La movilización por el área metropolitana de San Salvador se ha convertido en un calvario diario. Los congestionamientos se repiten con desesperante frecuencia, sin tregua, afectando a todos: automovilistas, motociclistas, usuarios del transporte colectivo, peatones. El problema se ha venido agudizando sin que las autoridades hayan hecho algo en verdad significativo para aliviarlo. Las causas del caos vial son muchas: el aumento del parque vehicular debido al deficiente e inseguro transporte público, la facilidad para adquirir un créditos para la compra de vehículo, el crecimiento poblacional, la falta de educación vial... Asimismo, las consecuencias son numerosas, más allá de las económicas.
Debido a que el parque vehicular se ve obligado a circular a baja velocidad y por más tiempo, se incrementan la contaminación del aire, los niveles de ruido ambiental, el estrés y los incidentes de intolerancia. Prácticamente todos los habitantes del gran San Salvador son afectados por el caos vehicular, empezando por las personas que demoran hasta tres horas para llegar a su lugar de trabajo y otras tres para regresar a su hogar. Son cada vez más frecuentes los casos de empleados que salen muy de madrugada hacia su trabajo para evitar el tráfico y ya en la oficina duermen dentro de su vehículo mientras llega la hora de entrada.
De los casi 700 mil vehículos que se movilizan cada día en el gran San Salvador, el 71% son autos particulares, el 12% motocicletas, el 7% autobuses, el 4% camiones y el 2% pick-ups, transporte escolar o de empresas, y taxis. Y a pesar de que esa cifra va en continuo aumento, datos oficiales revelan que el 80% de la población se desplaza en transporte público. Este contundente porcentaje es fundamental para la búsqueda de soluciones al problema del caos vehicular, y en ese sentido revela por qué han fracaso la mayoría de medidas gubernamentales: han estado pensadas para los carros, no para la gente. De hecho, la principal apuesta es, desde hace décadas, construir pasos a desnivel que alivian solo parcial y momentáneamente el tráfico.
Partir de que la mayoría hace uso del transporte colectivo y que los congestionamientos los causan principalmente los vehículos livianos lleva a concluir que la solución al tráfico pasa necesariamente por un sistema de transporte público masivo. La escasa formulación y planificación de políticas de largo plazo en el área del transporte urbano está a la raíz del asunto. Si la población contara con un sistema de transporte colectivo seguro, ágil, cómodo y de calidad, seguramente una parte de quienes tienen vehículo preferirían dejarlo en casa, como sucede en otros países. Así se descongestionarían las arterias de la capital.
El Sitramss apuntó precisamente a eso. Hubo deficiencias y errores obvios, pero una incomprensible decisión judicial sesgada a favor de los conductores particulares y, luego, el ciego afán de no reconocer nada bueno en lo que se hizo en el pasado lo han condenado a la muerte por abandono. Mientras las unidades del Sitramss acumulan herrumbre y las estaciones se convierten en ruinas, el tráfico continúa hundiendo ánimos, tiempos y planes a diario. A este respecto, como en muchas otras áreas de la dinámica nacional, lo estructural y de largo plazo debe imponerse sobre lo cosmético y coyuntural.