Atrapados en el pasado

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Rodolfo Cardenal
25/02/2016

La información reiterada de la prensa sobre la existencia de ejecuciones sumarias de pandilleros ha provocado dos reacciones entre los diputados. Los más comedidos pidieron la realización de “investigaciones profundas”, pero un directivo de la Asamblea Legislativa justificó esos crímenes como acto de legítima defensa. Aunque formalmente las dos posiciones son diferentes, coinciden en el fondo. La promesa o la petición de efectuar una “investigación profunda” es fórmula muy manida de los Gobiernos de todos los colores. Sin embargo, es una salida muy útil, porque guarda las formas, pretende consolar a las víctimas y permite ganar tiempo para que el crimen se olvide.

Es de sobra conocido que esas investigaciones no conducen a ningún culpable. Ciertamente, no han logrado identificar a ninguno de los responsables de los crímenes que han conmocionado a la sociedad salvadoreña en las últimas décadas. Ni el entrenamiento, ni la tecnología, ni los laboratorios han podido vencer la ineficiencia y la desidia de la investigación fiscal y policial. No es extraño, entonces, que muchas víctimas se ahorren la denuncia y opten por conformarse con la fatalidad.

El conocido directivo de la Asamblea Legislativa que justificó la ejecución sumaria no se encuentra solo. Su opinión es compartida por muchos sectores sociales, incluidos algunos que se confiesan cristianos. Cierto residuo del decoro les impide expresarla con el descaro del diputado. El sentir predominante en la sociedad aprueba la ejecución sumaria como un ejercicio legítimo de justicia ciudadana para contener la violencia de las pandillas. La opinión del directivo de la Asamblea Legislativa afirma sorprendentemente que la investigación policial y fiscal es inexistente o ineficaz, que en la práctica viene a ser lo mismo; reconoce que el Estado carece de la capacidad necesaria para administrar justicia y que tampoco puede impedir el linchamiento de aquellos ciudadanos considerados como criminales. Las víctimas inocentes son pasadas por alto. Tal vez alguno las considere un elevado precio por un bien superior.

Estimular y proteger la ejecución sumaria solo eleva el nivel de violencia. De hecho, la legislación, las amenazas y la represión de los Gobiernos no han conseguido amedrentar a las pandillas. Al contrario, las han estimulado para mejorar su aparato de inteligencia, para potenciar su capacidad de movilización y para aumentar su poder de fuego. La creciente cantidad de víctimas inocentes, catalogadas como “presuntos pandilleros”, y de agentes policiales y militares, blancos fijos, relativamente fáciles, es prueba de ello. Por este camino se va a la guerra de todos contra todos y se fortalece la cultura de la violencia y de la muerte.

Paradójicamente, así piensan los mismos que aspiran a educar en ciudadanía con clases de moral y cívica, y de Biblia. Algunos de ellos exigen una reconciliación sin culpables. Pero solo cuando se trata de sus propios delitos o de los de sus asociados. A los pandilleros les niegan la posibilidad de la reconciliación. Ni siquiera les garantizan la justicia a la que tienen derecho. La ejecución sumaria es la misma receta de los primeros años de la guerra civil. Un remedio que, a la postre, no resolvió la raíz del enfrentamiento social y político, desembocó en una guerra sangrienta y despiadada, y dejó decenas de miles de víctimas y de asesinos que hoy se ocultan en la impunidad de un sistema construido precisamente para ello.

Es irónico que aquellos que insisten en olvidar lo vivido, en no abrir heridas y en pasar página, sigan en ese pasado, pues recurren a sus métodos de exterminio, con lo cual crean nuevas víctimas y nuevos victimarios, generan nuevos sufrimientos y renovados deseos de venganza en algunos y deseos de justicia en otros. Ciertamente, estos tales no han pasado la página, todavía están en la misma, tal vez sin darse cuenta. Permanecen atrapados en el capítulo de nuestra historia que contribuyeron a forjar y que los ha forjado; han sido incapaces de romper con él. Por eso, no tienen horizonte, ni futuro, solo pasado.

A aquellos que se confiesan cristianos o que presionan para introducir lecturas bíblicas en el sistema público de educación les convendría reflexionar en las siguientes palabras del papa, pronunciadas en Ciudad Juárez: la misericordia “siempre entra en el mal para transformarlo” desde dentro. El ejemplo más contundente es Dios, que “envió a su Hijo, que se metió en el mal, se hizo pecado para transformar el mal. Esa es su misericordia”. El papa también recordó que “siempre hay posibilidad de cambio, estamos a tiempo de reaccionar y transformar” para “convertir lo que nos está destruyendo como pueblo”.

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