Desde que se conoció que el gobierno de Bukele tiene contratados a asesores venezolanos, lo que fue noticia pasó a ser parte de la cotidianidad y no ha dejado de aparecer constantemente en la coyuntura nacional. Una muestra de ello fue la referencia directa a la supuesta líder de los asesores que se hizo en carteles en las multitudinarias marchas de septiembre y octubre. El tema también ha pasado a formar parte de las conversaciones coloquiales que llegan a asegurar que ellos y ellas-los asesores- tienen poder de decisión sobre temas de país.
Lo cierto, de acuerdo a las investigaciones de El Faro y de lo que se ha ido conociendo desde las diferentes áreas del gobierno en las que actúan los asesores, es que estos personajes no están por encima del presidente ni del círculo de sus hermanos, pero sí de los miembros del gabinete. Los asesores venezolanos serían ejecutores de las decisiones del presidente y de ese círculo. La lideresa del grupo sería el máximo enlace entre el presidente y los asesores que, a su vez, transmiten las decisiones a los miembros del gabinete.
Sin embargo, si los asesores venezolanos no toman decisiones, sino que solo ejecutan lo mandado por el presidente, ¿Por qué no encomendar esa ejecución a los funcionarios salvadoreños? La respuesta puede estar en un profundo desprecio a lo nacional y en la desconfianza del presidente en los funcionarios de su gabinete. Un personaje que solo se encargue de ejecutar las órdenes recibidas, una especie de mercenario de la política, es mejor si es extranjero. El no nacional no tiene compromisos con el país, no aspira a candidaturas de elección popular, no teme que cuando deje de ser funcionario la ciudadanía o el mismo Estado le pase factura. Termina su contrato y se va. Por eso su lealtad no depende más que de una buena paga por la que se vende y que, además, es costeada con dinero de todos los salvadoreños. Si además de esto, su paga y condiciones de trabajo son secretas, no corren el riesgo de salir trasquilados. Esta también sería la razón del porqué el presidente no es aficionado a rodearse de gente capaz y con criterio propio en su gabinete, para que nadie pueda llegar a opacar su liderazgo.
Pero la no valoración de lo nacional no se remite solo al tema de los asesores. Esto no es solo porque el presidente no es una persona popular, que no le gusta la calle, ni pisar los mercados, ni tocar a la gente de a pie, ni cargar niños. Es porque en el fondo parece no tener un compromiso real con la población salvadoreña. En lo que va de su mandato, casi dos años y medio, no ha dado una entrevista a ningún medio nacional que no repita lo que su gobierno quiere. Tampoco ha dado entrevistas a periodistas internacionales caracterizados por la acuciosidad de sus preguntas. El presidente prefiere pagar influencers, youtubers, que tienen muchos más seguidores que cualquier medio nacional, traerlos de fuera del país, hacerlos acompañar con su escolta y que le pregunten lo que sus comunicadores les dictan. Al único entrevistador de una cadena internacional que le concedió una entrevista fue a un aliado del expresidente Donald Trump, antiinmigrante como él, y que en un juego de palabras apoyó la frase del exmandatario norteamericano cuando aseguró que El Salvador, junto a Haití y a naciones africanas, eran países de mierda. Con esto, queda claro que al Gobierno no tiene respeto ni le interesa rendir cuentas a su propia gente.
Aparte de buscar los votos y obsesionarse con que la diáspora siga apoyándolo, el gobierno de Bukele no ha dicho ninguna palabra en defensa de los migrantes, ni siquiera cuando sus derechos fueron violados flagrantemente en la frontera sur de los Estados Unidos en julio del 2019. De hecho, fueron voces al interior de los Estados Unidos, incluyendo la de la congresista Ocasio Cortez, las que denunciaron el trato inhumano a los migrantes detenidos por el gobierno de su país. Al contrario, Bukele aceptó, sin objetar absolutamente nada, las medidas migratorias draconianas de Trump -piénsese solo en el acuerdo de tercer país seguro- a cambio del respaldo político del magnate norteamericano, con quien el presidente salvadoreño sentía gran afinidad. Su inclinación por valorar más lo no nacional se extiende también a pretender solucionar los problemas de fiscalidad del país con una criptomoneda extranjera que ha impuesto como moneda de curso legal en contra del sentir de la mayoría de la población. En fin, las palabras hay que cotejarlas con las medidas que se toman de hecho. En ellas descubrimos que el amor que se dice profesar por el país no pasa el examen de realidad.
* Artículo publicado en el boletín Proceso N.° 68.