Ricardo Simán decía en una reciente reunión de empresarios que “nos debemos ver en esos espejos” de Venezuela y Ecuador, porque, por lo visto, “aquí estamos siguiendo a pasos firmes esos procesos y vea usted las consecuencias”. Cuando La Prensa Gráfica publica esa frase con foto incluida y con letra agrandada, no se sabe si lo hace para burlarse del empresario o porque piensa que está diciendo una gran verdad. Y lo cierto es que entre Venezuela o Ecuador, y nosotros, hay una gran distancia y diferencia. Circunstancias distintas y muchas más diferencias que semejanzas. Es curioso que hombres del capital, con tanta miopía para escudriñar la realidad nacional en sus injusticias sociales, se lancen a hacer análisis de alto nivel, comparando países con tanta facilidad. Y es sintomático que los grandes periódicos de acá publiquen cualquier afirmación de la gente de dinero como si fuera una noticia de primer nivel. El presidente de Fusades puede decir que la desigualdad es algo natural en El Salvador y seguir dirigiendo tranquilamente el que algunas embajadas señalan como el “tanque (¿tanqueta?) de pensamiento” más serio del país. Y el presidente de la ANEP puede oponerse a que las trabajadoras del hogar entren en el Seguro Social y continuar después al frente de la gremial empresarial. ¿Creen los líderes empresariales lo que dicen o será que el dinero produce espejismos?
Porque es una realidad: el dinero produce espejismos. “Poderoso caballero es don dinero”, decían los clásicos de nuestra lengua, y no hay duda que uno de sus poderes es crear espejismos. Hay personas a las que no les hace problema el salario mínimo existente mientras ellos reciben sueldos cuarenta, cincuenta o cien veces superior al mismo. Y si alguien critica esa comodidad, se consuelan diciendo que son probos funcionarios que dan su vida por la patria o empresarios que en sus empresas pagan más del salario mínimo. La desigualdad no les afecta mientras no se mencione que ellos están precisamente dentro de la maquinaria que la produce. Y, por supuesto, sus periódicos no se atreven a sacar una foto en la que se observe claramente el contraste entre la zona de Multiplaza y la comunidad marginal de La Cuchilla, con un pie de foto que diga que esa realidad es simple y llanamente vergonzosa. Pero eso sí, el comunismo, antes, y el Socialismo del Siglo XXI, ahora, son los fantasmas con los que descalifican a todos los que señalan la desigualdad o tienen un discurso crítico, políticamente incorrecto para mentes tan satisfechas, relucientes e ilustradas por el dinero y la comodidad.
Empresarios que callaban cuando salir a las calles a protestar contra el abuso de los ricos y la represión militar se castigaba a balazos, solicitan ahora que los jóvenes se lancen a la calle. ¿Se habrán hecho de izquierda radical? Es cierto que continuamos sufriendo terribles injusticias económicas y sociales que generan violencia. Y es cierto también que el Gobierno reacciona muy lentamente frente a algunos de esos problemas. Pero ¿es eso lo que preocupa a los empresarios? Parece que no, pues en lo que más insisten es en que no se les dan facilidades para hacer negocio, y en que la violencia frena la inversión y, por tanto, el desarrollo. Y la solución parecen ponerla en atacar al Gobierno más que en formas creativas o justas de buscar salidas a la situación en la que estamos. Cuando el Gobierno insiste en el tema de la evasión de impuestos o publica los nombres de quienes deben a Hacienda, las vestiduras se rasgan y los gritos se elevan. Al parecer, el dinero de los poderosos es tan sagrado que incluso sus deudas con el pueblo salvadoreño deben permanecer secretas y calladas. Y, claro está, el Gobierno no puede decir que necesita más dinero para pagar mejor a los policías si ello implica que algunos tienen que dar un poco más de lo mucho que les sobra. Conservan total actualidad las palabras de monseñor Romero sobre la idolatría de la riqueza en el país. Con razón los ídolos y lo espejismos tienen en común su esplendorosa dimensión de falsedad.
Sería fantástico escuchar a los ricos y a sus tanquetas de pensamiento diciendo que es una vergüenza que en el Gobierno haya salarios cincuenta veces superiores al mínimo. Y que animaran a los jóvenes a salir a la calle a protestar contra el FMLN porque mantiene como legales esos salarios mínimos de hambre, que son parte de la violencia estructural que está en la base de la violencia delictiva. Pero no da la impresión de que vayan por ahí las ideas de estos personajes. Al final, se parecen a los elementos más reaccionarios de Arena. Como esa diputada que cuando el hijo del fundador del partido pidió inteligente y razonablemente eliminar la frase del himno que habla de la tumba de los rojos, saltó diciendo que el himno es respuesta a la agresión de la izquierda y que la historia no se puede cambiar. Para empezar, esta señora considera la historia como algo pasado y se olvida de las agresiones de la derecha. Si el pasado no se puede cambiar, sí con frecuencia se cambia el rumbo de la historia. La historia de opresión se puede cambiar, y eso trataron de hacer los próceres de la independencia. E incluso cambian las conceptualizaciones e interpretaciones del pasado, por cierto gracias a los historiadores que descubren las mentiras que con frecuencia lanzan los poderosos para disimular sus crímenes. Las frases con simbología asesina pueden ser desterradas de los himnos, y más cuando el país sufre una terrible epidemia de violencia.
Cuando uno confronta el pensamiento de los ricos, no los maltrata. Al contrario, trata de sacarles de sus espejismos, que no necesariamente los hacen más simpáticos ni agradables. Muchos líderes económicos se creen dueños de la verdad simplemente porque tienen dinero y poder. Y callan y ocultan sus propias responsabilidades en las situaciones de pobreza, violencia y falta de perspectivas que vive nuestro país. Luchar contra la violencia, insistir para que el Gobierno proteja a la gente, analizar con lucidez el fenómeno de la criminalidad es necesario, y quienes tienen dinero pueden contribuir a ello. Pero si todo el aporte es como el de Luis Cardenal, otro líder empresarial, que habla de caballos y camellos al decir que en el Consejo Nacional de Seguridad y Convivencia Ciudadana “no hay una posición clara”, es difícil que progresemos. Porque el Consejo sí ha dado una serie de recomendaciones e ideas claras. Lo único es que enfrentar la violencia cuesta dinero. Y a demasiados ricos de aquí no les hace felices que les toquen el bolsillo. Prefieren vislumbrar espejismos y decir que hoy son capaces de hacer con palabrería lo que no hicieron en el pasado inmediato con obras.