El Informe de Desarrollo Humano 2007-2008 señala que el subempleo, no el desempleo, es el principal problema del mercado laboral salvadoreño. En el subempleo están todos aquellos que no trabajan la jornada completa o solo parte del año, y los que se desempeñan en tareas para las que están sobrecalificados. Estudios recientes muestran que el subempleo alcanza al 43% de la población laboral de El Salvador y que el desempleo, al 7%. Por tanto, la mitad de los salvadoreños económicamente activos están desempleados o subempleados. Este elevado índice de subempleo nos habla de la capacidad del pueblo salvadoreño de buscar alternativas frente a la adversidad, incluso la de trabajar en aquello ajeno a las expectativas y la formación por un salario inferior al mínimo, sin prestaciones laborales y sin acceso a la seguridad social.
Nuestro país es incapaz de crear puestos de trabajo dignos para toda la población en edad laboral. Y este es uno de los factores que impulsan a muchos de nuestros compatriotas a emigrar y que explican por qué hoy el 40% de los salvadoreños vive en el exterior. Es paradójico que un país reconocido por la capacidad de trabajo de su gente provea tan pocas oportunidades de trabajo y empleo. Sin lugar a dudas, ese es uno de nuestros principales fracasos como sociedad. Ni la empresa privada ni el Estado han cumplido con la tarea que les corresponde. Hasta ahora, no han sido capaces de dar ocupación a todos los trabajadores, a fin de que estos puedan disponer de las condiciones económicas para una existencia familiar digna. Y esta realidad no es de ahora. En 1950, la tasa de subempleo era del 49%; en 1970 bajó al 45% y al 43% en 2006. Si a estos datos les sumamos los de la migración, las cifras son escandalosas.
El trabajo es el medio de sustento de la gente, pero también el principal medio de realización personal. Si una persona está subempleada, se siente subutilizada, y de ningún modo se encontrará realizada. Si un país no es capaz de generar empleo, tampoco genera cohesión social ni sano orgullo nacional. No es casualidad que, como prueban todas las encuestas, el desempleo y el subempleo constituyan una de las principales preocupaciones de los salvadoreños. Sin embargo, no afectan a todos por igual: los más afectados son los jóvenes de entre 15 y 24 años, y aquellos de menor escolaridad; y cada vez tienen más impacto en los nuevos bachilleres que buscan empleo e incluso en los que recién consiguen un título universitario.
El mercado laboral es incapaz de absorber a los cerca de 30 mil jóvenes que cada año salen en busca de trabajo al finalizar su bachillerato, y a los casi 20 mil profesionales que se gradúan anualmente de los distintos centros de educación superior. Simple aritmética: cada año se tendrían que generar como mínimo 50 mil nuevos empleos para darles trabajo, pero en los últimos 3 años se han creado en promedio apenas 25 mil empleos anuales. Con ello, El Salvador desperdicia lo mejor que tiene: la gente, su capacidad de trabajo, la fuerza de su juventud. De hecho, según estudios recientes sobre las motivaciones para migrar de manera irregular, los jóvenes se marchan porque en El Salvador no hay fuentes de trabajo digno, y no es acá donde pueden tener un proyecto de vida.
Como afirma el PNUD, "la falta de empleo, además de privar a las personas de un medio para ganarse el sustento, les resta oportunidades para desarrollar sus capacidades y afecta su dignidad y el respeto por ellas mismas. El desempleo y la precariedad laboral generan desigualdad, menoscaban la cohesión social y provocan incertidumbre sobre el futuro, lo cual puede desembocar en desestabilización social y política". Algo de eso estamos viviendo ya en el país. Para muchos, el problema social de la violencia está vinculado a la falta de oportunidades y a la ausencia de empleo digno y decente. Es tiempo de transformar esta realidad si de verdad queremos construir un país con futuro que realmente ofrezca oportunidades a sus jóvenes. Y a ello deberíamos contribuir todos con un espíritu de solidaridad y verdadero patriotismo.