¿Qué significó para el papa el sínodo de la familia?

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El sínodo de la familia se clausuró con la aprobación del documento final por parte de la asamblea de obispos. Se trata de un texto compuesto por 94 numerales, en los que se abordan los desafíos, vocación y misión de la familia. Francisco autorizó su inmediata publicación, confirmándose así su carácter sinodal; es decir, es un documento de los obispos, no solo ni principalmente del papa. Además, los obispos del sínodo han elegido un consejo integrado por 15 padres sinodales (12 elegidos por la asamblea y 3 por el papa), cuya misión será velar por que se lleven a término las propuestas surgidas en este cónclave. Uno de los planteamientos esenciales, que no ha podido ser eludido ni por los grupos más conservadores, es la necesidad de una pastoral familiar más misericordiosa. Una pastoral que salga al encuentro, busque a los lejanos y llegue a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos; que se haga cargo de las familias heridas, haciéndoles experimentar la infinita misericordia de Dios. De ahí que este sínodo bien puede considerarse más pastoral que doctrinal.

Aunque aún no se ha hecho público el texto oficial, sí se conoce lo que, según el papa, significará para la Iglesia concluir este sínodo dedicado a la familia. En su discurso conclusivo encontramos un conjunto de valoraciones que pueden interpretarse como una evaluación crítica de esta reunión de obispos. Las primeras palabras parecen dirigidas a los que desean cambios rápidos y significativos. El pontífice comienza señalando lo que no ha de significar este encuentro. Explica que

ciertamente no significa haber concluido con todos los temas inherentes a la familia, sino que se ha tratado de iluminarlos con la luz del Evangelio, de la tradición y de la historia milenaria de la Iglesia, infundiendo en ellos el gozo de la esperanza sin caer en la cómoda repetición de lo que es indiscutible o ya se ha dicho. Seguramente no significa que se hayan encontrado soluciones exhaustivas a todas las dificultades y dudas que desafían y amenazan a la familia, sino que se han puesto dichas dificultades y dudas a la luz de la fe, se han examinado atentamente, se han afrontado sin miedo y sin esconder la cabeza bajo tierra.

En segundo término, y con el talante del que trabaja a largo plazo sin obsesionarse por resultados inmediatos, el papa habla de lo que positivamente puede significar este sínodo. Ocho son los aspectos señalados: tres tienen que ver con “hacerse cargo de la realidad”; tres referidos a una Iglesia que, como el buen samaritano, lava, limpia y consuela al prójimo; y dos vinculados a la necesidad de una conversión eclesial por fidelidad a Jesucristo.

Ver la realidad de la familia

significa haber instado a todos a comprender la importancia de la institución de la familia y del matrimonio entre un hombre y una mujer, fundado sobre la unidad y la indisolubilidad, y apreciarla como la base fundamental de la sociedad y de la vida humana. Significa haber escuchado y hecho escuchar las voces de las familias y de los pastores de la Iglesia que han venido a Roma de todas partes del mundo trayendo sobre sus hombros las cargas y las esperanzas, la riqueza y los desafíos de las familias […]. Significa haber tratado de ver y leer la realidad o, mejor dicho, las realidades de hoy con los ojos de Dios, para encender e iluminar con la llama de la fe los corazones de los hombres, en un momento histórico de desaliento y de crisis social, económica, moral y de predominio de la negatividad.

Ahora bien, la Iglesia que se hace cargo de esta realidad debe ser una movida a misericordia. De ahí que para el obispo de Roma este sínodo

significa haber dado prueba de la vivacidad de la Iglesia católica, que no tiene miedo de sacudir las conciencias anestesiadas o de ensuciarse las manos discutiendo animadamente y con franqueza sobre la familia. Significa haber dado testimonio a todos de que el Evangelio sigue siendo para la Iglesia una fuente viva de eterna novedad, contra quien quiere “adoctrinarlo” en piedras muertas para lanzarlas contra los demás […]. Significa haber afirmado que la Iglesia es Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores en busca de perdón, y no solo de los justos y de los santos, o mejor dicho, de los justos y de los santos cuando se sienten pobres y pecadores.

En cuando a la necesidad de una conversión y renovación eclesial, esta asamblea ha significado, para el papa,

haber puesto al descubierto a los corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso dentro de las enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas intenciones para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas. Significa haber intentado abrir los horizontes para superar toda hermenéutica conspiradora o un cierre de perspectivas para defender y difundir la libertad de los hijos de Dios, para transmitir la belleza de la novedad cristiana, a veces cubierta por la herrumbre de un lenguaje arcaico o simplemente incomprensible.

Además, Francisco puso el dedo en la llaga al referirse a aquellos hechos que pusieron en duda la prevalencia de un espíritu de verdadera comunión durante el desarrollo del congreso. Manifestó que “en el curso de este sínodo las distintas opiniones que se han expresado libremente han enriquecido y animado sin duda el diálogo”. Y de inmediato lamentó que, por desgracia, a veces se usaron métodos no del todo benévolos. Y a los que se mostraron reacios a los cambios les recordó “que los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón”. Y aclaró que esto “no significa en modo alguno disminuir la importancia de las fórmulas, de las leyes y de los mandamientos divinos, sino exaltar la grandeza del verdadero Dios que no nos trata según nuestros méritos, ni tampoco conforme a nuestras obras, sino únicamente según la generosidad sin límites de su misericordia”.

En suma, del discurso conclusivo de Francisco en el sínodo podemos inferir que, aunque no hubo avances relevantes, para el papa sigue en pie el contenido de fondo que encierra el evangelio de la familia. Ha sido enfático al afirmar que “el primer deber de la Iglesia no es distribuir condenas o anatemas sino proclamar la misericordia de Dios, de llamar a la conversión y de conducir a todos los hombres a la salvación del Señor”. Ha recordado que las culturas son muy diferentes entre sí y que, en consecuencia, todo principio general necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado. En definitiva, ha dicho que para la Iglesia concluir el sínodo significa volver “caminar juntos” de verdad para llevar a todas partes, a cada diócesis, a cada comunidad y a cada situación la luz del Evangelio, el abrazo de la Iglesia y el amparo de la misericordia de Dios.

Podemos decir que las posiciones que convierten al Evangelio en piedras muertas para lanzarlas contra los demás, los corazones cerrados que se limitan a juzgar y condenar, y los que defienden la letra, las fórmulas y las ideas por encima de las personas no han logrado debilitar el mensaje y testimonio evangélicos de Francisco.

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Anónimo
01/11/2015
08:50 am
Carlitos, cuanto tu escribes sobre este nuevo sínodo de la familia; viene a mi mente el sínodo de los obispos celebrado en roma del 26 de septiembre al 25 de octubre de 1980 del que el papa Juan Pablo II recoge los buenos deseos de los padres sinodales en la exhortación apostólica \"FAMILIARIS CONSORTIO\" en la que se plantea siempre la necesidad de conocer la situación de la familia en el mundo de hoy, nuestra época tiene necesidad de sabiduría..etc que sólo queda en planteamientos pero cuando llega a los obispos responsables de echar a delante los desafíos de una pastoral familiar real; como que les vale un pepino la exhortación del papa en turno y la decadente realidad de la familia, en este caso de la familia salvadoreña. Por lo tanto pienso que es otro infructuoso sínodo más e ineficiente como los anteriores. Lamentablemente así de deteriodada está la conducción de nuestra religión católica,
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