Democracia, diálogo y violencia

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La democracia solo se construye sobre valores. Entre nosotros abunda la idea de que el voto es lo fundamental. Pero una democracia que no responda a los valores que la constituyen no es realmente el sistema que dice ser. Puede ser una farsa o un incipiente camino hacia la democracia, que tiene que ir afirmándose y demostrándose en el tiempo. Pero no es una democracia plenamente. Democracia significa no solo el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, sino, todavía antes, la convicción de que todos tenemos la misma dignidad y por tanto privilegiamos el estatuto de persona humana sobre cualquier otra dimensión. Nuestra Constitución recoge esa idea adecuadamente en sus primeras líneas. Si le damos más importancia al dinero, a la ostentación de poder, al estatuto político o militar, a los títulos y apariencia, nuestra democracia es débil o es falsa.

Uno de los aspectos donde también se ve la debilidad de una democracia es en el modo de abordar el derecho penal. En estos tiempos largos de violencia, necesitamos reflexionar al respecto sobre nuestras actitudes. El derecho penal en una democracia no puede tener como objetivo principal la venganza. Ni siquiera el efecto disuasivo es el más importante. En una sociedad que cree en la igual dignidad de la persona, el objetivo prioritario es proteger al pueblo de la violencia. La persona que abusa desde su fuerza física, sus armas, su dinero, su conocimiento o su capacidad de engañar y mentir continúa siendo una persona, aunque esté equivocada. La cárcel, necesaria en ocasiones, debe servir para proteger a quienes han sido dañados y a quienes, dadas las actitudes y comportamiento de los violentos, corruptos y mentirosos, podrían también verse afectados. Y al mismo tiempo, la mejor manera de proteger a la ciudadanía es logrando que las cárceles sean realmente un centro de rehabilitación, que el que salga de la cárcel no egrese más violento y mejor preparado para el crimen, sino dispuesto a integrarse productiva y colaborativamente en la sociedad. Preguntarse si nuestras cárceles cumplen con esa función es también un objetivo democrático.

Porque, entre nosotros, ni las cárceles se pueden llamar centros de rehabilitación, ni el ambiente ciudadano está exento de un fuerte espíritu de venganza. La discusión reciente sobre si el Consejo de Seguridad Ciudadana y Convivencia quiere o no conversar con las maras muestra tanto la crispación ciudadana como la utilización política del tema. Mientras el Gobierno insiste en que no es partidario de apoyar treguas ni de favorecerlas, los políticos de otros partidos lo han acusado sin mayores pruebas de estar detrás de las ofertas de tregua de las pandillas. Y posteriormente, al no poder dar ningún tipo de prueba, algunos han comenzado a mencionar al Consejo. De nuevo, una idea más basada en ansias de complicar políticamente la coyuntura, para sacar algún provecho del río revuelto, que algo con base en la realidad. Pero al mismo tiempo, ese nerviosismo casi histérico en torno a la tregua muestra una profunda incapacidad de diálogo. Nadie niega que los líderes de las pandillas encarcelados sean delincuentes. Pero que algunos miembros del Consejo los visiten, así como a otros presos, que hablen y dialoguen con ellos sobre modos de disminuir la violencia, no solo es válido, sino importante para una democracia que crea en el valor de una persona, comenzando por el valor de las víctimas.

Esa labor de diálogo con los presos la han desarrollado fundamentalmente las Iglesias. Y bien por ellas, que a ese nivel cumplen con una responsabilidad que es, al mismo tiempo, democrática, humana y cristiana. Dado que en el Consejo hay representación de las Iglesias, no es raro que estas defiendan no treguas o negociaciones, que no son de su incumbencia, sino un diálogo que ayude tanto a la sociedad a comprender las raíces de la violencia como a los presos a descubrir nuevos caminos de pacificación y rehabilitación. En una sesión del Consejo con los técnicos del grupo de Giuliani, una persona que corre en estas elecciones por un puesto en la Asamblea Legislativa denunciaba que para entrar en ciertas colonias, para poder llegar y dirigirse a la gente, tenía que pedir permiso a las maras. Un líder religioso, también presente, le hacía ver al denunciante que la mayoría de pastores y sacerdotes que trabajan en esas zonas también viven en ellas. Y que no necesitan permiso para entrar porque viven allí. Y añadía: “Si los diputados vivieran en esas colonias, tampoco necesitarían permiso para entrar”.

Democracia es el reconocimiento de la dignidad de toda persona; es la defensa de la víctima, porque en ella se niega la dignidad. Pero en nuestra sociedad hay demasiados rasgos de irrespeto, indiferencia e incluso desprecio del dolor de los pobres y de los sencillos. Es indispensable luchar contra la desigualdad, transformar todas estas estructuras anticuadas y clasistas que estratifican injustamente los derechos básicos de las personas dándoles más a unos que a otros. Y lo es porque el salario mínimo diferenciado, con las graves desigualdades que comporta, no reconoce la igual dignidad del trabajo. Como no reconoce la igual dignidad de nuestra gente el sistema público de salud, otorgando diversas prestaciones a unos y a otros no. O el sistema educativo, que margina tanto en cobertura como en calidad a la mayoría de nuestros jóvenes. O el sistema de pensiones, que sistemáticamente excluye a los pobres, por más que hayan trabajado en favor del país, a pesar de estar mal alimentados y mal pagados. La violencia delincuencial no solo es una enfermedad, sino también el síntoma de otra patología más grave: la injusticia social. Y enfrentarla no solo requiere cambios estructurales, sino, principalmente, una buena dosis de diálogo y de conciencia, y el convencimiento radical de que todos tenemos la misma e igual dignidad. Por eso, muy acertadamente, monseñor Rosa Chávez, una vez más, ha defendido el derecho de las Iglesias a dialogar.

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Anónimo
12/02/2015
09:03 am
Vean un ejemplo de cárcel de Noruega: https://www.youtube.com/watch?v=01mTKDaKa6Q https://www.youtube.com/watch?v=aiZUvDMdnik
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Anónimo
10/02/2015
09:43 am
La rehabilitación en las cárceles, esto me recuerda el caso de un salvadoreño que por andar en malos pasos la familia le envió de donde vivían en Ciudad Delgado a Los Ángeles para ver si se rehabilitaba, allá continuo delinquiendo, drogas y maras, fue metido preso. En la cárcel aprendió computación, nunca había visto una en su vida una computadora, esto fue hace más de 15 años, aprendió a hablar inglés muy bien y entró a trabajar al gigante Enron, cuando ésta compañía cerró (por mal manejo en impuestos de los dueños: Bush family), este muchacho se destacó tanto que fue elegido el representante de todos los empleados para negociar con la junta directiva la situación de los compañeros. Creo que esto es digno de contarse, pues las cárceles verdaderamente si pueden rehabilitar a la mayoría, lástima no a los asesinos sicopatas que si deben estar bajo vigilancia.
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