saneamiento, poner en el ente rector a empresarios preocupados por el uso industrial y comercial del líquido podría ser un desastre. Lo que necesitamos es todo lo contrario: personas que prioricen el servicio de agua potable y saneamiento para toda la población. Y lo mismo sobre las pensiones. Si quieren hablar de ellas, es de rigor que dejen de defender ciegamente a las AFP y expongan un proyecto serio de avance hacia una pensión universal.
Así como a un político de carrera hay que exigirle claridad de ideas y compromiso con el desarrollo humano, a un empresario hay que insistirle, para poder creer en él, que rechace las posiciones institucionales de alguna gremiales que han sido irresponsables o atentatorias contra derechos humanos. Es bueno que un empresario cree riqueza. Pero es necesario que el Estado la redistribuya con justicia y equidad. Las grandes desigualdades se convierten con facilidad en atentados contra la dignidad de la persona. No en vano el papa Francisco ha repetido que “hay una economía que mata”. Y detrás de economías que matan hay siempre decisiones y autores concretos.
No basta decir que hay que ser optimistas, que hay que mirar al futuro, que debemos ver el vaso medio lleno, y similares tonterías simplistas. Si los candidatos son políticos, deben exponer con claridad su proyecto de gobierno, sin generalidades ni abstracciones. Si son empresarios, ya que hablan de racionalidad empresarial, que pongan objetivos claros, con números, como hacen en sus compañías, y que se sometan a evaluaciones serias y concretas, no a debates ideológicos para los que están muy mal preparados, por mucho que los protejan los medios de comunicación que les son afines. Más aún, deben dejar claro su repudio a la politiquería barata y mentirosa de algunas gremiales empresariales. De lo contrario, podría pensarse que desean llegar a la Presidencia para continuar enriqueciéndose, ellos y sus amigos, mientras las mayorías sufren diversas privaciones.