Ahora que han transcurrido algunos días desde la visita del Presidente de los Estados Unidos a nuestro país, es oportuno hacer una tranquila y razonada valoración sobre lo que nos dejó ese acontecimiento. ¿Qué fue lo más importante de la visita? Las grandes empresas mediáticas han subrayado lo relativo al tema migratorio, la cooperación económica y la seguridad. Pero, en honor a la verdad, nada de eso fue lo más relevante.
En lo que respecta a una posible reforma migratoria que permita la permanencia legal de los miles de indocumentados salvadoreños y de otras nacionalidades en suelo estadounidense, el presidente Obama no dijo nada concreto. Los hechos más bien apuntan en la dirección contraria. En los dos años de gobierno de Obama se han realizado más deportaciones que en el último período de su predecesor, George W. Bush. Es decir, el trato a los migrantes no ha mejorado durante su mandato.
En materia de cooperación económica para el país, todo se quedó en promesas, no hubo ningún aporte específico del que se pueda tener seguridad. En realidad, el único aviso concreto de ayuda que hizo el presidente Obama fue el de los 200 millones de dólares para la seguridad de la región El día en que salió el mandatario estadounidense de nuestro territorio, tres periódicos nacionales resaltaron en su portada ese anuncio. Es decir, para los grandes medios de comunicación lo más importante fue la promesa de un dinero que no solo es para el país, sino para toda Centroamérica, y que bien podría haberlo ofrecido Obama sin necesidad de venir hasta acá. Entonces, insistimos en la pregunta: ¿qué fue lo más importante de la visita de Obama a la tierra cuscatleca?
Lo más importante, lo trascendental de la visita de Obama fue o bien pasado por alto por los grandes medios de comunicación, o bien tratado como algo anecdótico, como una especie de visita a un museo o lugar arqueológico. Estamos hablando de la visita del Presidente de los Estados Unidos a la cripta de monseñor Romero. Como dijimos antes, en el mejor de los casos, esta visita fue tratada como un hecho menor o muy secundario. Una de las pruebas de ello es que a ningún periodista le pareció oportuno preguntarle al presidente Obama sobre la razón de su presencia en la tumba del arzobispo mártir.
Y esta es en verdad la gran noticia de la visita de Obama. Fue un acontecimiento histórico sin precedentes: un presidente de Estados Unidos visitó la tumba del pastor excepcional, asesinado por quienes siempre se consideraron amigos y aliados de la nación norteamericana. El hecho fue un reconocimiento explícito y claro a la figura del arzobispo mártir y a su compromiso por la justicia. No se puede decir en ningún momento que fue una visita ingenua o de pura cortesía, como insinuó con malicia un diputado del partido cuyo fundador es el autor intelectual del martirio de monseñor. El presidente Obama no es de las personas que no saben lo que hacen. Fue a la tumba de Romero sabiendo perfectamente quién era, cómo pensaba, a quiénes defendía y en contra de quiénes estuvo. Es decir, la visita a la tumba significó reconocer la trayectoria de monseñor, el carácter de su martirio; en definitiva, implicó ponerse del lado suyo. Y ello, más allá de lo que le faltó decir o hacer a Obama en El Salvador, es de innegable significación histórica.