Otra lectura para celebrar el bicentenario

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Proceso
16/09/2021

Durante la presente semana asistimos a la conmemoración del bicentenario de la independencia de Centroamérica. Más allá de la exhibición oficial, y su habitual derroche de nacionalismo a conveniencia, se trata de una ocasión apropiada para hacer un análisis acerca de lo que ha acontecido durante los doscientos años que constituyen a El Salvador como una república.

Conmemorar la independencia, y sin afán de menoscabar la importancia del hecho histórico, trasciende a los discursos grandilocuentes que apelan a la “defensa de la patria” o al optimismo nacional respaldado por un orgullo que, en su mayoría, está basado en narrativas superficiales. Reflexionar y discutir acerca del proceso de independencia supone, en primer lugar, reconocer las injusticias acaecidas durante las dos centurias. Implica tener presente las voces disidentes que fueron acalladas, vencidas, pero que sentaron precedentes para que posteriores generaciones contaran con un sustento para exigir cambios y transformaciones. Afortunadamente, desde las Humanidades y las Ciencias Sociales, así como desde algunos sectores u organizaciones populares, se han propiciado trabajos académicos o prácticas políticas que recuperan a los sectores subalternos que han sido excluidos de la historiografía oficial.

En segundo lugar, una relectura del bicentenario permite afrontar la perspectiva maniquea del oficialismo (“la voluntad del pueblo”, representada por el Gobierno versus “los mismos de siempre”, representados por la oposición). Y es que esta evocación sugiere traer a la discusión cuáles deberían ser las condiciones para una verdadera soberanía. Asimismo, provoca pensar en los requisitos para la reconfiguración de una república, el manejo democrático de la cosa pública y, en consecuencia, del bien común. Invita, a su vez, a examinar las secuelas que derivan del manejo antojadizo de la Constitución, la manipulación del Órgano Judicial y de otras instituciones públicas. Frente al relato oficial y su práctica, que rechaza la separación de poderes, una lectura crítica del bicentenario permite tematizar la estabilidad política alcanzada, mal que bien, en 1992. Todo ello no con el fin de consagrar lo hasta hace poco logrado, sino para superar las carencias y, principalmente, para no sepultar la imperfecta democracia salvadoreña.

En tercer lugar, repensar este aniversario nacional podría fomentar virtudes cívicas y culturales que resistan al autoritarismo establecido por el presidente y sus aliados. Asimismo, tal reflexión ofrece luces para estructurar una respuesta a la simpatía que todavía despierta el resentimiento, las injurias y la violencia que propagan algunos emisarios del oficialismo. Frente a las arbitrariedades, los constantes abusos de poder, las negligencias y las improvisaciones gestadas desde el Ejecutivo, El Salvador necesita una ciudadanía crítica y propositiva. Una ciudadanía preocupada por las grandes falencias nacionales y no solo por su sector o entorno más inmediato. El país requiere de una sociedad cuyas obligaciones no se agoten en la contribución tributaria o en hacer efectivo el derecho al voto. Además de eso, requiere de un colectivo comprometido con la convivencia, el diálogo, la equidad y la solidaridad con las personas más excluidas. Requiere además de una ciudadanía responsable, dispuesta a señalar las violaciones a los derechos humanos y a proteger a las voces críticas que, con rigor profesional o un genuino compromiso, ayudan desde el periodismo, la academia u otros espacios de militancia social a desmantelar la mendacidad organizada por quienes sustentan el poder.

Conmemorar el bicentenario de la independencia desde una mirada crítica y honesta abre otros caminos para una celebración diferente. Aproximarse desde esa perspectiva, con especial énfasis en las voces que quedaron al margen, favorece una oportunidad para inspirarse en otras formas de resistencia, de acciones creativas y valientes por las que ha transitado el país durante estos doscientos años. Una oportunidad para construir una sociedad capaz de no perpetuar las injusticias estructurales. En la actual coyuntura, se trata de una ocasión especial para fijar las bases que orienten hacia un horizonte de justicia y así frenar la involución que atraviesa El Salvador.

 

* Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 61.

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