Esta semana, El Salvador recibirá la visita del Relator Especial para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Llega en un momento interesante, dado el debate que se abrió hace unos días a raíz de una entrevista televisiva a Félix Ulloa, candidato a la vicepresidencia por el partido GANA. En un país con una tendencia clara a la impunidad de los poderosos, con graves carencias económicas y sociales, con una historia marcada por crímenes de lesa humanidad que han quedado sin juicio, con una corrupción y una violencia generalizadas, debería ser normal que los periodistas formulen preguntas incómodas. Desde cuáles son las causas de los problemas mencionados a quiénes son los causantes. En ese sentido, si de verdad creen en la democracia, todos aquellos que aspiran a administrar el Estado deberían aceptar cuestionamientos. El pueblo salvadoreño tiene derecho a preguntar, y a obtener respuestas racionales y detalladas. No puede ser que a una madre le maten un hijo adolescente y que cuando pregunte por el hecho, la policía, un juez o un político le conteste: “A saber en qué andaba metido el muchacho”. Tampoco se le puede dar una respuesta de ese estilo a un periodista que está investigando un delito, sea contra la vida, la moral o las finanzas públicas.
Las preguntas incómodas son indispensables para el desarrollo democrático y la convivencia civilizada. La tradición autoritaria, fuertemente instalada en sectores políticos y sociales capaces de hacer daño por el poder que manejan, hace que mucha gente tenga miedo a preguntar. Otros prefieren refugiarse en Internet y despotricar anónimamente, criticando sin fundamento acontecimientos y personas. Por ese camino nuestra democracia continuará siendo más formal que real, más del mundo del discurso que de la realidad. Basta con contemplar el enojo de ciertos diputados y empresarios cuando se les cuestiona sobre sus pretensiones de ceder a privados el control del agua. Las preguntas incómodas son importantes para vencer una pobreza que debemos calificar como injusta, son indispensables para combatir la corrupción instalada tanto en algunos funcionarios públicos como en ciertos sectores del capital. Preguntarse quién figura en los papeles de Panamá, quiénes tienen empresas off shore y cuentas en paraísos fiscales es esencial para luchar contra la corrupción. Interrogar sobre las inversiones, compras, construcciones y negocios de los políticos, necesario para impedir que nos gobiernen ladrones.
Cuando los partidos hacen alianzas raras, cuando se negocia el nombre de personas y banderas, resulta natural formular preguntas incómodas. Porque las preguntas complacientes, descafeinadas, al final no son más que muestra patente de complicidad con el poder. Si no se pregunta por las ejecuciones extrajudiciales, se seguirá matando desde el Estado aunque no haya pena de muerte, se seguirá asesinando a inocentes que jamás han cometido un delito. Si periodistas exigentes no hubieran planteado preguntas incisivas en el caso de los asesinatos en San Blas, si instituciones de derechos humanos no hubieran cuestionado el asesinato de un sordomudo acusado falsamente de pertenecer a una pandilla, la tendencia al homicidio se hubiera fortalecido en la fuerza policial. El periodismo nació con la democracia y tuvo desde muy pronto, entre otras tareas, luchar contra los abusos del poder. Por ello, recibir salarios clandestinos de parte de un Gobierno mientras se ejerce el periodismo constituye una perversión absoluta de la profesión. Y aunque no esté igualmente penado por la ley, es un acto de corrupción tan condenable como el del político que roba al erario público.
Los defensores de derechos humanos tienen también el deber de investigar y preguntar, aunque sus cuestionamientos molesten a quienes creen que tienen la sartén por el mango y quieren vivir de ello. La verdad y la justicia son derechos inalienables de las víctimas. Y para llegar a la verdad de las víctimas es necesario, una vez más, hacer preguntas incómodas. Si no se hace, el luto, el dolor, la marginación y el desprecio a los pobres continuarán lastrando la convivencia social y generando conflicto.