Sin diversidad, no hay libertad de prensa

0
Editorial UCA
02/05/2013

Hace 20 años, en 1993, por recomendación de la Unesco, la Asamblea General de la ONU proclamó el 3 de mayo como el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Ello con la idea de fomentar la libertad de prensa en el mundo al reconocer que una prensa libre, pluralista e independiente es un componente esencial de toda sociedad democrática. Los defensores de nuestro sistema, especialmente los propietarios de los medios de comunicación, se ufanan al decir que en El Salvador tenemos libertad de expresión. Usualmente, pretenden sustentar esta afirmación con el hecho de que cualquiera puede gritar sus ideas en la cocina de su casa, parado en una esquina o en medio del bullicio de un mercado sin que nadie le ponga reparos. Pero hablar de libertad de expresión —aunque la incluye— va más allá de la libertad individual de decir lo que se piensa. La libertad de prensa conlleva una inseparable dimensión social que remite al derecho de poder ventilar las ideas, propuestas y protestas por los medios masivos de comunicación social. Y en esta materia, El Salvador está en deuda.

Los medios de comunicación deben ser instrumentos para el ejercicio pleno de la libertad de expresión y la participación democrática. En nuestro país, aunque se argumente que hay más de 200 estaciones de radio y cerca de medio centenar de canales de televisión, la propiedad de los medios está concentrada en un pequeño círculo de personas. Sobran los dedos de una mano para contar los grupos económicos que tienen dominado el mercado radial. Un expresidente y un tío suyo dominan gran parte del mercado de la radiodifusión, mientras que solo existe una frecuencia a nivel nacional para las radios comunitarias o ciudadanas. Los cuatro periódicos de más circulación son propiedad de dos familias que coinciden en sus lineamientos fundamentales.

Una sola familia posee un imperio televisivo y tiene presencia económica en radio, televisión por cable, editoras de revistas, salas de cine en asocio con empresas estadounidenses, en la industria del cemento, en aseguradoras de fondos de pensiones y en otros negocios. Pero lo que afianza el poder mediático de esta familia es su dominio sobre las agencias de publicidad y empresas de relaciones públicas, mediante las cuales se canaliza la mayor parte de la inversión publicitaria en El Salvador. De acuerdo a Los monopolios de la verdad, una publicación de Trust for the Americas y el Instituto Prensa y Sociedad, somos el único país en el mundo en que un medio de comunicación controla la distribución de la publicidad. Y esto, según el estudio, ha sido utilizado para discriminar a los canales de televisión de la competencia.

En este contexto de concentración del mercado de las comunicaciones, tenemos a medios que navegan con bandera de independientes y pluralistas, pero que defienden intereses muy específicos. Algunos de ellos, sobre todo los escritos, han incluido en su nómina de colaboradores a personas que por su pasado guerrillero son presentados como izquierdistas, y con eso alardean de tener una pluralidad de opiniones. Sin embargo, el común denominador de casi todos estos personajes es que ya no son miembros activos del FMLN y se han convertido en los más feroces críticos de ese partido. En contraste, la mayor parte del resto de colaboradores de las columnas de opinión son militantes confesos y/o abiertos defensores de Arena. Así, muchos conversos de la izquierda, aunque se presenten como portadores de un pensamiento no contaminado por las desviaciones del FMLN, son tenidos en cuenta por los medios no tanto por sus principios, sino por ser duros detractores del partido. Después de todo, como dice la sabiduría popular, la cuña para que apriete tiene que ser del mismo palo. De esta forma, los que se creen o dicen ser independientes terminan haciéndole el juego, antes que al partido del que antaño fueron adversarios, a los intereses contra los que antes luchaban. Por supuesto, también están los casos de falta de pluralismo en los medios alineados con la izquierda, pero su peso en el mercado es tan escaso que apenas contribuyen a este perjuicio para la democracia.

Ante ese contexto, es importante insistir en la necesidad de un sistema mediático amplio, que refleje el pluralismo y la diversidad de la sociedad. De acuerdo a la Relatoría para la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la concentración de los medios de comunicación en pocas manos es un obstáculo para el ejercicio de la libertad de expresión, porque impide el pluralismo y la diversidad de voces. El Relator para la Libertad de Expresión de la ONU también sostiene que los monopolios y oligopolios mediáticos conspiran contra la democracia. En esta línea, la Unesco da algunos indicadores para medir si la democracia rige la labor de los medios de comunicación. Tres de ellos son (a) que exista "un sistema regulador conducente a la libertad de expresión, el pluralismo y la diversidad de los medios de comunicación social"; (b) que haya "igualdad de condiciones económicas y transparencia en la propiedad de los medios" para evitar la concentración y para propiciar una "gama diversa de medios públicos, privados y comunitarios"; y (c) que se utilicen "los medios como plataforma para el discurso democrático".

Ninguno de estos criterios se cumple en El Salvador. Como se ha dicho en anteriores ocasiones, la actual ley de telecomunicaciones, que solo reconoce a los medios comerciales y establece a la subasta como único mecanismo para acceder a una frecuencia, es uno de los principales obstáculos para democratizar las comunicaciones. En nuestra tierra, pues, estamos lejos de que exista una verdadera libertad de prensa.

Lo más visitado
0